jueves, 25 de abril de 2013

El pajarito se me iba


“Eres muy cómodo. Siempre te gusta que te vayan a ver. Porqué no por una vez en tu vida sales de esa pocilga a la que llamas casa y vienes tú a verme a ver a mí”. Esa fue la principal razón y no otra, la que me llevó a tomar mi maleta y salir de este pequeño manicomio para cruzar la frontera, verla y darle una buena dosis de amor subdesarrollado.
Había olvidado lo que era viajar fuera, más aún con esta apariencia de pecado original que me cargo y con un pasaporte que lo confirma. Los primeros trámites son normales. No hay mucho qué hacer más que enseñar tus credenciales en una oficina donde a nadie le importa lo que lleves metido en la mochila o en el culo. Ahí, ningún funcionario se cree que va cambiar el mundo por detenerte. A pesar de reconocer esto me saltan los nervios y evito hacer alguna estupidez. El resto del trayecto es dormir. Siempre he odiado esas películas malas que ponen en los autobuses. No sé que es peor, que las coloquen o que haya gente que disfrute verlas.
La segunda frontera es terrible. Si vas con barba eres terrorista. Si vas rapado, eres un pandillero. Si vas con el cabello como la alta alcurnia manda, eres un estafador, pues como es sabido esa gente no viaja en autobús, viaja en avión, por eso en el aire no hay tantos retenes. Así que igual no te salvas.
Fue llegando a la frontera y una vos acartonada anunciaba que tendríamos que bajarnos con todas nuestras cosas para ser registrados. Yo como he sido tratado como un delincuente casi toda mi vida, no me sentí sorprendido, así que al estacionarse el autobús, bajé, busqué mis cosas en el maletero y como el resto hice la fila para ser sensualmente tocado por alguno de esos oficiales con cara de piedra.
“Tienen que pasar a aquella habitación, ahí coloquen sus maletas en la mesa que está al centro y ubíquense alrededor”. Hice todo tal como lo indicaban. La maleta al centro sobre la mesa y me ubiqué como el resto alrededor. En eso entra un policía fortachón con aspiraciones de superhéroe. Nos dice que entrará un perro entrenado para descubrir drogas, así que ni que nos acercáramos. Luego entra otro oficial con un perro en la mano, tan pequeño que causó la risa a más de alguno. Olfateó todo. Me miró y recordé que habría sido buena idea lavar mis zapatos antes, pobre del can, no debe ser un buen trabajo para el.
Una vez pasado el circo del registro, el poli -el primero- saca una lista y anuncia, que mencionará unos nombres y esos irán pasando a un cuartito al lado. Comienza, “Fulanodetal, ciudadano colombiano”. Un tipo negro, calvo y enorme, levanta la mano, dice yo, y el oficial le señala por donde debe entrar. Toma sus cosas e ingresa al cuartito que de afuera se presentaba lúgubre. Luego el poli ve su lista y menciona mi nombre… ciudadano salvadoreño. Yo, como quien se ha ganado la lotería, tomo mis cosas y entro feliz de ser de los primeros en pasar, así al salir tendría tiempo de echar la siesta –pensé-. En eso, escucho la voz a mis espaldas. “El resto puede subirse al autobús”. Maldición, solo el colombiano y yo teníamos los méritos suficientes para ingresar al cuarto de las torturas fronterizas. En unos segundos solo imaginaba los dedos del poli fortachón introduciéndoseme para buscar hasta en el último rincón cualquier residuo de drogas. Lo único que podría encontrarme son cenizas de cigarrillo y un aire de metano. Me causaba cierta gracia imaginar la cara de frustración del tipo.
Cuando entré, al colombiano le habían sacado hasta el último trapo para revisarlo y haciéndole un montón de preguntas trataban de intimidarlo. Luego me toca a mí, pensé. Pero no, cansados de entretenerse con el otro, solo me dijeron que tomara mis cosas y que me largara de ahí.
Subimos al autobús y lo que seguía era una buena siesta hasta llegar a mi destino. De tanto pensar lo que haríamos con ella al llegar me dieron ganas de ser un Elvis Crespo autobusero, el tipo es mi referente. Hacerse la manopla en el baño de un avión. Tremendo.
Llegué. Me estaba esperando con una cara de enfado. “Llegas tarde”. Siempre llego tarde a todo, es mi destino, es la historia de mi vida; por ejemplo cuando quise ser del partido comunista me dijeron que hacía seis años que ya no existía. Lloré la muerte de Kurt Cobain cuatro años después, porque antes ni siquiera sabía de él. Tarde para todo, por eso siempre voy con prisas. Pienso que siempre se me hace tarde.
¿Y qué haremos? ¿Qué tienes pensado? “Nada”. Pero como, me haces venir y no has pensado en qué haremos. “Debes dejar de ser tan cuadrado. Deja que las energías del cosmos fluyan, no trates de controlar al universo sino que el te dicte tus acciones”. Cuando escuché eso, sentí que el pajarito se me iba volando. Cómo pude venir hasta acá para sujetarme al universo misterioso cuando en todo caso, lo que más quería era penetrar el enigma que se esconde tras esa maraña de vello púbico.
Cuando desperté aun iba en el autobús. Faltaban unas cuantas horas para llegar. La luz que indica el estado del baño estaba en verde. Me levanté y me encerré ahí un rato. Qué difícil es cuando todo se agita a tu alrededor.

2 comentarios:

  1. Jajajaja, me ha encantado este relato... es que hasta me imagino tu cara en cada momento.

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