Foto: EBT |
Suena el piano.
Entona notas que evocan angustia, tristeza, amargura, llanto. El piano suena. El
piano ensordece. El piano calla. Solo hay silencio. Silba el teléfono con
gemido monótono, desesperante, fastidioso, una y otra vez, suena un sinfín de
veces. Suena, se calla. Nadie contesta. Y el silencio asoma de nuevo por la
oscuridad con su sonrisa de niño explorador jugando a ser psicópata, ríe y
danza en la más remota esquina de la tiniebla.
El silencio se
parece a la muerte. El silencio es la muerte. Silencio y muerte una sola cosa,
una cosa indescriptible, que va recorriendo al pasividad de la noche. Silencio,
muerte y noche. Qué festín tan grotesco se ha preparado para reunir a estas
tres figuras. Silencio. Noche. Muerte. Y la ventisca sopla con aires de
magnificencia por la grieta de la puerta desplazada.
Nadie en
absoluto se atreve a cerrar y el viento comparte un espacio al cual no ha sido citado.
Se invita con furia, empujando el telón de madera sin preguntar por nada ni por
nadie y se estanca bajo el candelabro que se ejercita en el techo; mientras el
silencio, la muerte, la noche se entremezclan formando un abanico que convida
al viento a sumarse a la celebración. Viento. Muerte. Noche. Silencio.
Los cuatro
jinetes se unen en un abrazo de lealtad. Cuatro inseparables compañeros que si
bien presentan rostros distintos, en esta reunión se han entremezclado
convirtiéndose en una masa cuasi uniforme. Se mueven en sintonía de la música
oculta que gime el silencio y los redobles susurrantes que impone el viento con
galantería nocturna, al compás de los siniestros ojos de la muerte, en un baile
un poco parecido a la decadencia y al glamur.
Pasa el tiempo
con sus mancillas girando discretamente, tanto que asomándose a la ventana la
noche se despide con la claridad de la madrugada, que penetra en la grieta de
la puerta estampada de moho y humedad. Se va la noche, se despide en shock
nauseabundo. La muerte el silencio el viento corresponden con ademán poco
convincente; mientras que el cantar de los pájaros ahogan en trinos
desesperados lo poco que había de paz; advirtiendo que es hora para que se
marche el silencio, tan pronto como la luz ha penetrado; cerrando toda
posibilidad de aire y asfixiando la voluntad del viento que no encuentra su
espacio vital; desvaneciéndose lentamente, pausadamente, en marcial sigilo.
Mientras el silencio y la noche abandonan con marcha fúnebre la habitación clandestina.
No estarán más
la noche ni el silencio ni el viento, cuando en la esperada luminosidad se
encuentre el cuerpo de un hombre con señales de fenecida frialdad.
Es aquí donde
la muerte se percata de su soledad y decide también seguir las huellas de sus
camaradas. Silencio. Noche. Viento. Claridad. Ruido. Calma. Y la muerte escapa
sonriente llevando a cuestas la mejor porción del festín. Mientras el cuerpo inerte
los espera con sutil ansiedad decidido a aparecerse ante sus invitados.
Suena una
campana, la misa va comenzar.
Erick Barrera Tomasino
-Breviario-
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