martes, 30 de abril de 2013

Miérdoles la poesía


Estoy algo jodido. Sé que ella me dirá eso. “Estas bien jodido” –me dice-. Y yo solo sostengo la mesa con mis dos manos. Es la noche –le sugiero-. Hacerme venir acá y no poder avasallarme a tus labios es triste. También me dirá que estoy carente de carnes. “Estás demasiado flaco” –remata peyorativa-. Tengo el cuerpo lo suficientemente básico para sobrevivir ¿quieres verlo? le animo con un dejo de desesperanza y ella se disculpa para ir a saludar al resto.
Aquí lo común es hablar de lo que uno no sabe. Decir sandeces y pronunciar nombres desconocidos. Yo los sé todos por eso no puedo disimular. Ellos lo saben y por ese temen acercarse a mí. En verdad no los sé, pero disimulo. Ellos no lo saben pero temen acercarse a mí. “Que ondas viejo” –grita uno desde el otro extremo. Al suave, le respondo desde otra dimensión. Nunca me ha gustado estar en el mismo puesto de ellos.
¿Porque viniste? se preguntará alguno de ustedes. ¿Qué porqué vine? le respondería a alguno de ustedes que haya tratado de preguntarme. ¡Sóquenla! se me ocurre después, pero eso no se lo diría a nadie. En verdad vine por ella quien a veces me hace creer que la brama viene acompañada de noches de luna y de canciones bohemias. “Y no es la primera vez” -interrumpirá ella- que sabe que me trae con las ganas empalmadas de truculenta lujuria.
Y aun no sabe que hemos tenido infinidad de noches apasionadas en cada sueño suspendido por la disnea paroxística. Por eso he evitado fumar. Por eso se me ve más melancólico y es grave porque en realidad soy flemático. “Al suave” -dirá alguien que pasa sin ser convidado-. Por eso he venido hasta acá para verla aunque no es la primera vez que crea que por fin mezclaremos nuestras pieles como un enredo de yuca o de buñuelos en miel.
Pero también vine porque es miércoles, los miércoles son dignos para hablar mierdas. Ellos leen sus poemas y el resto aplaude como una lección japonesa para hacer tortillas. Me toca a mí y percato que no traje lo que había preparado. “Estás bien jodido” –asevera el tipo que suele presentarlos a todos. Al suave, intento tranquilizarlo. Subo como un ganador del premio al mejor actor y como ellos, pero sin leer, les distraigo contándoles mis mierdas. “Miérdoles la poesía” -grita alguien que ya está en otro estado etílico-. “Y no es la primera vez” –se lamentará ella mientras se marcha sin despedirse nuevamente.

