Amor: (entro)
De nuevo estoy en esta
cueva que llora por las grietas y ventanas cánticos de anhelos desterrados,
viendo por un agujero ultravioleta tu sonrisa que ríe al ojo del huracán y no a
mis labios que son de sangre y elixir. (Entro)
Oigo la música de este
catre sin recordar la letra de tus gemidos (borrar). El ritmo permanece pero la
esencia de tus caprichos de sonata se han desvanecido sin posibilidad de
penetrar esta pantalla que se ha vuelto -por azar de la tecnología- lo más
parecido a tu presencia. (Entro)
(Copio y entro de nuevo)
(Estado sin conexión)
Y pienso en esta
estancia, que peor que estar ciego, sordo o mudo, es estar ciego, sordo y mudo;
porque aunque tenga un par de manos deslizándose sobre tu piel como corteza
humedecida, no se si me miras a los ojos, si me gritas desbocada tu gusto por
mi árbol sin ramajes, ni se decirte que soy un escarabajo succionando de tu
sexo lo que me das para vivir así sin ti. (Borrar)
Y quiero desaparecer
bajo el cobertor de tus retoños, más soy esguince en la tormenta de tu inconsciente
que alambra mis implosiones. Te desvaneces en remolinos cual antifaz de pétalos
y mutismos y caigo en tu trampa de reflejos y destellos de sonidos autoprogramados.
(Entro)
Veo por fin tus sueños en
un estado de somnolencia graficada por las voces de este cuadrante inoperante. Alguien
canta tu ventana e imagino tu ropa interior enredada en placeres ingentes y
ocultados; y si me asomo de repente, lo que había de erecto en mi se distrae. (Cerrar
sesión)
Amada: (dos puntos) Mañana
no podrás ignorarme ni encenderás tus velas de aromas anestesiados. Ya el alba
vendrá demasiado tarde y quien sabe si por azares del hedonismo, por fin te encuentre
desnuda sobre esta cama. Mientras veo en diálogos ajenos tus pasos esquina
opuesta a este epitome de cada noche, en tanto tú te distraes leyendo esto que
termina siendo una carta.
Erick Barrera Tomasino
(La ciudad y su sombra, 2012)
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