lunes, 5 de enero de 2009

Un cafecito con mi abuela


Creo que fue en una de mis tantas crisis depresivas, cuando mi abuela me rescató de un profundo enmimismamiento por la porsibilidad del suicidio como último recurso para desprenderme de mis demonios, que se despertó en mí una admirable dependencia por ese personaje.
Y es que siempre viví mendingando afectos y la lágrima se me presentaba fácil. Aunado a recurrentes crisis de angustia. Cuando ella, con su vos suave y pasada por años estaba dispuesta con la palabra precisa y el cafecito siempre caliente para reanimarme. Y cuando disimulando cierta borrachera llegaba directo a la cama casi sin hablar para que no me notara, me recibía la mañana siguiente con un buen plato de sopa de chorizo, por aquello de que el recaudo me caía bien. De eso ya hace varios años.
Y es que siempre se me aparece, oportuna o no, con sus pies picarezcamente descalzos y aquellas grandes pantorrías, y su cabello corto medio crecidito, como si de una hobbit anciana se tratara, para preguntar si algo se me ofrece o si bien para reclamarme a su modo que le escuche sus inigualables anécdotas. Las cuales de tanto reprisse me parecen maravilosamente deliciosas.
Y a pesar que de vez en cuando se molesta conmigo, ella no puede negar que también tiene cierta dependencia afectiva por mí, como si de la misma persona se tratara. En verdad me contiempla demasiado y a mí eso me encanta. Por eso la busco y de broma en broma o improvisando alguna desentonada canción le hago partícipe de mis temores, mis inquietudes y con sonrojos de las veces que creo estar perdidamente enamorado de alguna cipota.
No dudo de que es el sostén mas importante de mi vida, por eso a veces me le escondo. Sea como sea siempre hace algo para encontrarme o para que regrese. Aunque sea solo para sorber un poco de café que ella coce especialmente para mí.

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