jueves, 11 de diciembre de 2008

La misma calle el mismo bar

Al fondo sonaba... "Yo me siento bien es como hablarle a la pared..." -Es de Fito Paez- se dijo a sí mismo aunque no recordaba con exactitud el nombre de la canción y, sin saber porqué, se sentía identificado con ella.
Como siempre se sentó a la barra no sin antes dar una vista panorámica al bar, nuevamente buscando infructuosamnte una persona con quien podría solamente hablar. Pidió una cerveza e intentó dibujar una sonrisa en su rostro como para dar la imagen que no le importaba estar, inavariablemente, solo.
Ya a la segunda cerveza, un tipo, con rostro de angustia se sentó en uno de los bancos junto a él. Pidió una cerveza e hizo un gesto convencional de saludo moviendo nada mas la cabeza. Miró hacia todos lados y luego se dirijió a él espetando: ¿viene seguido acá?
-Normalemte, pero no soy muy asiduo- respondió como si de un interragorio obligado se tratara.
El reloj avanzaba en cada sorbo de la fría cerveza, y luego de la tercera, la confianza de los tipos solitarios de la barra empezaba a crecer. Luego hablaron de estudios, de trabajo, de problemas. y hasta el que servía los tragos se inmiscuyó en la incipiente conversación.
Estaba a punto de irse, convencido que la plática no pasaría de lo superficial, cuando vio entrar a la mujer por quien alguna vez se había encantado de volver al bar. Venía tímidamente sonriendo, dando pasos cálculados. Caminaba hacia la barra. Y decidió pedir la siguiente cerveza.
Mientras reconocía que su estado de ánimo cambiaba con la imprevista aparición de la hermosa mujer, y la canción sonaba "curioso pétalo de sal, la misma calle, el mismo bar. Nada le importa a la ciudad si nada espera..." Se sorprendió al percatarse que tanto el tipo como la mujer incógnita se tomaban cariñosamente de la mano, se daban un abrazo mas allá de un abrazo de felicitaciones, al punto de terminar las sonrisas con un apasionado beso, mientras sentía la cerveza con mas dificultad de pasar por la garganta.
Eso sí, se deleitó cuando el la abrazaba por la espalda y mientras ella sonreía cerraba los ojos, con gesto de satisfacción.
Como pudo exprimió hasta la última gota de su bebida, pagó y salió del bar tropezándose con un par de mesas. Desde ese día, jamás nadie lo ha vuelto a ver.

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