lunes, 27 de junio de 2016

HORIZONTES PREÑADOS

HORIZONTES PREÑADOS

Erick Tomasino.


-Todo va salir bien miamor- le dijo el Fox mientras la abrazaba y acercaba la cabecita de ella hacia su hombro.
En ese momento la Suri sentía que le lagrimaban los ojos, no de la emoción, sino por el exagerado olor a perfume que el Fox destilaba. Ella lo había tomado por sorpresa aquella mañana que llegó a buscarlo al trabajo para darle la noticia. El Fox no lo pensó dos veces y le dijo que ese era el mejor momento para irse. No le importaba si en ese instante no vestía adecuadamente o si estaban preparados para aquella aventura, nada importaba en esas circunstancias, de hecho el Fox sólo llevaba la ropa de vestir con la que acudía religiosamente todos los días a su oficina y nada más.
-Para la próxima no tenga pena de llamarme, nadie va saber que es usted- le pidió el Fox a la Suri.
Mientras le decía eso, la Suri se sacó su teléfono celular del brasier para verificar si había alguna llamada perdida, pero nadie, en aquel trajín, había intentado comunicarse con ella. Tampoco ella hizo el esfuerzo de avisarle a alguien, así el secreto sólo sería revelado con el transcurrir del tiempo. Reflexionó entonces que quizá de todos los artículos que pudo haberse llevado, aquel era el menos adecuado, a lo mejor no le pegara la señal, a lo mejor no le alcanzarían las dos coras que le restaban de saldo; igual aquellos pensamientos no eran los más importantes en ese momento.
El Fox no dejaba de abrazarla, se le notaba emocionado, eventualmente acercaba la cabecita de la Suri para darle besitos por todos lados.
-Ya va ver miamor cómo nos irá de bien. Es mejor que pasara de esta manera, así acabo todo de una vez. Vamos a ser felices. No se preocupe por ella que todo está terminado- y el Fox miraba esperanzado hacia todos lados como buscando la aceptación de sus palabras en el viento.
La Suri se emocionaba con aquellas palabras, pero también dudaba, tenía miedo de que las cosas no salieran tan bien como el Fox se las pintaba.
-Mejor bajémonos- le solicitaba ella medio temblorosa.
-Ya no podemos dar marcha atrás miamor- le indicaba él mientras la apretujaba con más fuerza y el olor de aquel perfume se desataba con furia. La Suri se arrepintió de haberle regalado el bote de loción para su cumpleaños, quizá no se imaginaba que no combinaba bien con el tufo a sobaco que el Fox emanaba con furia de macho pijiado.
La Suri sentía un revoloteo en el estómago. El cruce de emociones –pensaba- no le sentaba bien. En el camino le pidió a Fox que le comprara una gaseosa, él le compró la gaseosa y también un guacal de papitas de a dólar con todo y mayonesa para complacer los caprichos de princesa de la Suri. Mientras le pegaban mordiscos, él seguía prometiendo.
-Tengo un primo que me ha dicho que tiene un cuartito donde podemos vivir, con luz y agua, hasta baño propio tiene, imagínese miamorcito, que bonito ha de ser aquello. Es parte de las bendiciones que dios nos tiene preparado.
La Suri al contrario sentía que lo que les iba a llover era la furia divina que azota a las personas que cometen adulterio y de imaginarlo, un escalofrío le recorrió por todo el cuerpo, tanto así que sentía que ni las papas le pasaban por el buche y el retorcijón en el estómago se hacía más intenso. Pero se imaginaba compartiendo aquel cuartito con luz y agua y con su propio baño, parecía un sueño, jamás había vivido en esas condiciones y le resultaba demasiado bueno para ser verdad.
El Fox no paraba de hablar y de endulzar el oído de la Suri con interminables promesas. Cada vez que le quería decir algo la acercaba con fuerza hacia él como para decirle un secreto poco disimulado. La Suri cerraba los ojos sintiendo cómo le penetraba el intenso olor a perfume. Se acordó así de aquella noche en que el Fox llegó a celebrar su fiesta de cumpleaños en el chupadero donde ella trabajaba, como ya le había puesto el ojo, ella le obsequió una cajita envuelta con papel lustre que en su interior contenía el frasquito de loción comprado por catálogo que en el anuncio, prometía ser una fragancia seductora.
Aquello fue el detonador para que el Fox, ya con varios tragos encima, le propusiera a la Suri que esa noche se fueran a un motel para terminar felices su noche de cumpleaños. Ella como ya lo tenía previsto le dijo que sí y fue así como ya medio encandilados se fueron a encerrar las horas que duraba la promoción para amarse como adolescentes en celo. También esa noche se descifraron futuros inciertos y confesiones poco esperadas por ella, como la declaración de que el Fox era un hombre casado. Aún con ello, la Suri le dijo que no importaba, que si lo sabían disimular no habría problema. Eso le dijo aquella noche mientras retozaban y el Fox, ya bastante entonado, se quedó dormido.

