El viento disipa las pasiones
Por: Venancio
Guerrero
El día estaba con rostro de felicidad. Las
personas caminaban en su mundo. Trabajo. Estudio. Rutina. No conseguían divisar
con clareza aquella belleza del cielo azul. El Chico sí. El iba feliz para la universidad,
que se encontraba en cualquier lugar de América Central. El Chico vislumbraba
un día de amor. Se levantaba temprano. Tomaba un baño. Miraba al espejo, lo
veía más bonito. Se arreglaba. Entraba en aquel autobús. Aquel mundo caótico. Un
tráfico caliente. Los motoristas y sus locuras. Cada quien en su máquina
buscando imponerse sobre los demás.
El Chico iba tranquilo para la facultad. Oía los
gritos de los vendedores. Estaba más paciente aquel día. Llegaba el tipo de la
pandilla. “Soy de la M18. Podría estar matando, pero prefiero pedir y no robar”.
El Chico daba dinero con resentimiento. Así era su rutina. Pero aquel día tenía
otro color. Había dicho a su abuela. “¿No ve algo de diferente? El volcán está
tan bonito. Parece que es una coliflor. Esos árboles son los mismos de esta
comida. Dan ganas de comerse el volcán. El ambiente está con cara de amor”. La
abuela sonreía, sabía que su nieto tenía golpeado el corazón.
Llegaba a la universidad. Los árboles. El
sentimiento de estudios. Las personas con sus colores y sus perfumes. Los
profesores y sus pruebas. Las diversas discusiones. Él olía aquel lugar sin la
lógica de siempre. El Chico veía todo con cierto aire de poesía. Aquel día era
suyo y de nadie más. El Chico estaba con su camisa nueva, cabellos bien
peinados, jeans bien planchados. Era delgado, moreno, cabellos negros, mirada
tímida. Estaba más confiado. ¿Qué era tan importante?
Era el día de su gran declaración. Para él era
difícil tomar estas decisiones. Tenía más de 20 años, pero eso no quitaba su
vergüenza con las mujeres. Se complicaba para hablar. Siempre era muy difícil.
El frío en la boca. El nexo de las palabras. El sentido fuerte de aquellas
expresiones. El decir algo. El miedo de un “no”. El orgullo. La frialdad en la
reacción. Él temblaba. Muchas veces no decía nada. Se quedaba callado. La Chica
reía. Era una desgracia para él. No querer ser tan vergonzoso. Un extranjero le
había dicho que la timidez era común para aquel pueblo. Pero él era de una
vergüenza especial. Sufría con eso.
Amaba a las chicas. Era como un ángel. Siempre
cuidándolas. Era su amigo. Por eso lo manipulaban. Ellas no querían aquel amor
y sensibilidad. Ellas gustaban que quedase cerca, que él hiciese todo. Pero
ellas no daban amor. Al final decían. “Es mejor que seamos buenos amigos”. Él
tenía aquella dificultad. Trataba de ser objetivo desde el principio. Desde el
comienzo dar el tono caliente de la relación. Pero siempre quedaba amigo de
todas. Ellas acababan con las mismas palabras. Era una dialéctica torturante.
Había tenido sus pretendientes. Todo medio
arreglado. La mejor amiga del hermano. La ayuda del amigo. El comienzo maldito.
La Chica que se le declaraba. Él no tenía el mismo sentimiento. Enamoraba para
sentirse vivo, sin sentimiento recíproco. De hecho, él nunca había tenido
novia, por el mismo, jamás un sentimiento verdadero. Él nunca había logrado
seducir. Las cosas sucedían siempre por elementos externos, en el desenlace
insincero. En el adiós frío y rencoroso.
¿Ahora sería diferente? Ella había conocido
aquella Chica hace poco tiempo. Eso evitaba el argumento de la amistad. Sería
un no sin ilusiones. Pero, necesitaba pasar por aquellas derrotas. Era ya un
pesimista con la respuesta, estaba feliz porque tenía valentía. Él no se sentía
capaz de salir con aquella Chica. Cabellos negros. Sonrisa rígida. Sensualidad
simple. Personalidad fuerte. Un cuerpo bien moldado, de esas Chicas que dominan
a un hombre. Agresiva. Difícil de ser convencida.
Él era débil, no se creía bonito. Ellos frecuentaban
un grupo de discusión política. Todos la amaban. Ella lo sabía. Jugaba con su
belleza. Hasta los más fuertes habían padecido. Ella había rechazado a los más
bonitos y dinámicos del grupo. Él era el más débil. No tendría la misma
capacidad. Sería un “No” de hecho. Pero él estaba confiado en ser rechazado.
