Con mezcla de elegancia y duelo
se vivió la noche anterior en el funeral del chico del barrio. Toda una gala de
lutos y mediolutos la que desfiló por el salón de la casa de sus padres –de los
padres del finado- a quienes se les vio recibiendo muy amenos una íntima gama
de invitados.
La noche estuvo amenizada por música
de mariachis de pueblo, dando el toque mexicano a la velada, interrumpido
brevemente por la tía materna quien ataviada con un vestido de revuelos (que por
cierto hacía recordar a la restauración del ecce homo) y en sorprendente acto
de improvisación, decidió cantar uno de los pocos alabados que se dejó escuchar
en toda la noche. Mientras que el toque juvenil lo puso el ringtone de la sobrina del occiso a quien su aparato celular, intermitente
interrumpía el silencio con su tonada de farruko, sacando más de una sonrisa
entre los dolientes.
Degustaron los convidados
suculentos platillos típicos, entre los que destacaron los tamales de ceniza
envueltos discretamente en hojas de plátano y qué decir del café con pan dulce
que empalagaron a los paladares más exquisitos.
Pero sin duda la atención se la
robaron los bolitos de la cuadra, a quienes se les debe la puesta en escena del
juego barajas callejero, poniendo a chiviar a chicos y grandes en indiscreta excitación.
No pudimos tener declaraciones de quien ganó la partida pues a tempranas horas
de la noche ya se encontraban demasiado ebrios prefiriendo los jugadores realizar
un brindis por el ausente.
Sin
duda, uno de los eventos familiares más concurridos del año y que será
recordado por varias generaciones. La familia quedó muy agradecida por el
acompañamiento del vecindario a quienes –a excepción del muerto- se les vio muy
unidos y sonrientes.
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