Erick Barrera Tomasino.
(SAN SALVADOR. 19/06/2012). El
fútbol es pasión, euforia, emoción pura -y cuando se enajena- negocio redondo. Uno
descubre el fútbol y encuentra el sentido de haber aprendido a caminar; de
correr junto a los amigos y expresar cada sentimiento; fundirse en un abrazo
tras un gol a favor o darse una palmadita tras una derrota.
Así, en la ingenuidad de los
primeros años y en la ingeniosidad de sobrevivir al subdesarrollo se descubre
su sentido. Hasta que la victoria se vuelve obsesión y se enconan los
pensamientos más temibles contra los rivales. Luego en la resignación de la
adultez, uno deja el fútbol y se activa en el adulterio de las copas viendo al
fútbol desde una barra. Deja uno de correr tras un esférico y quien corre es el
mundo dando vueltas.
La selecta cuzcatleca ha
conseguido uno de los seis puntos hasta hoy disputados en la competencia por ir
a un mundial (el tercero en su historia) mientras las noticias de reducciones
en la inversión se cuelan entre las de los goles de la eliminatoria a Brasil
2014. Entonces uno se frustra de las derrotas y de la falta de fortuna, y se
culpa a casi todo lo que no es de uno de lo que uno ya no es. Después de cada
partido uno se hace técnico y juez y manda todo a la mierda y junto a ella al
fútbol.
Pero este deporte no es malo
porque quiere, no es injusto de nacimiento, quizá ni siquiera sepa de
democracia el pobre. Porque si logra sacarnos una sonrisa luego de un gol o de
una gambeta ¿porque no pensar que puede sacarnos de la crisis? Imagine que es
buena idea para un país que no sabe de triunfos y se reserva las alegrías, meterse
a esa lógica deportiva de poner al deporte en función de la economía. Y dejar
de ser llano ocio para volverse negocio lleno. Todo dependiendo del lado en que
uno juegue.
Y es que en tiempos de fútbol y
de crisis qué mejor manera que combinarlos. Uno podría pensar que para no
sufrir tanto con la selección, la mejor estrategia es la de organizar un
mundial en las tierras del Mágico González. Solo basta pensar que con la
inversión que habría que hacer en la infraestructura deportiva, se abriría un
nuevo rubro de acciones en este país de un solo gol mundialista (recordando
aquella gesta heroica de anotar un gol frente a Hungría y sacar la “hombría” de
perder 1-10 en España 82).
Qué maravilloso sería ser
testigos de cómo se hincha la capacidad de los principales estadios, desde el
Quiteño al Barraza, pasando por la Caldera del Diablo y el Calero Suárez además
de hacer en Santa Tecla el principal fanfest en el Cafetalón para alegría de
todos los chupaderos de la zona. Hasta un nuevo estadio podría construirse y
bautizarlo como el Huacal Azul. Cuantos obreros se contratarían para ejecutar
el trabajo, y cuantos maestros de obra y capataces, ingenieros, arquitectos
para chuparles la plusvalía; hasta artistas plásticos se verían beneficiados
diseñado las fachadas (con la condición de firmar una cláusula donde se les
impida encachimbarse si posterior al mundial le derriben su obra).
Pero imagínense que también se
harían hoteles para recibir las estrellas del fútbol de los equipos
clasificados, y de las estrellas contratadas por las transnacionales para
vendernos sus marcas; hoteles de esos con ventanas herméticas y antiserenatas.
Y cada plaza que se haría en cada reducto de bosque que queda en las ciudades.
Que alegría para el alcalde de San Salvador que podría colocar banderitas por
todos lados y tapizar de patriotismo los edificios construidos para solaz de
italianos, alemanes, españoles y uno que otro aventurado gringo entusiasta del
soccer.
¿Qué la delincuencia impide que
se hagan inversiones de ese tipo? Si ahí es donde se hace redondo el negocio.
Se podrían organizar barras bravas con las maras, y ponerlas en alquiler para
aquellas selecciones que vengan sin fanáticos. Porque se perdieron en el
camino, porque nunca supieron donde queda El Salvador o para que los hooligans
ingleses encuentren a sus tatas en los avatares de lidiar con sus contrincantes.
Y pensar que habría que hacer
sitios lujosos para los millones de turistas con sus millones de dólares. Y
rutas turísticas con nombres propios. Nombres y mascotas alusivas para animar
las fiestas; de esos que organizan las empresas de telefonía y que terminan
siendo simulaciones de ánime guanaco. Sin preocuparse de los desalojos, porque las
familias despojadas trabajarían en las fábricas donde se maquilen las camisolas
y los souvenirs y las pelotas que terminarán siendo obsequio para instituciones
de beneficencia con marcas made in El Salvador y Responsabilidad Social
Empresarial.
Cuanto de capital se movería
con una copa sui generis. Tanto que ni quienes soñaron con el mercado común
centroamericano, o los TLC o los Asocio Público Privados pudieron sospechar.
Pensar en asistir a un partido entre Suecia y Holanda en un estadio en Morazán
dejaría de ser cosa de gente emprendedora. Y que mayor alegría que negarle la
visa a la selección de México para que pierda todos sus partidos por default.
Que lo piensen bien hasta
quienes ya se sienten presidenciables. Para que lo pongan en sus promesas de
campaña o para quienes vienen con la teoría que unidos en una sola nación se
puede fundar un nuevo país. No obstante habrá quien diga que es mejor si se
organiza junto a nuestros vecinos. Así en la zona tendríamos a siete
clasificados.
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