Ensimismada en aquel recuerdo estaba la Suri cuando el Fox la interrumpió ofreciéndole un porvenir lleno de ilusiones. Le hacía creer que irse a la mierda era la mejor decisión que podían haber tomado. Quería establecer con ella una relación formal, hacer una nueva vida, le proponía que en aquel sitio hacia donde se dirigían, él podría encontrar un mejor trabajo y ella podía seguir con su oficio de mesera y recibir jugosas propinas en otro chupadero o quizá en algún sitio de caché. El primo lo resolvería todo. De esa manera vivirían por el resto de sus días.
El Fox no paraba de hablar, estaba como alocado, como si una fuerte dosis de psicoactivos se había apropiado de él. Miraba hacia todos lados como quien es perseguido, suspiraba y reía. Su emoción era desbordante y eufórico apretó con todas sus fuerzas a la Suri para darle un profundo beso.
-Me va a destripar la criatura –le dijo ella con sorpresa.

Él se apartó un poco, suspirando miró hacia la ventana, después de un largo silencio, ambos se apoyaron en el asiento de adelante e intentaron dormir. Era mejor descansar un poco para asumir con nuevas fuerzas lo que se les venía. Mientras tanto, el bus continuaba su camino rumbo a aquel horizonte carcomido de inquietudes.

jueves, 16 de junio de 2016

El examen de admisión

El examen de admisión


Erick Tomasino.

Alguien me dijo antes de iniciar el examen de admisión: “Lo difícil no es entrar a la Universidad, lo difícil es salir” con los años le daría la razón.
Todo el mundo hablaba en el bachillerato del famoso y muy temido examen de admisión de la UES, lo hacían ver como si fuera una de las cosas más complejas del mundo, aún había cierto prestigio en el nivel académico, por lo que se decía que no cualquiera entraba. En medio de esas conversaciones nos avisaron que podíamos comprar un temario para orientarnos sobre lo que debíamos estudiar.
Es así que un día volví a la Facultad en busca de aquel texto, lo primero que se me ocurrió fue preguntar en la Administración Académica pero me informaron que ellos no lo vendían, que si quería que preguntara en alguna fotocopiadora, pregunté donde había una y me indicaron un sitio al cual acudí.
El lugar estaba a la par del aula 6 y era un cuartito con una fotocopiadora y un montón de gente entrando y saliendo, muchos medio barbados, con camisetas, algunos con la imagen del Che y supe que aquello era la Asociación General de Estudiantes de la Facultad Multidisciplinaria de Occidente (AGEFMO) ahí me ayudaron para ubicarme, incluso para saber exactamente en qué aula me correspondía hacer el examen, dato que antes no tenía. La amabilidad de aquellos muchachos contrastaba con las formas pesadas con las que algunos funcionarios de la universidad trataban a las/os aspirantes.
Conseguí aquel famoso temario y lo leí de pie a pa.
Se llegó el día de examen, llegué bien tempranito en la mañana. Había muchos jóvenes entusiasmados, otros nerviosos y algunos pocos muy confiados. Yo estaba curioso por descubrir quiénes serían mis compañeros de aula, así conocí a Martín, Ronald y otros que en su mayoría no superarían el primer ciclo.
Terminé el examen sin ningún problema, salí del aula y como me gustaba aquel ambiente decidí quedarme un rato más. Nos juntamos con alguna gente del bachillerato que andaban por ahí para comentar cómo nos había ido, más de alguno aprovechó a fumar a modo de respirar la “libertad” de ser potenciales universitarios.
Yo admiraba todo a mi alrededor, me gustaban los murales y me imaginaba caminando aquellos pasillos con mi pelo largo y talvez siendo uno de aquellos muchachos que vi en AGEFMO.
Días después, aparecerían los resultados en los periódicos. Me entusiasmé mucho al ver mi nombre en la lista de aceptados. Estaba muy contento. Se vendrían nuevas experiencias…


lunes, 13 de junio de 2016

Noctámbula en el bulevar

Noctámbula en el bulevar

Erick Tomasino.