Erick Tomasino
-Palabras comunes y sencillas-

jueves, 25 de abril de 2013

Luis Borja: Letrosis

Xipe Totec


El pajarito se me iba


“Eres muy cómodo. Siempre te gusta que te vayan a ver. Porqué no por una vez en tu vida sales de esa pocilga a la que llamas casa y vienes tú a verme a ver a mí”. Esa fue la principal razón y no otra, la que me llevó a tomar mi maleta y salir de este pequeño manicomio para cruzar la frontera, verla y darle una buena dosis de amor subdesarrollado.
Había olvidado lo que era viajar fuera, más aún con esta apariencia de pecado original que me cargo y con un pasaporte que lo confirma. Los primeros trámites son normales. No hay mucho qué hacer más que enseñar tus credenciales en una oficina donde a nadie le importa lo que lleves metido en la mochila o en el culo. Ahí, ningún funcionario se cree que va cambiar el mundo por detenerte. A pesar de reconocer esto me saltan los nervios y evito hacer alguna estupidez. El resto del trayecto es dormir. Siempre he odiado esas películas malas que ponen en los autobuses. No sé que es peor, que las coloquen o que haya gente que disfrute verlas.
La segunda frontera es terrible. Si vas con barba eres terrorista. Si vas rapado, eres un pandillero. Si vas con el cabello como la alta alcurnia manda, eres un estafador, pues como es sabido esa gente no viaja en autobús, viaja en avión, por eso en el aire no hay tantos retenes. Así que igual no te salvas.
Fue llegando a la frontera y una vos acartonada anunciaba que tendríamos que bajarnos con todas nuestras cosas para ser registrados. Yo como he sido tratado como un delincuente casi toda mi vida, no me sentí sorprendido, así que al estacionarse el autobús, bajé, busqué mis cosas en el maletero y como el resto hice la fila para ser sensualmente tocado por alguno de esos oficiales con cara de piedra.
“Tienen que pasar a aquella habitación, ahí coloquen sus maletas en la mesa que está al centro y ubíquense alrededor”. Hice todo tal como lo indicaban. La maleta al centro sobre la mesa y me ubiqué como el resto alrededor. En eso entra un policía fortachón con aspiraciones de superhéroe. Nos dice que entrará un perro entrenado para descubrir drogas, así que ni que nos acercáramos. Luego entra otro oficial con un perro en la mano, tan pequeño que causó la risa a más de alguno. Olfateó todo. Me miró y recordé que habría sido buena idea lavar mis zapatos antes, pobre del can, no debe ser un buen trabajo para el.
Una vez pasado el circo del registro, el poli -el primero- saca una lista y anuncia, que mencionará unos nombres y esos irán pasando a un cuartito al lado. Comienza, “Fulanodetal, ciudadano colombiano”. Un tipo negro, calvo y enorme, levanta la mano, dice yo, y el oficial le señala por donde debe entrar. Toma sus cosas e ingresa al cuartito que de afuera se presentaba lúgubre. Luego el poli ve su lista y menciona mi nombre… ciudadano salvadoreño. Yo, como quien se ha ganado la lotería, tomo mis cosas y entro feliz de ser de los primeros en pasar, así al salir tendría tiempo de echar la siesta –pensé-. En eso, escucho la voz a mis espaldas. “El resto puede subirse al autobús”. Maldición, solo el colombiano y yo teníamos los méritos suficientes para ingresar al cuarto de las torturas fronterizas. En unos segundos solo imaginaba los dedos del poli fortachón introduciéndoseme para buscar hasta en el último rincón cualquier residuo de drogas. Lo único que podría encontrarme son cenizas de cigarrillo y un aire de metano. Me causaba cierta gracia imaginar la cara de frustración del tipo.
Cuando entré, al colombiano le habían sacado hasta el último trapo para revisarlo y haciéndole un montón de preguntas trataban de intimidarlo. Luego me toca a mí, pensé. Pero no, cansados de entretenerse con el otro, solo me dijeron que tomara mis cosas y que me largara de ahí.
Subimos al autobús y lo que seguía era una buena siesta hasta llegar a mi destino. De tanto pensar lo que haríamos con ella al llegar me dieron ganas de ser un Elvis Crespo autobusero, el tipo es mi referente. Hacerse la manopla en el baño de un avión. Tremendo.
Llegué. Me estaba esperando con una cara de enfado. “Llegas tarde”. Siempre llego tarde a todo, es mi destino, es la historia de mi vida; por ejemplo cuando quise ser del partido comunista me dijeron que hacía seis años que ya no existía. Lloré la muerte de Kurt Cobain cuatro años después, porque antes ni siquiera sabía de él. Tarde para todo, por eso siempre voy con prisas. Pienso que siempre se me hace tarde.
¿Y qué haremos? ¿Qué tienes pensado? “Nada”. Pero como, me haces venir y no has pensado en qué haremos. “Debes dejar de ser tan cuadrado. Deja que las energías del cosmos fluyan, no trates de controlar al universo sino que el te dicte tus acciones”. Cuando escuché eso, sentí que el pajarito se me iba volando. Cómo pude venir hasta acá para sujetarme al universo misterioso cuando en todo caso, lo que más quería era penetrar el enigma que se esconde tras esa maraña de vello púbico.
Cuando desperté aun iba en el autobús. Faltaban unas cuantas horas para llegar. La luz que indica el estado del baño estaba en verde. Me levanté y me encerré ahí un rato. Qué difícil es cuando todo se agita a tu alrededor.