Él llegaba a la facultad. El sol estaba más
bonito. Las personas tenían la misma cara de rutina. Los muros estaban pintados
de consignas revolucionarias. Parecían más verdaderas aquel día. Se encontró
con un amigo. Un rápido saludo. El centroamericano no era dado al
sentimentalismo de los grandes saludos. Un ademán. Pronto. Se dirigía para su
aula. No prestaba atención en nada de la clase de metodología científica. Eran
las mismas frases cuadradas de siempre. Él estaba ansioso. Quería salir de
aquel lugar caluroso. Cerrado. La clase terminaba.
Su corazón latía. Era el momento de su reunión.
Después iría a llamar a la Chica para comer algo. Iría a ser directo. No
conseguía el coraje para transmitir su romanticismo interior. Caminaba. Un pié.
Otro. Miraba para sus zapatos, los veía amarrados. Sentía que su hálito no estaba
tan fresco. Compraba un caramelo. Su cabello no estaba tan bien peinado. Iría al
baño. Miraba. Se sentía más feo. Los pies temblaban. Quedaba pensando en la
negación. El corazón latía más fuerte. Subía las escaleras. Se cansaba. Miraba
la estatua de un viejo barbudo. Se sentía más parecido con aquella senilidad. Una
paloma defecaba. El Chico se veía con vergüenza. Parecía que aquella mierda
combinaba con la inutilidad de su ser. Iría a exponerse bastante. Parecía un
chiquillo. Veía como ridículas las letras que había escrito en su diario y, los
versos que había hecho para ella.
Él pensaba en posibilidades futuras. Sería bonito.
Él habría de ser el mejor hombre para ella. Le amaría. Evitaría celos. No
saldría sin ella. Nunca sería agresivo. Cantaría desde su corazón, con su
guitarra, sus canciones sobre vidas, amores e injusticias. Estos pensamientos
le dieron impulso. Caminaba con paso decidido. El corazón seguía siendo un
martillo.
Él percibía de lejos aquel grupito. Las sillas de
cemento, los árboles. Al amigo barbudo. Al otro delgado. La Chica tenía un
color que destacaba. Hacía gesticulaciones. Estaba explicando su punto de
vista. Su boca estaba casi cerrada. Su mirada era retadora. Expresión
concluyente. Tenía una camiseta roja. “Mi corazón está a la izquierda”. Jeans.
Tenis. La camiseta era muy pequeña y marcaba bien su trabajado busto, sin
flacidez en el estómago. Cabellos largos. Sujetados. Él se iba aproximando.
Ellos se saludaban. Ella sonreía. Aquello ablandaba las piernas del Chico. Él
hacía una señal para todos, se defendía en la postura seria. Por dentro quería
sonreír, abrazar a todos, besar aquella boca fina.
Se sentaba. Ellos discutían. Él miraba. Era de un
color diferente. Estaba callado. Gustaba de oírla. La reunión era un desorden.
Él odiaba aquello. Sin tiempo para asignar la palabra. Había intervenciones sin
sentido, disparatadas. Él expuso su punto de vista decidido a poner orden en aquel
caos. Los amigos hicieron malas caras, pero se callaron delante de aquellas
verdades. La Chica asintió con una aprobación, admirada. La reunión acababa. Él
llamaba a la Chica para conversar. Ella iba sonriendo. Él la invitaba a un café.
Los amigos no intervinieron, olían las intenciones del Chico.
Él se sentaba en la banqueta. Miraba. Hablaba de
una vez. Sin muchas vacilaciones, como si fuese un samurái decidido a matar de
una vez, o un jugador de fútbol que tira la bola con decisión, sin mirar a marco,
pero sabiendo donde está su objetivo.
- Mira, ¿sabías que me agradas?
Me gustas. Quisiera salir contigo.
Ella sonrió. Él la miraba con una ansiedad del
tamaño del universo. Su corazón era un volcán en erupción.
- También me gustas. ¡Sí! Me
gustaría salir contigo.
Sus ojos estaban espectacularmente asustados. Sus
manos sudaban. Él no creía en lo que estaba viendo. El corazón eran campanadas
de ángel. La punta de la lengua se había adormecido, parecía que moría.
- No lo creo. Nunca tuve tanta
suerte. Mi expectativa era otra. Nunca antes me habían dicho que “sí”.
