viernes, 11 de marzo de 2016

Discúlpeme la bulla

Discúlpeme la bulla

Erick Tomasino.

Discúlpeme la bulla, se sube alguien al autobús y canta inoportuno la canción de moda mientras promete no meternos la daga si le damos alguna ayudadita.

Repiten en las calles que la culpa de todo es de los políticos, refiriéndose por políticos a la gente de saco y corbata que desfila por las instituciones del Estado.
Algunos de estos políticos se defienden y dicen que la culpa es de los periodistas, refiriéndose a aquellos que trabajan para los grandes medios de comunicación que repiten las mentiras que sus dueños les ordenan.
Algunos de ellos se defienden y dicen que no todos son iguales, lo que pasa es que unos siguen órdenes y lo hacen por hambre, mientras por las calles pasa un joven -mochila al hombro- ofreciendo café instantáneo.
Los empresarios se quejan vociferando que el principal problema es la delincuencia, refiriéndose por delincuencia a los pobres, mientras huyen sigilosos a contar dinero mal habido.
Un hombre empobrecido dice que el problema son los otros pobres que son güevones que no quieren trabajar, mientras cuenta las monedas para fotocopiar por enésima vez su hoja de vida.
Discúlpeme la bulla.
Lo que pasa es que aquí hace falta educación, le responde alguien vestido con el uniforme de la escuela militar.
O será la falta de cultura, le reclama una muchacha que en su regazo lleva un libro de cómo vestirse mejor para quedar bien con su marido.
Unos poetas dicen –con su aura incólume- que el problema es que los artistas no se unen, argumentando que la unidad va desde el vocero de la cámara de comercio hasta la que vende quesadillas en una esquina del centro de la capital (que también es poeta pero nadie la ha tomado en serio) y se van a su encierro para sacarle la fresa a las musas tropicales.
Discúlpeme la bulla, la interrupción, continúa el chico cantando mientras ya nadie le escucha. Unámonos todos en oración –solicita- asumiendo que todos pertenecemos a su misma secta.
Y tras aquello todos cerramos los ojos cada quien confiado que su razón es la única verdadera, esperando que el chico se baje para volver a sacar el teléfono inteligente.


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