martes, 23 de abril de 2013

Típica historia de amor


Ahí estás tú, como siempre. Acostado. Tienes esa típica sonrisa burlona tan tuya. Aviento todo, mochila, bolsa, zapatos, brasier, pantalón, camiseta y me echo a la cama. Es hora de dormir, supongo. Me preguntas que cómo me fue  ¿Cómo va a ser? Como siempre, las cosas pasan exactamente igual día tras día desde que estoy ahí, pareciera que el sol se mete o sale por lugares distintos pero no, siempre es por donde mismo a la misma hora, en el lugar de toda la vida. Te digo que te extrañé, que hicieron falta tus pies calientes para mis noches frías, no me crees. Pareciera que estás empeñado en creerte todas esa basura que publican por ahí sobre el amor, que la media naranja, que el hombre –o la mujer – para toda la vida, que las cursilerías esas que no cesabas en decir que no te gustaban y que ahora no están, que la puta fidelidad. Volteo a verte con cara de déjame  leer en paz. Volteo al otro lado, te arrejuntas a mí y me preguntas que sí estoy enojadita. ¡Qué va! ¿Enojarme contigo? Sí, la verdad me enoja que creas todas esas estupideces y además las reproduzcas solo para complacencia de los otros. Me enoja que esté y que no estés por andar pensando en que no estoy cuando realmente estoy ahí, a tú lado. Mientras pienso lo que no te digo me acaricias, tantos años te dan la sabiduría para conocer los puntos perfectos, esos que tú sabes tocar y que me impiden ponerte resistencia. Besas mi cuello y murmullas yo no sé qué cosa en mi oído. Me derrito y se nota, estoy tan húmeda que un riachuelo se cuela entre tus manos mientras hurgas por mi clítoris. También lo sabes manejar, siquiera es necesario darte instrucciones, las conoces. Vuelves a mi pecho, te abalanzas, los aprietas. Chúpamelos, te digo, no haces caso, sabes que es mejor acariciarlos y que yo muera para que hagas algo que no sea solo tocarlos ¡Carajo, que los chupes! Me haces caso y además los muerdes, lo puedes hacer, es de esas pocas veces en que puedes hacer conmigo lo que se te dé la gana. Te aviento la cabeza, claro que vas abajo. Me dices qué hace cuánto no ha pasado una tijera por ahí. Debe ser lo suficiente. Te abres paso entre esa maraña de vello púbico despeinado y negruzco, estás ahí y lengüeteas todo alrededor pero nunca en el punto, te jalo, me ves, paras, te gusta verme desearte, te gusta que te diga lo que quiero que hagas aunque sepas qué hacer. Y vuelves.  Estás en mi clítoris, que para esas horas deja de ser tan mío y ya es nuestro. La técnica es sencilla: lento primero y le imprimes velocidad según vayas viendo mis jadeos y cuando la temblorina es inminente, introduces un dedo o dos, los dedos y la lengua al compás y venida al instante. Sencillo. Pero esta vez te vale madre la técnica. Inicias con una velocidad interesante ni tan rápida ni tan lenta, suficiente, yo jadeo y estoy tan húmeda…. Introduces dos dedos de una en mi vagina, sin piedad, y al ritmo mueves la lengua con un clítoris de más hinchado ¡Para! Te digo, no haces caso, sigues. Jadeo, sudo, grito, gimo, te muerdo, te araño, me aprieto, tiemblo… ¡Ya! Me volteas, aún sigo temblando, me nalgueas, y me penetras. Sigue tan duro como aquella primera vez. Tú cuerpo cambió, pero tu pene sigue intacto, tan fuerte, tan duro, tan tuyo. Lo metes y sacas lentamente. ¿La técnica? Al diablo la técnica, rápido que estoy al punto. Me jalas el cabello, tú posición de poder la disfrutas, te gusta, jadeas, gimes. Cierras los ojos, alcanzo a ver por el gran espejo que está frente a nosotros, no pienso a quién te estarás cogiendo, no me importa. Me aprietas más, me nalgueas, gritas, yo tiemblo, tú tiemblas, los dos sincronizamos la respiración e increíblemente  ¡Se acabó! Te tiras a la cama, me pongo a tú lado.  Tomas el control del televisor y preguntas:

-          ¿Y entonces? ¿Cuándo te vas con tu marido?


-Nacori López-