Sofía
soñaba. Soñaba siempre. Las veinticuatro horas del día se la pasaba entre sueño
y sueños. De día soñaba con una hermosa nube. Una suave, tersa, acolchonada y
encantadora nube donde se podían construir pequeños mundos de colores, de sonrisas
y de azúcar. Por las noches soñaba con peldaños, pequeños escalones de madera y
terciopelo que unidos uno al otro podían llevarla del suelo al cielo... y también viceversa.
No
obstante, cada noche podía soñar solo con un peldaño; no podía soñar con dos ni
con tres a la vez, tan solo un peldaño por cada noche. Por eso gustaba de
dormir; sabía que entre más noches soñaba podría contar con un nuevo peldaño
que le fuera acercando a la nube de los sueños del día. Y entre más días fantaseaba
con su nube, podría extenderla y llevarse a alguien más a vivir con ella. Y
poder ver juntos desde el cielo el pequeño mundo que le había permitido soñar.
Una
mañana, luego del sueño, supo que si dormía temprano, el peldaño con el cual
soñara sería más grande. Eso podría ahorrar tiempo para llegar a la nube pensó.
Así que decidió dormirse cada vez más temprano. Abría los ojos bien de
madrugada y jugaba intensamente mientras hubiera algo de sol, así podría
agotarse y dormirse temprano, a soñar. Desarrolló una grandiosa habilidad para
el ejercicio y los juegos inocentes, esos propios de su edad. Y una preocupante
manera de dormir tanto y de manera tan profunda, que la gente pensó que estaba
enfermando.
Y así que entre sueños y sueño, Sofía logró
contabilizar el número de peldaños suficientes para escalar y llegar a la nube.
Pero no supo a quien llevar. Parecía que toda la gente estaba ocupada en otras
cosas. Asuntos de suma importancia –así le decían- pendientes por resolver,
acuerdos que firmar, promesas por tratar de cumplir. Y Sofía sintió que soñar
no era sano. Una mezcla de frustración y de culpa le embargaba. Cómo era
posible que ella hubiese pasado tanto tiempo soñando mientras el resto de las
personas no podían permitírselo.
Trató
de convencer a una u otra persona, pero nadie le atendía. Venga mañana. Llámame
luego. Deja de molestar –así le respondían-. Resignada Sofía, decidió subir
sola por los peldaños a la nube. Y así lo hizo. Uno a uno los fue escalando
hasta que por fin llegó a su destino. Todo parecía tan maravilloso desde ahí
arriba que por un instante deseó quedarse ahí para siempre.
Pero
como el egoísmo es cosa de corazones perversos, pensó que no podría quedarse sola
todo el tiempo. Así que decidió bajar de nuevo a la tierra y convencer a los
demás que se dieran un tiempo para soñar y construir los peldaños que los
hicieran llegar a las nubes. Sofía estaba dispuesta y pensó que como la gente
estaba tan ocupada en sus asuntos de “suma importancia” no podrían soñar con
escalones y nubes. Decidió que ella podría soñar por los demás, entonces convencida
volvió diciendo un “hasta luego” a la nube y dejando firmes cada uno de los
peldaños por los cuales descendía.
Una
tarde de ensueño, Sofía se recostó e hizo su mayor esfuerzo por dormir. Pero no
fue suficiente. La obsesión por el sueño no era bien vista y la gente determinó
que era hora que Sofía despertara de una buena vez y tomara la responsabilidad
de encargarse de los asuntos terrenales y abandonara sus sueños, que en el
fondo era abandonarse a sí misma. Por ello no tuvo tiempo de seguir soñando con
más peldaños ni con ensanchar nubes. De pronto ella se volvió una más de esas
gentes que no soñaba.
Sofía
creció tratando de cumplir promesas, firmar acuerdos. Resolver asuntos de extrema
importancia. Tanto que las veinticuatro horas del día le absorbían en sus
tareas cotidianas. No había tiempo para pensar en otras cosas. Sin embargo los
peldaños y la nube con las que soñó en su infancia seguían ahí. Solo hacía
falta que alguien se lo recordara y retomara su especial forma de soñar. Un susurro
por el aire le distrajo y sin querer miró hacia el horizonte. Esa tarde, una
sola nube sobrevolaba y parecía tan densa, algo así como que si estuviera
superpoblada, que ella supo que estaba habitada de gente soñadora.
Ella
sonrió, cerró los ojos por un rato y a fuerza no del cansancio mas si de
esperanzas supo que aun había tiempo para volver a soñar.
Erick Barrera Tomasino
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