Ella cambió un poco la expresión.
- ¿Ah sí? Entonces, no. Disculpa.
El la miró desconcertado. Pensando que estaba
bromeando. ¿Sería algo de humor al inicio de la relación?
-¿Por qué? ¿Estás hablando en
serio?
-Sí. No quiero tener una
relación con alguien sin experiencia. Prefiero un hombre que sí ya la haya
tenido.
El mundo giraba más rápido. Los ojos se calentaban.
Pues él no esperaba aquello. El cielo era solo una fantasía que se deshacía con
el viento de la tragedia. Ella se despidió con una sonrisa amarilla. Él no
consiguió corresponder la despedida. Sus ojos estaban enceguecidos. El corazón
callado. El gusto amargo. La humillación venía de un solo golpe. El cielo
estaba negro. Iría a llover fuerte. El odio terminaba y la tristeza llegaba en
seguida. El auto flagelo. Se sentía como el más completo idiota. “¿Porqué di
esta respuesta? ¿Porqué?”. Él se había dado un tiro en su propio pié. Sentía el
dolor la pólvora que llegaba hasta sus ojos. Tenía el mundo en sus manos y lo
perdía en pocos segundos. Nunca había sentido tanta felicidad y tristeza en
momentos tan próximos. El salía. Llovía. El agua limpiaba su corazón. El
sufrimiento se curaría con el tiempo, en eso tenía esperanza.
El iría a quedar más deprimido. No iría a la
facultad por una semana. Su abuela nunca sería tan comprensiva. No preguntaría
nada. Solo actuaría para dejarlo más alegre. Procuraría conversar sobre cosas
alegres. Lo invitaría para salir. Irían para el volcán. Para la playa. Ella daría
libros de obsequio. Él se iría a levantar con el tiempo. No iría a frecuentar
más el grupo político.
La Chica salía medio extraña de aquella
conversación. Ella simpatizaba con el Chico. Hacía tiempo que quería tener una
relación profunda. Estaba saliendo de una relación intranquila. Un hombre
posesivo. Agresivo. Ella aún gustaba de él. Se sentía protegida. El tenía 30
años, ella 20. No conseguiría enamorarse de alguien menos experimentado.
Pensaba en volver con él. Tal vez aceptaría tener su “primera vez”. Hacía un
tiempo que él la presionaba. “Tú no quieres tener sexo conmigo. Porque en
verdad ya perdiste la virginidad con aquellos niñitos politiqueros. Es eso. Tú
eres una prostituta roja”. Ella lloraba. Nunca iría a traicionarlo. Pensaba en
acabar la relación. Aquel Chico parecía más inteligente. Experimentado. Pero se
engañaba. ¿Cómo alguien nunca había recibido un sí? ¿Será que él nunca salió
con alguna mujer? No. No quería perder su virginidad con otro virgen. Se iría a
traumar. Tendría que ser alguien con experiencia. Volvería con el Hombre. Tal vez
lo amaría, el Hombre pararía de corresponderle con odio. Podría ser diferente,
ellos serían buenos amantes. Ella era una niña, aún. Podría convertirse en
mujer con aquel hombre.
La Chica comenzaba a marcar los teclados del
celular. El aparecía como un fantasma a sus espaldas. La Chica decía “hola mi
amor”. Una franca sonrisa. Ella lo besaba. ¿Vamos a salir? El consentía con un
pequeño gesto. Ellos irían a un bar. Bebían. Ella contaba de su vida. Evitaba
la política. Sabía que al Hombre no le gustaba. Sentía celos de los Chicos. Ella
estaba alegre. El solo la escuchaba. La Chica estaba feliz por ver al Hombre
sin rencor ni odio. Ella acariciaba su mano con delicadeza. Convidaba para
salir con una mirada tierna. El consentía. El Hombre salía callado. La Chica
hablaba alegre. Entraba en aquel carro blanco. ¿”Vamos al motel”? Preguntaba la
Chica. “Tengo un lugar más bonito. Cerca de las estrellas. Más romántico”. Ella
lo miraba con un romántico cariño.
El carro comía arena. Pasaba por un lugar sin
asfalto. Entraba en curvas conturbadas. El polvo daba el tono a la velocidad.
El corazón de la Chica palpitaba de amor. El Hombre estaba en una seriedad
distante. Ella tocaba su mano. Él no correspondía. La oscuridad escondía
fantasmas. El Chico lloraba en la cama. La Chica soñaba con ser mujer.
