martes, 23 de abril de 2013

Típica historia de amor


Ahí estás tú, como siempre. Acostado. Tienes esa típica sonrisa burlona tan tuya. Aviento todo, mochila, bolsa, zapatos, brasier, pantalón, camiseta y me echo a la cama. Es hora de dormir, supongo. Me preguntas que cómo me fue  ¿Cómo va a ser? Como siempre, las cosas pasan exactamente igual día tras día desde que estoy ahí, pareciera que el sol se mete o sale por lugares distintos pero no, siempre es por donde mismo a la misma hora, en el lugar de toda la vida. Te digo que te extrañé, que hicieron falta tus pies calientes para mis noches frías, no me crees. Pareciera que estás empeñado en creerte todas esa basura que publican por ahí sobre el amor, que la media naranja, que el hombre –o la mujer – para toda la vida, que las cursilerías esas que no cesabas en decir que no te gustaban y que ahora no están, que la puta fidelidad. Volteo a verte con cara de déjame  leer en paz. Volteo al otro lado, te arrejuntas a mí y me preguntas que sí estoy enojadita. ¡Qué va! ¿Enojarme contigo? Sí, la verdad me enoja que creas todas esas estupideces y además las reproduzcas solo para complacencia de los otros. Me enoja que esté y que no estés por andar pensando en que no estoy cuando realmente estoy ahí, a tú lado. Mientras pienso lo que no te digo me acaricias, tantos años te dan la sabiduría para conocer los puntos perfectos, esos que tú sabes tocar y que me impiden ponerte resistencia. Besas mi cuello y murmullas yo no sé qué cosa en mi oído. Me derrito y se nota, estoy tan húmeda que un riachuelo se cuela entre tus manos mientras hurgas por mi clítoris. También lo sabes manejar, siquiera es necesario darte instrucciones, las conoces. Vuelves a mi pecho, te abalanzas, los aprietas. Chúpamelos, te digo, no haces caso, sabes que es mejor acariciarlos y que yo muera para que hagas algo que no sea solo tocarlos ¡Carajo, que los chupes! Me haces caso y además los muerdes, lo puedes hacer, es de esas pocas veces en que puedes hacer conmigo lo que se te dé la gana. Te aviento la cabeza, claro que vas abajo. Me dices qué hace cuánto no ha pasado una tijera por ahí. Debe ser lo suficiente. Te abres paso entre esa maraña de vello púbico despeinado y negruzco, estás ahí y lengüeteas todo alrededor pero nunca en el punto, te jalo, me ves, paras, te gusta verme desearte, te gusta que te diga lo que quiero que hagas aunque sepas qué hacer. Y vuelves.  Estás en mi clítoris, que para esas horas deja de ser tan mío y ya es nuestro. La técnica es sencilla: lento primero y le imprimes velocidad según vayas viendo mis jadeos y cuando la temblorina es inminente, introduces un dedo o dos, los dedos y la lengua al compás y venida al instante. Sencillo. Pero esta vez te vale madre la técnica. Inicias con una velocidad interesante ni tan rápida ni tan lenta, suficiente, yo jadeo y estoy tan húmeda…. Introduces dos dedos de una en mi vagina, sin piedad, y al ritmo mueves la lengua con un clítoris de más hinchado ¡Para! Te digo, no haces caso, sigues. Jadeo, sudo, grito, gimo, te muerdo, te araño, me aprieto, tiemblo… ¡Ya! Me volteas, aún sigo temblando, me nalgueas, y me penetras. Sigue tan duro como aquella primera vez. Tú cuerpo cambió, pero tu pene sigue intacto, tan fuerte, tan duro, tan tuyo. Lo metes y sacas lentamente. ¿La técnica? Al diablo la técnica, rápido que estoy al punto. Me jalas el cabello, tú posición de poder la disfrutas, te gusta, jadeas, gimes. Cierras los ojos, alcanzo a ver por el gran espejo que está frente a nosotros, no pienso a quién te estarás cogiendo, no me importa. Me aprietas más, me nalgueas, gritas, yo tiemblo, tú tiemblas, los dos sincronizamos la respiración e increíblemente  ¡Se acabó! Te tiras a la cama, me pongo a tú lado.  Tomas el control del televisor y preguntas:

-          ¿Y entonces? ¿Cuándo te vas con tu marido?


-Nacori López-

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