miércoles, 10 de octubre de 2012

El viento disipa las pasiones


El viento disipa las pasiones

Por: Venancio Guerrero

El día estaba con rostro de felicidad. Las personas caminaban en su mundo. Trabajo. Estudio. Rutina. No conseguían divisar con clareza aquella belleza del cielo azul. El Chico sí. El iba feliz para la universidad, que se encontraba en cualquier lugar de América Central. El Chico vislumbraba un día de amor. Se levantaba temprano. Tomaba un baño. Miraba al espejo, lo veía más bonito. Se arreglaba. Entraba en aquel autobús. Aquel mundo caótico. Un tráfico caliente. Los motoristas y sus locuras. Cada quien en su máquina buscando imponerse sobre los demás.

El Chico iba tranquilo para la facultad. Oía los gritos de los vendedores. Estaba más paciente aquel día. Llegaba el tipo de la pandilla. “Soy de la M18. Podría estar matando, pero prefiero pedir y no robar”. El Chico daba dinero con resentimiento. Así era su rutina. Pero aquel día tenía otro color. Había dicho a su abuela. “¿No ve algo de diferente? El volcán está tan bonito. Parece que es una coliflor. Esos árboles son los mismos de esta comida. Dan ganas de comerse el volcán. El ambiente está con cara de amor”. La abuela sonreía, sabía que su nieto tenía golpeado el corazón.

Llegaba a la universidad. Los árboles. El sentimiento de estudios. Las personas con sus colores y sus perfumes. Los profesores y sus pruebas. Las diversas discusiones. Él olía aquel lugar sin la lógica de siempre. El Chico veía todo con cierto aire de poesía. Aquel día era suyo y de nadie más. El Chico estaba con su camisa nueva, cabellos bien peinados, jeans bien planchados. Era delgado, moreno, cabellos negros, mirada tímida. Estaba más confiado. ¿Qué era tan importante?

Era el día de su gran declaración. Para él era difícil tomar estas decisiones. Tenía más de 20 años, pero eso no quitaba su vergüenza con las mujeres. Se complicaba para hablar. Siempre era muy difícil. El frío en la boca. El nexo de las palabras. El sentido fuerte de aquellas expresiones. El decir algo. El miedo de un “no”. El orgullo. La frialdad en la reacción. Él temblaba. Muchas veces no decía nada. Se quedaba callado. La Chica reía. Era una desgracia para él. No querer ser tan vergonzoso. Un extranjero le había dicho que la timidez era común para aquel pueblo. Pero él era de una vergüenza especial. Sufría con eso.

Amaba a las chicas. Era como un ángel. Siempre cuidándolas. Era su amigo. Por eso lo manipulaban. Ellas no querían aquel amor y sensibilidad. Ellas gustaban que quedase cerca, que él hiciese todo. Pero ellas no daban amor. Al final decían. “Es mejor que seamos buenos amigos”. Él tenía aquella dificultad. Trataba de ser objetivo desde el principio. Desde el comienzo dar el tono caliente de la relación. Pero siempre quedaba amigo de todas. Ellas acababan con las mismas palabras. Era una dialéctica torturante.
Había tenido sus pretendientes. Todo medio arreglado. La mejor amiga del hermano. La ayuda del amigo. El comienzo maldito. La Chica que se le declaraba. Él no tenía el mismo sentimiento. Enamoraba para sentirse vivo, sin sentimiento recíproco. De hecho, él nunca había tenido novia, por el mismo, jamás un sentimiento verdadero. Él nunca había logrado seducir. Las cosas sucedían siempre por elementos externos, en el desenlace insincero. En el adiós frío y rencoroso.

¿Ahora sería diferente? Ella había conocido aquella Chica hace poco tiempo. Eso evitaba el argumento de la amistad. Sería un no sin ilusiones. Pero, necesitaba pasar por aquellas derrotas. Era ya un pesimista con la respuesta, estaba feliz porque tenía valentía. Él no se sentía capaz de salir con aquella Chica. Cabellos negros. Sonrisa rígida. Sensualidad simple. Personalidad fuerte. Un cuerpo bien moldado, de esas Chicas que dominan a un hombre. Agresiva. Difícil de ser convencida.