El carro se detenía. La Chica besaba al Hombre. El
mordía sus labios, con mucha fuerza. Ella miraba asustada. Veía la expresión de
odio. El Hombre levantaba su brazo. Cerraba aquella mano agresiva. Transcurría
un tiempo y espacio pequeños. Golpeaba el pequeño rostro de la Chica. Ella
volaba hacia el parabrisas. Para un observador externo aquella violencia
desmedida duró diez segundos. Para la Chica la eternidad. Ella lloraba.
Sangraba. El daba otro golpe, con más odio. Los ojos del Hombre eran sombras.
-¿Por qué? ¿Por qué?
-Tú, ¡prostituta roja! Piensas
que no te vi. Tú estabas con aquel vagabundo comunista. Te seguí, Te espié.
Estaban conversando. Sé que se relacionan. ¡Lo sé. Lo sé! Lo vi en tu sonrisa.
Los ojos de niñita. Después no me quedé más. Aquello era de vagabundos que
hacen orgías. Tienes sexo con todos ¿verdad? ¿Cuántas veces? ¿Cuántas? No me
engañes putita. El tiempo acabó para ti.
-¡No! ¡No!! ¡No!!!
Ella lloraba. El arrancaba con fuerza su ropa. Los
senos aparecían como grandes frutas del pecado. El hombre apretaba, mordía con
fuerza. Maltrataba. Golpeaba. Ella lloraba. Era una niña. El sueño de la Chica
se deshacía. El apretaba más. Golpeaba en aquellas piernas. Juegos de niños.
Jalaba el pantalón con tanta fuerza que quemaba las piernas de la Chica. Ella
se golpeaba con la cabeza en el vidrio. El vio la ropa interior de la Chica.
Daba palmadas en sus glúteos. Apretaba a la Chica. Ella gritaba. Desesperada.
“¡Para! ¡Por favor! ¡Para! ¡No! ¡No!” Sacaba aquel traje simple. El sexo de la Chica
aparecía con ternura. El mordía. Mordía. Era un animal. Sus ojos perdían la
vida. Reía. “Prostituta roja”. El hombre sacaba su sexo, su impotencia de macho
venía de su corazón. Daba una risa alta y fuerte. “Yo soy el hombre aquí”. Agarraba
aquella cabeza sangrando y lo golpeaba en aquel falo. Abría la boca de la Chica
con fuerza. La hacía tragar su pene. Ella se ahogaba. El daba pequeñas nalgadas
a la Chica. La pellizcaba. Apretaba. Gritaba. Aullaba. Enfilaba su objeto
sexual con fuerza en el ano de la Chica. Ella gritaba. Un grito agudo.
Desesperado. Despertaba los fantasmas de aquel mundo oprimido. Ella se callaba.
El hombre miraba. “Vagabunda, solo duermes conmigo,
con los niños esos no. ¿No es verdad?” El comenzaba a dar puñetazos. Muchos. No
se cansaba. Reía. Golpeaba. Más violencia. Había que sacar todo el odio que
tenía dentro de sí. Ella se desmayaba. El abría la puerta. Delante del carro
había un precipicio. El arrojaba aquel cuerpecito leve, en el vacío de aquel
barranco oscuro y hondo. Oía el fuerte ruido del cuerpo chocando en las piedras
y perdiendo la vida. Entraba. Prendía la radio. Oía reggaeton.
Dos semanas habían pasado. El Chico estaba con su
guitarra. Ya no sentía tanto por la Chica. Hacía tiempo que no hablaba con sus
amigos. Se había escondido. Estaba yendo para la facultad. Vio una foto medio
pegada en un poste. Se acercó para mirar más de cerca. Eran los ojos de la Chica.
Arrojaron su cuerpo al agua y fue encontrada muerta. El buscó a sus amigos.
Ellos dijeron “fue violada y asesinada. Buscan a su ex novio. Un hombre grande
y fuerte. Dicen que es hijo de gente importante. Parece que huyó hacia los Estados
Unidos”. El corazón del Chico se paró por un segundo. No iría a llorar.
Sentiría la necesidad de la vida. Se iría para la casa. Tocaría su guitarra. Soltaría
pequeñas lágrimas. No iría al entierro. Estaría más callado. Habría una herida
en su corazón, que nunca sanaría por completo. Siempre pensaría que faltaría
movimiento en su vida. Pues ahora viviría por los dos. Por sí mismo, y por la
vida no vivida de la Chica.
Traducción del portugués: Erick Barrera
Tomasino