Él caminaba con paso cansado sobre el bulevar, no sabía el porqué de aquel nombre afrancesado si en realidad se parecía a todas las calles de la zona. Talvez una acera más ancha, quizá un arriate pronunciado en el medio. Él llevaba a cuestas una bolsa negra de plástico de esas que se utilizan para jardinería o para cuando se acumula la basura en las casas de bien.
Él pensaba sentarse en su sitio acostumbrado en la acera para deleitarse con su medio litro de aguardiente mientras observaba como Ella se ganaba la vida toreando a los automóviles ofreciendo sus servicios de prostituta. Ella, era un travesti que aun naciendo hombre se hacía llamar a sí misma de Ella. Él lo sabía aunque entendiera poco sobre el tema. A Ella no le importaba lo que pensase Él, de hecho lo detestaba. Lo único que le interesaba es que eventualmente Él le convidara a unos tragos mientras Ella descansaba después de haber estado con algún cliente.
Él se sentó en la acera y de la bolsa negra sacó su medio litro de aguardiente, lo acababa de comprar en el expendio nº 49, lo destapó golpeando previamente el culo de la botella con el codo a modo de poder sacarle el diablo, lo giró y lo desenroscó con furia, lo destapó y se lo empinó. Deseaba en ese momento por lo menos tener un gajo de mango verde para pasarse el ardor que sentía en la garganta, pero no estaba en condiciones para satisfacer sus caprichos de bolo así que le tocó beber de aquello con boca de paisaje.
Él, sentado con su espalda contra una pared que hedía a orines y rodeado de envoltorios de condones y colillas de cigarro observaba silencioso. Nada le importaba. Aquella pose, más que la de un mendigo sin preocupaciones, parecía a la de Adán en la Creación de Miguel Ángel. Era demasiado noche y hacía mucho calor. No había muchos transeúntes, casi no pasaban vehículos y sabía que eso irritaba a Ella que seguro le daría una puteada descargando toda su frustración contra Él. Pero no fue así.
-Está cabrona la noche –dijo Ella- mirando con desprecio a Él. Ni un cliente en todo lo que llevo acá. Parece que en estos tiempos el pisto no alcanza casi para nada, mucho menos para el placer.
-Ha de ser la inflación –reflexionó Él musitando-.
-Inflación es la que te podría provocar –papacito- si tuvieras unos cinco dólares para mamartela.
Esto último lo dijo sin convencimiento pues asumía que Él apenas llevaba unas cuantas monedas para comprarse su licor y que por su apariencia a lo mejor y ya no se le inflaba la moronga pese a las prometedoras succionadas que Ella le ofrecía. Ella lo detestaba, le daba asco. Él sentía una especie de amor-odio por Ella pero le daba igual.
En eso, un carro se acercó con las luces bajas, las luces parpadearon y Ella sabía que era una señal para acercarse cuando éste se detuviera. El auto –que parecía ser de último modelo- se paró y quien iba en su interior apagó todas las luces. Ella se acercó con paso melódico, esperando que el vidrio del lado del conductor se bajase, como suele acostumbrarse en estos casos. Él observaba con atención la escena mientras se rascaba los huevos. Nunca le han gustado las personas que se conducen en aquel tipo de vehículos que aparentan ser gente de mal haber. Dio otro trago a su botella y siguió mirando.
El tipo del auto bajó un poco el vidrio, no se dejaba ver pero de lejos se sugería una cabeza calva, parecía que habían iniciado la negociación con Ella. Él no lograba escuchar nada y sólo veía los ademanes que hacía Ella como indicándole un precio con los dedos, primero con los de una mano y luego con los de ambas. Ella se ajustaba su apretado vestido, miraba de un lado hacia otro, sacó un cigarrillo de su cartera y se lo llevó la boca, el hombre del auto le ofreció lumbre y Ella lo aceptó acercándose un poco más a la ventana.
Así pasaron varios minutos hasta que ella le dijo un “no” con la cabeza y escupió al suelo. El tipo del auto la tomó con fuerza por la nuca e intentó acercarla hacia él, Ella se resistió y trató de retroceder hasta que lo consiguió con dificultad, se veía asustada pero como pudo se apartó y le dio un carterazo a la puerta del auto y le gritó angustiada frases que advirtieron a Él que la cosa se estaba poniendo peluda. “Hijo de puta maricón” gritó Ella. El hombre del auto abrió la puerta y se bajó, parecía que quería hacerle daño a Ella, la tomó por la muñeca y forcejearon un buen rato.
Él hurgó en su bolso y sacó una pistola, se puso de pie, apuntó y disparó. Ella y el hombre del auto cayeron de bruces al suelo como sincronizados. Él se acercó y vio que le había destripado los sesos al hombre del auto. Ella se mantenía inmóvil pero no estaba herida, se había desmayado del susto. Él se hincó y se acercó al rostro de Ella. Le aventó todo su aliento, el intempestivo olor a guaro la despertó. Él la arrastró hacia la orilla del bulevar, la levantó, tomaron sus cosas y se fueron con paso lento por un callejón oscuro.
En el camino Él se rascó los testículos y luego se llevó los dedos hacia la nariz como queriendo adivinar los olores. Se acercó a la botella de aguardiente y se la empinó. Apuraron el paso hasta perderse en la bruma.

Por la mañana querrían saber qué dirían en los periódicos.