Él era débil, no se creía bonito. Ellos frecuentaban un grupo de discusión política. Todos la amaban. Ella lo sabía. Jugaba con su belleza. Hasta los más fuertes habían padecido. Ella había rechazado a los más bonitos y dinámicos del grupo. Él era el más débil. No tendría la misma capacidad. Sería un “No” de hecho. Pero él estaba confiado en ser rechazado.

Él llegaba a la facultad. El sol estaba más bonito. Las personas tenían la misma cara de rutina. Los muros estaban pintados de consignas revolucionarias. Parecían más verdaderas aquel día. Se encontró con un amigo. Un rápido saludo. El centroamericano no era dado al sentimentalismo de los grandes saludos. Un ademán. Pronto. Se dirigía para su aula. No prestaba atención en nada de la clase de metodología científica. Eran las mismas frases cuadradas de siempre. Él estaba ansioso. Quería salir de aquel lugar caluroso. Cerrado. La clase terminaba.

Su corazón latía. Era el momento de su reunión. Después iría a llamar a la Chica para comer algo. Iría a ser directo. No conseguía el coraje para transmitir su romanticismo interior. Caminaba. Un pié. Otro. Miraba para sus zapatos, los veía amarrados. Sentía que su hálito no estaba tan fresco. Compraba un caramelo. Su cabello no estaba tan bien peinado. Iría al baño. Miraba. Se sentía más feo. Los pies temblaban. Quedaba pensando en la negación. El corazón latía más fuerte. Subía las escaleras. Se cansaba. Miraba la estatua de un viejo barbudo. Se sentía más parecido con aquella senilidad. Una paloma defecaba. El Chico se veía con vergüenza. Parecía que aquella mierda combinaba con la inutilidad de su ser. Iría a exponerse bastante. Parecía un chiquillo. Veía como ridículas las letras que había escrito en su diario y, los versos que había hecho para ella.

Él pensaba en posibilidades futuras. Sería bonito. Él habría de ser el mejor hombre para ella. Le amaría. Evitaría celos. No saldría sin ella. Nunca sería agresivo. Cantaría desde su corazón, con su guitarra, sus canciones sobre vidas, amores e injusticias. Estos pensamientos le dieron impulso. Caminaba con paso decidido. El corazón seguía siendo un martillo.

Él percibía de lejos aquel grupito. Las sillas de cemento, los árboles. Al amigo barbudo. Al otro delgado. La Chica tenía un color que destacaba. Hacía gesticulaciones. Estaba explicando su punto de vista. Su boca estaba casi cerrada. Su mirada era retadora. Expresión concluyente. Tenía una camiseta roja. “Mi corazón está a la izquierda”. Jeans. Tenis. La camiseta era muy pequeña y marcaba bien su trabajado busto, sin flacidez en el estómago. Cabellos largos. Sujetados. Él se iba aproximando. Ellos se saludaban. Ella sonreía. Aquello ablandaba las piernas del Chico. Él hacía una señal para todos, se defendía en la postura seria. Por dentro quería sonreír, abrazar a todos, besar aquella boca fina.

Se sentaba. Ellos discutían. Él miraba. Era de un color diferente. Estaba callado. Gustaba de oírla. La reunión era un desorden. Él odiaba aquello. Sin tiempo para asignar la palabra. Había intervenciones sin sentido, disparatadas. Él expuso su punto de vista decidido a poner orden en aquel caos. Los amigos hicieron malas caras, pero se callaron delante de aquellas verdades. La Chica asintió con una aprobación, admirada. La reunión acababa. Él llamaba a la Chica para conversar. Ella iba sonriendo. Él la invitaba a un café. Los amigos no intervinieron, olían las intenciones del Chico.

Él se sentaba en la banqueta. Miraba. Hablaba de una vez. Sin muchas vacilaciones, como si fuese un samurái decidido a matar de una vez, o un jugador de fútbol que tira la bola con decisión, sin mirar a marco, pero sabiendo donde está su objetivo.

- Mira, ¿sabías que me agradas? Me gustas. Quisiera salir contigo.

Ella sonrió. Él la miraba con una ansiedad del tamaño del universo. Su corazón era un volcán en erupción.

- También me gustas. ¡Sí! Me gustaría salir contigo.

Sus ojos estaban espectacularmente asustados. Sus manos sudaban. Él no creía en lo que estaba viendo. El corazón eran campanadas de ángel. La punta de la lengua se había adormecido, parecía que moría.

- No lo creo. Nunca tuve tanta suerte. Mi expectativa era otra. Nunca antes me habían dicho que “sí”.

Ella cambió un poco la expresión.

- ¿Ah sí? Entonces, no. Disculpa.

El la miró desconcertado. Pensando que estaba bromeando. ¿Sería algo de humor al inicio de la relación?

-¿Por qué? ¿Estás hablando en serio?

-Sí. No quiero tener una relación con alguien sin experiencia. Prefiero un hombre que sí ya la haya tenido.

El mundo giraba más rápido. Los ojos se calentaban. Pues él no esperaba aquello. El cielo era solo una fantasía que se deshacía con el viento de la tragedia. Ella se despidió con una sonrisa amarilla. Él no consiguió corresponder la despedida. Sus ojos estaban enceguecidos. El corazón callado. El gusto amargo. La humillación venía de un solo golpe. El cielo estaba negro. Iría a llover fuerte. El odio terminaba y la tristeza llegaba en seguida. El auto flagelo. Se sentía como el más completo idiota. “¿Porqué di esta respuesta? ¿Porqué?”. Él se había dado un tiro en su propio pié. Sentía el dolor la pólvora que llegaba hasta sus ojos. Tenía el mundo en sus manos y lo perdía en pocos segundos. Nunca había sentido tanta felicidad y tristeza en momentos tan próximos. El salía. Llovía. El agua limpiaba su corazón. El sufrimiento se curaría con el tiempo, en eso tenía esperanza.

El iría a quedar más deprimido. No iría a la facultad por una semana. Su abuela nunca sería tan comprensiva. No preguntaría nada. Solo actuaría para dejarlo más alegre. Procuraría conversar sobre cosas alegres. Lo invitaría para salir. Irían para el volcán. Para la playa. Ella daría libros de obsequio. Él se iría a levantar con el tiempo. No iría a frecuentar más el grupo político.

La Chica salía medio extraña de aquella conversación. Ella simpatizaba con el Chico. Hacía tiempo que quería tener una relación profunda. Estaba saliendo de una relación intranquila. Un hombre posesivo. Agresivo. Ella aún gustaba de él. Se sentía protegida. El tenía 30 años, ella 20. No conseguiría enamorarse de alguien menos experimentado. Pensaba en volver con él. Tal vez aceptaría tener su “primera vez”. Hacía un tiempo que él la presionaba. “Tú no quieres tener sexo conmigo. Porque en verdad ya perdiste la virginidad con aquellos niñitos politiqueros. Es eso. Tú eres una prostituta roja”. Ella lloraba. Nunca iría a traicionarlo. Pensaba en acabar la relación. Aquel Chico parecía más inteligente. Experimentado. Pero se engañaba. ¿Cómo alguien nunca había recibido un sí? ¿Será que él nunca salió con alguna mujer? No. No quería perder su virginidad con otro virgen. Se iría a traumar. Tendría que ser alguien con experiencia. Volvería con el Hombre. Tal vez lo amaría, el Hombre pararía de corresponderle con odio. Podría ser diferente, ellos serían buenos amantes. Ella era una niña, aún. Podría convertirse en mujer con aquel hombre.

La Chica comenzaba a marcar los teclados del celular. El aparecía como un fantasma a sus espaldas. La Chica decía “hola mi amor”. Una franca sonrisa. Ella lo besaba. ¿Vamos a salir? El consentía con un pequeño gesto. Ellos irían a un bar. Bebían. Ella contaba de su vida. Evitaba la política. Sabía que al Hombre no le gustaba. Sentía celos de los Chicos. Ella estaba alegre. El solo la escuchaba. La Chica estaba feliz por ver al Hombre sin rencor ni odio. Ella acariciaba su mano con delicadeza. Convidaba para salir con una mirada tierna. El consentía. El Hombre salía callado. La Chica hablaba alegre. Entraba en aquel carro blanco. ¿”Vamos al motel”? Preguntaba la Chica. “Tengo un lugar más bonito. Cerca de las estrellas. Más romántico”. Ella lo miraba con un romántico cariño.

El carro comía arena. Pasaba por un lugar sin asfalto. Entraba en curvas conturbadas. El polvo daba el tono a la velocidad. El corazón de la Chica palpitaba de amor. El Hombre estaba en una seriedad distante. Ella tocaba su mano. Él no correspondía. La oscuridad escondía fantasmas. El Chico lloraba en la cama. La Chica soñaba con ser mujer.

