Paradoja de un
vecindario salvadoreño
Erick Tomasino.
Salía a almorzar casi todos los días siempre
a la misma hora al mismo sitio. Era un comedor pequeño, familiar y. por ello.
acogedor. No había mucha variedad. Casi todos los días tenía las mismas cosas,
los mismos platillos, los mismos tipos de ensalada, la misma oferta de todos
los días. Aun así, a mí me gustaba ir ahí.
Pero aquel comedor bonito y monótono tuvo que
cerrar, de repente. Llegué y el señor (el dueño) me recibió con una mirada que
denotaba tristeza. Me dijo que ya no funcionarían, pero que estaba agradecido
por todo el tiempo que les había preferido. No me quiso dar detalles del motivo
del cierre pero era evidente que habían sido víctimas de la “renta” que las
pandillas cobran a los negocios para seguir funcionando.
Salí de aquel sitio sin hambre y meditabundo.
Pensando en lo mierda que puede ser eso. Había en mí una mezcla de tristeza y
enojo. Crucé la calle y al avanzar unos pocos metros vi un cartel que anunciaba
la próxima apertura de un restaurante propiedad de una cadena de comida
chatarra. Caminé otros cuantos pasos y otro rótulo anunciaba la construcción de
un restaurante de hamburguesas propiedad de una franquicia internacional, ese
que se suponía estaba prohibido en el país. Un alegre payaso se reía de mi
confusión.
Entonces noté que había algo extraño entre el
cierre del comedor-negocio familiar con la apertura de negocios-propiedad de
capital transnacional. Una paradoja de las muchas que se repiten en este y
otros sitios.
Parece que el negocio del miedo y de las amenazas
fastidia a los pobres y beneficia a los ricos. Esta puede ser una conclusión
muy elemental, sin embargo es evidente. Se cierran los pequeños o subsisten con
gran sacrificio, mientras los grandes que además son los dueños de la seguridad
se regodean con el vil enriquecimiento a partir del temor generalizado. Queda
claro quienes se benefician con al ambiente de criminalidad y a quienes afecta.
Y son estas mismas grandes empresas las que
evaden y eluden impuestos mientras demandan al Estado mayor acción. Son los
mismos que saquean los bolsillos del pueblo y lo explotan y se quejan de que
sus ganancias nunca son suficientes. Son estas empresas las que nos dicen que
el mundo está hecho mierda pero no nos dicen que son ellos los que lo tienen así.
Son los mismos que aprovechándose del miedo nos venden la seguridad en sus
instalaciones y la felicidad y la bonanza en combos homogenizados para bien de
sus caudales.
Esa es la paradoja en la que vivimos. Mientras
los negocios chiquitos cierran, los grandes cuentan por millones a las víctimas
del terror y en sus cuentas bancarias las ganancias que ello les reporta. Total,
hasta el hambre es un negocio rentable para ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario