miércoles, 25 de julio de 2012

Carta a una hija que reaparece


Debía llevar unos libros y me pediste acompañarme, cuando te adentraste a la biblioteca tus ojos se iluminaron como quien descubre un tesoro escondido, sonreíste y parecía que todo te daba vueltas. Yo solo alcancé a preguntar si estabas bien y tu mirada absorta me indicó que si. Tomaste uno a uno los libros de cuentos que estaban más a tu alcance y enmudeciste al instante en medio de aquellas páginas que robaron tu atención.
Tratando de que disfrutaras ese momento me separé por un rato a ordenar los libros que había prestado durante la mañana, pero no se cómo estabas de nuevo a mi lado, con un gran libro ilustrado de cuentos y me pediste leerlo. Inmediatamente me lo entregaste sin esperar mi respuesta. No me molestó para nada; así que salimos al corredor y sentados en el piso comencé a leerte mientras tu seguías con atención descifrando la coherencia entre las ilustraciones y el texto. Lo que quedaba de mañana se pasó tan rápido y el mediodía nos sorprendió entre medio de aquellas historias de lobos y brujas. Te fuiste corriendo a tu casa despidiéndote con un frágil “hasta mañana”.
El día siguiente sucedió lo mismo, solo que esa vez tomaste un poco mas de tiempo para elegir el cuento del día. Esta vez nos turnábamos, yo leía un fragmento y vos me leías otro, cuando nos aburría una parte, entonces lo inventábamos, tu imaginación tenía un sinfín de puertas y a veces yo me quedaba ahí atrapado. Fue en ese momento que decidimos, sin decirnos palabra alguna que estábamos atados por la fantasía. Y quizá acordamos con esa imaginación tan espontánea que nos surge a ambos, que serías -para mí- como mi hija como yo sería –para ti- como un padre. Y luego ya no eran solo cuentos fuera de la biblioteca a la cual a parte de nosotros dos casi nadie asistía, sino que nos contábamos sueños y entre risas y preguntas te volviste mi confidente.
En un arrebato inesperado tuve que largarme de aquella escuela con su biblioteca que era nuestro hogar adoptado. No pude ni decir adiós pues el dolor de dejarte ahogaba mis palabras y durante mucho tiempo me sentí culpable de haberme alejado de ti.
Ahora, cinco años después de la última vez que nos vimos, nos hemos vuelto a encontrar. Me impactó verte hecha toda una adolescente, tan crecida y tan inquieta como tu edad; pero siempre con cierta ternura que envuelve todo el espacio. Al mirarnos esperamos un buen rato sin decirnos palabra alguna, parecía que nos estábamos redescubriendo y al final nos encontramos. Y con un poco de aprietos encontramos sobre qué hablar. Los libros fueron de nuevo el motivo perfecto. Me dices que te gustan además de los cuentos, la mitología la ciencia; y me hablas de dioses y de diosas. De seres de otro mundo y de personajes tirapiedras y de orillas de rio y de defender la naturaleza. Seguro estoy que luego serás una defensora de nuestro pueblo si así lo decides.
Pido que me cuentes qué ha sido de tu vida y solo atinas a decirme que no tienes tiempo más que para el estudio, mientras un chiquillo de tu edad intenta hacerte saber a su modo que le atraes y tú a tu modo intentas decirle lo mismo, pero que yo estoy ahí y te da vergüenza. Jeje, de alguna manera he vuelto a esa edad y hasta yo me sonrojo. Y sigues que quieres estudiar algo de física, quizá quieras entender el movimiento de las galaxias y los planetas. Me cuentas que ya lees libros de cursos superiores y yo no digo nada. Solo te imagino como aquella chiquilla con sueños y sonrisas para dar.
Y mientras comemos te preocupas por mi salud, me llamas la atención por no comerme todo lo que en el plato había y que si tomo mucho café y que te incomoda que fume y que me cuide un poco más. Yo, mientras, apenas te enseño a doblar una hoja de papel y te explico no se que palabra que no me entendías, igual, nuestras observaciones nos dan risa, a ambos nos da gusto vernos de nuevo, escribiendo este cuento que quien sabe si alguien nos leerá. Puede parecer cursilería, pero en ese momento sentía que hasta el sol nos sonreía. O quizá todo sonreía. Pero que más, lo importante de todo era tu risa.
Y la tarde y el reencuentro se nos fueron pasando tan rápido como aquellas horas fuera de la biblioteca. No quería que te marcharas pero ya era la hora de partir. Dijiste adiós y me regalaste un abrazo y nos prometimos vernos pronto. Y mientras nos queda seguir soñando aunque quizá ya no te sientas mi hija, aunque yo no sea tu verdadero padre. Aunque de nuevo hayas despertado en mí ese deseo de serlo.