El carro se detenía. La Chica besaba al Hombre. El mordía sus labios, con mucha fuerza. Ella miraba asustada. Veía la expresión de odio. El Hombre levantaba su brazo. Cerraba aquella mano agresiva. Transcurría un tiempo y espacio pequeños. Golpeaba el pequeño rostro de la Chica. Ella volaba hacia el parabrisas. Para un observador externo aquella violencia desmedida duró diez segundos. Para la Chica la eternidad. Ella lloraba. Sangraba. El daba otro golpe, con más odio. Los ojos del Hombre eran sombras.

-¿Por qué? ¿Por qué?

-Tú, ¡prostituta roja! Piensas que no te vi. Tú estabas con aquel vagabundo comunista. Te seguí, Te espié. Estaban conversando. Sé que se relacionan. ¡Lo sé. Lo sé! Lo vi en tu sonrisa. Los ojos de niñita. Después no me quedé más. Aquello era de vagabundos que hacen orgías. Tienes sexo con todos ¿verdad? ¿Cuántas veces? ¿Cuántas? No me engañes putita. El tiempo acabó para ti.

-¡No! ¡No!! ¡No!!!

Ella lloraba. El arrancaba con fuerza su ropa. Los senos aparecían como grandes frutas del pecado. El hombre apretaba, mordía con fuerza. Maltrataba. Golpeaba. Ella lloraba. Era una niña. El sueño de la Chica se deshacía. El apretaba más. Golpeaba en aquellas piernas. Juegos de niños. Jalaba el pantalón con tanta fuerza que quemaba las piernas de la Chica. Ella se golpeaba con la cabeza en el vidrio. El vio la ropa interior de la Chica. Daba palmadas en sus glúteos. Apretaba a la Chica. Ella gritaba. Desesperada. “¡Para! ¡Por favor! ¡Para! ¡No! ¡No!” Sacaba aquel traje simple. El sexo de la Chica aparecía con ternura. El mordía. Mordía. Era un animal. Sus ojos perdían la vida. Reía. “Prostituta roja”. El hombre sacaba su sexo, su impotencia de macho venía de su corazón. Daba una risa alta y fuerte. “Yo soy el hombre aquí”. Agarraba aquella cabeza sangrando y lo golpeaba en aquel falo. Abría la boca de la Chica con fuerza. La hacía tragar su pene. Ella se ahogaba. El daba pequeñas nalgadas a la Chica. La pellizcaba. Apretaba. Gritaba. Aullaba. Enfilaba su objeto sexual con fuerza en el ano de la Chica. Ella gritaba. Un grito agudo. Desesperado. Despertaba los fantasmas de aquel mundo oprimido. Ella se callaba.

El hombre miraba. “Vagabunda, solo duermes conmigo, con los niños esos no. ¿No es verdad?” El comenzaba a dar puñetazos. Muchos. No se cansaba. Reía. Golpeaba. Más violencia. Había que sacar todo el odio que tenía dentro de sí. Ella se desmayaba. El abría la puerta. Delante del carro había un precipicio. El arrojaba aquel cuerpecito leve, en el vacío de aquel barranco oscuro y hondo. Oía el fuerte ruido del cuerpo chocando en las piedras y perdiendo la vida. Entraba. Prendía la radio. Oía reggaeton.

Dos semanas habían pasado. El Chico estaba con su guitarra. Ya no sentía tanto por la Chica. Hacía tiempo que no hablaba con sus amigos. Se había escondido. Estaba yendo para la facultad. Vio una foto medio pegada en un poste. Se acercó para mirar más de cerca. Eran los ojos de la Chica. Arrojaron su cuerpo al agua y fue encontrada muerta. El buscó a sus amigos. Ellos dijeron “fue violada y asesinada. Buscan a su ex novio. Un hombre grande y fuerte. Dicen que es hijo de gente importante. Parece que huyó hacia los Estados Unidos”. El corazón del Chico se paró por un segundo. No iría a llorar. Sentiría la necesidad de la vida. Se iría para la casa. Tocaría su guitarra. Soltaría pequeñas lágrimas. No iría al entierro. Estaría más callado. Habría una herida en su corazón, que nunca sanaría por completo. Siempre pensaría que faltaría movimiento en su vida. Pues ahora viviría por los dos. Por sí mismo, y por la vida no vivida de la Chica.

Traducción del portugués: Erick Barrera Tomasino

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