El historiador salvadoreño Gregorio López Bernal citando a Andrés de Blas Guerrero define en su libro “Tradiciones inventadas y discursos nacionalistas: El imaginario nacional de la época liberal en El Salvador, 1876-1932” cómo debe ser entendida la nación cultural: “En primer lugar se define en términos organicistas, en este punto la genealogía juega un papel muy importante al proveer a la nación de “un mito de origen” infundiendo entre sus miembros la idea de que la nación constituye una “familia de familias”; la caracterización –agrega– se hace con base en criterios culturales (entre los cuales la lengua juega un papel muy importante). Por último se asume que cada nación tiene un espíritu particular y que la historia conduce a la plena y legítima realización del mismo”.
En la búsqueda del héroe nacional, parece que este se ha encontrado en la imaginación de un escultor, qué al carecer de un verdadero referente se moldeó a sí mismo para darnos la ilusión de salvadoreñidad que se buscaba y que se concretó en la década 20 del siglo pasado. Hablamos de la figura de Valentín Estrada, escultor salvadoreño, que trajo desde Europa la figura de lo que vendría a ser lo mas representativo del “coraje” de nuestro pueblo: hablamos de la estatua del “Indio Atlacatl”.
Recientemente esta figura ha sido rescatada por un alcalde que ha mostrado además de su sesgo ideológico, su amor por las “tradiciones inventadas” y los símbolos de esta “parodia de nación” (citando a Gerardo Barrios).
“El Indio Atlacatl ha vuelto a la avenida Independencia después de más de 40 años que se fue de acá (de la zona) y ahora lo estamos poniendo. Representa la fortaleza de nuestra raza”, dijo el Alcalde, citado por uno de los matutinos de mayor circulación en el país.
Lo raro no es que reviva la imaginación de quienes han querido dar un sentido de nación a este país; sino mas bien que en su particular entusiasmo no la haya modernizado, manteniendo la vieja fisonomía del escultor bienintencionado.
Por ejemplo, que en el discurso de moda por hacernos creer que a pesar de todo somos una sola nación, no le haya dado un carácter mas “actual”, digamos cambiando el rostro por uno mas reconocido por las actuales generaciones. Por ejemplo el de un célebre presidente de inicios de los noventas. Y que en lugar del desfasado tocado de plumas en la coronilla de la estatua, colocara la simbólica figura de una paloma –en clara alusión de la paz firmada-. Aunque no se puede dudar que de ello se encargarán las miles de palomas que pululan por la ciudad, como ya lo han demostrado en otros emblemáticos símbolos de la “identidad nacional”.
Es así como los mismos que decretaron la no existencia de pueblos originarios en El Salvador, imponiendo un discurso de nación en base al “mestizaje puro” del salvadoreño; se están encargando de hablarnos de nuestra herencia, aunque obviamente de una vieja historia que fue y que solo sirve para ocultar las diferencias -mismo que viejas también actuales- económicas , políticas, sociales y -por supuesto- étnicas que existen.
Pero para mostrar las vueltas que da la vida, dejamos el siguiente paraje encontrado en el mismo libro de López Bernal:
“Pocos años después, bajo el régimen de Martínez, se promovió la imagen del mítico Cacique y de nuevo se recurrió a Estrada. “En eso llega una comisión de la Alcaldía de San Salvador –dice Estrada- y me proponen tomar parte de un desfile en una carroza, vestido de indio Atlacatl. La idea era que quería insistir en la promoción, digamos, de la leyenda del gran guerrero… Me agradó la idea, y gustosamente me disfracé de indio Atlacatl. Me aplaudieron mucho, y la gente de la Alcaldía quedó tan contenta que me mandaron a otro desfile que se realizó en Guatemala…”
Solo falta que al ilustre Alcalde se le ocurra disfrazarse de indio Atlacatl, o quizá prefiera ir de Salvador del Mundo.
San Salvador, Febrero de 2012.
(Editorial de El Gallo Maíz Nº 5. Febrero de 2012)
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