miércoles, 30 de junio de 2010

De cómo un hombre cualquiera despertó sintiendo que algo había cambiado.

Despertó ese día con una sensación de incertidumbre. No sabía para qué el despertador puesto a las siete menos quince de la mañana le recordaba que ya la noche había terminado. Su ropa de trabajo aun estaba puesta, no había conseguido desnudarse antes de ir a la cama, como no lo había conseguido hacer desde la última que llevó a una prostituta con deseos de fornicarla.
Urgó en los bolsillos del pantalón y aún quedaban varios billetes de un dólar y unas cuantas monedas. Catorce setenta y cinco en total. Una cajetilla de cigarrillos estrujada por los movimientos en solitario en su cama, un pañuelo con restos de sangre y sollozo y nada más.
Apenas y pudo incorporarse e inmediatamente vio que la carta de la instituciòn para la cual trabajaba, en la que le ultimaban de su despido, se encontraba brevemente doblada sobre el escritorio junto a la foto de la vez que estuvo cerca de una presentadora de noticias como recuerdo.
Sintió como la mierda le recorría en la garganta cada vez que intentaba respirar. No era que precisamente le chorreara la mierda sino la sesación de habersela hartado era lo que le incomodaba. Rascó sus testículos como cada mañana desde que su razón le recordaba y su memora empezó a fallarle. Se dirigió directamente a la cocina a buscar algo para desayunar, abrió el refrigerador y apenas encontró restos de pan, agua en botellas de plástico rehusados, escarcha, escarcha y más escarcha. Bebió un poco del agua e intentó macerar el pan. Fue imposible.
Al llegar a la sala, o mas bien lo que simulaba una sala, se sentó en el viejo sofá, tomó un periódico de tres días antes y se fue directamente a los clasificados en busca de un empleo. Ahí racionalizó que no sabía hacer nada. Absolutamente nada que no fuera estar sentado frente a una computadora bebiendo café y monitoreando los noticiarios. Pero esas cosas de repartidor, cobrador, asistente, no le decían nada acerca de sus capacidades. Mucho menos esas penosas labores de médico, abogado o administrador de empresas.
Pasó una a una las páginas y encontró la sección de servicios profesionales. Dio un ligero bostezo mientras el escozor en los huevos volvia a distraerlo. Su estómago le reclamaba y no le daba atención. Ahí había un llamativo anuncio que le invitaba a hacer uso de los servicios profesionlaes de un psicólogo. Experto en depresiones. Con estudios a nivel de maestría en psicoanálisis e hipnosis en prestigiosas universidades de México y Argentina. Ya no sufra mas los efectos de la crisis económica, rezaba el clasificado. Llámenos. Será un gusto atenderele.
Anotó el número telefónico anexo e inmediatamente lo digitó con la esperanza de no terminar el poco saldo restante en su teléfono móvil. Una voz femina atendió, algo que le pareció muy sensual. Clínica del Licenciado... Preguntó acerca de lo que se ofrecía en el periódico y para su sorpresa el profesional además era experto en Feng Shui, filosofía Zen, Tantra, Bioterapia y cuanta cosa sirviera para hacerlo sentir menos miserable se pudiera imaginar. Y sí, ademàs confirmó que podía sacarlo de su angustia debido su nueva situación de desempleado. Todo por la módica suma en honorarios (porque no se considera un pago, en sentido estricto) de 45 dólares una sesión de 30 minutos. Sorpendido por los precios parecidos a lo que pagaba 2el rato" en aquel bar internacional, expresó es mucho dinero; tanto que no podría pagar justamente porque no tenía un empleo, a lo que amablemente la recepcionista contestó con un "en ese caso no podemos atenderlo, gracias por llamar" y un inmediato corte de la llamada le devolvió la incertidumbre.
Decepcionado colocó sus zapatos, hizo un intento de ordenarse el pelo, tomó las llaves y salió de su casa. A esa hora, una pequeña iglesia lo invitaba a incorporarse para tener la salvación en sus últimos dias de vida. Al menos ahí podria encontrar algo para comer...

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