PSICOLOGÍA
COMUNITARIA Y PROCESO DE CONCIENTIZACIÓN
Erick
Tomasino.
«No
se puede ser un trabajador social, y ser como el educador que es un
técnico fríamente neutral. Guardar silencio acerca de nuestras
opciones, ocultarlas en la telaraña de la técnica o disfrazarlas
pretendiendo neutralidad, no constituye una posición neutral; por el
contrario ayuda a mantener el statu
quo. Consecuentemente
necesitamos clarificar nuestras opciones políticas a través de
experiencias también políticas.»
-Paulo Freire-.
Introducción
Como
toda acción social, el
trabajo del psicólogo comunitario opera desde enfoques y posturas
políticas entendido
esto como un posicionamiento teórico-práctico frente a la realidad.
Algunas
veces
responden de
forma
asistencialista y paternalista en cuanto quien realiza el trabajo
comunitario asiste, esto es “les lleva” la atención de salud
mental a la comunicad con un enfoque meramente clínico; el
trabajador de salud mental eventualmente
se reúne con varias personas de la comunidad con quienes realiza
dinámicas de grupo y en la que la gente ríe o llora según el caso
con el fin de sentirse
mejor o adaptarse a su situación.
No
es de extrañar que para algunos la vida en la comunidad sea una
especie de designio maligno en la que sus habitantes representan a
los sectores menos favorecidos de la sociedad como producto de algún
castigo divino «manifestación
de su incapacidad, de su poca inteligencia y su apatía»,
pobres gentes indefensas a quienes hay que ayudar a adaptarse al
mundo que les tocó vivir.
Por
el contrario, existen individuos, grupos o instituciones cuyas
perspectivas de trabajo comunitario son prácticas liberadoras,
consistentes en la potencialización del papel transformador de la
comunidad, acompañan a estas desarrollando procesos socioeducativos
para que las personas se tornen conscientes de su realidad y de su
capacidad para gestar cambios.
En
este caso, las y los psicólogos comunitarios participan activamente
en los asuntos de la comunidad en los espacios sociocomunitarios
donde se discute sobre los problemas, se reflexiona sobre sus causas
y se plantean alternativas de solución que superan lo individual,
promueven la participación en y del grupo y abonan a la
concienciación de estos para que asuman un rol protagónico en la
búsqueda de soluciones inmediatas y estructurales a sus problemas y
conflictos.
Lo
que hace coincidir a ambas visiones -la asistencialista y la
liberadora- es el trabajo comunitario o el trabajo en la comunidad
para la atención de la salud mental. Con este texto me permito
compartir algunas ideas sobre cuál sería el rol del trabajo de la
salud comunitaria en los procesos concientización y de
transformación social.
La
comunidad de los despojados
Para
los países capitalistas dependientes llamados indistintamente como
de tercer
mundo,
subdesarrollados
o en
vías de desarrollo
-como es el caso de El Salvador- la historia de los sectores
populares o subalternos es una historia de despojo y explotación. Un
país que inició su proceso de acumulación originaria de capital
basado en la expropiación de los bienes de la naturaleza de los
pueblos originarios y que posibilitó la concentración de la
propiedad de la tierra en unas pocas familias, provocó el
empobrecimiento de muchas comunidades rurales que tuvieron que
trasladarse a lugares donde se profundizó la marginación y el
empobrecimiento.
Paralelo
a ese proceso cuya relación dialéctica ha sido la de acumulación y
despojo, El Salvador ha sido gobernado de hecho y formalmente por
grupos económicos de poder que necesitaron profundizar la
expropiación, despojo y expoliación de grandes grupos para la
concentración de riquezas a la vez que fue necesaria la coacción de
las y los trabajadores a fuerza de regímenes autoritarios o por
el convencimiento para aceptar su condición a
base
políticas de asistencia en
los breves momentos de apertura democrática.
Este
proceso de acumulación no sólo despojó de tierras a las
comunidades campesinas e indígenas, sino del tejido social
históricamente construido y generó además del desarraigo, nuevos
conflictos para los que la población no estaba preparada. Más
adelante y como si lo anterior no fuera suficiente, el periódo de
industrialización de mediados del siglo veinte implicó una serie de
desplazamientos de comunidades que, en nombre del desarrollo,
tuvieron que abandonar sus lugares de origen, familias enteras que
migrararon hacia las zonas industriales, creando así nuevas
comunidades de obreros proletarizados o pauperizados.
Más
tarde, con el conflicto armado que abarcó las décadas del 70 y del
80 del siglo 20 hasta la firma de los Acuerdos de Paz en 1992, formas
más agresivas de represión y desplazamiento sumaron a la ya
precaria situación de la población históricamente marginada,
contando además a los impactos propios de una guerra de tal magnitud
en la salud mental. Siutación que se profundiza con la
implementación de los Programas de Ajuste Estructural en los que las
instituciones del Estado se debilitan y se desentienden de atender al
pueblo.
El
período de la guerra dejó, como lo expresa el psicólogo de origen
argentino Marcelo Colussi «saldos
tremendos, tanto en pérdidas humanas (muertos y discapacitados) como
en daños materiales. Guerras que, en general, han sido muy poco
trabajadas como factor que afecta la Salud Mental de las poblaciones
en el mediano y largo plazo, por lo que sus efectos perduran aún,
haciendo que en sus sociedades actuales se encuentren altas cuotas de
violencia, expresadas de distintas maneras»
(Colussi, 2014).
Ese
lastre cargado por décadas, ha generado que individuos, miembros de
una comunidad, intenten buscar respuestas a su situación.
Respuestas
desde la comunidad
Paralelo
a esa política de despojos, se sucedieron importantes luchas desde
los sectores populares, la organización y la discusión por un nuevo
horizonte político y los métodos de lucha necesarios para
alcanzarlo desarrolló importantes avances en los intereses de clase,
que si bien no consiguieron los objetivos propuestos, dejó
importantes aprendizajes para la organización y la atención a las
situaciones problemáticas.
Una
parte de la población comprendió que con la organización
comunitaria podían satisfacer algunas de sus necesidades materiales
y espirituales y transformar su realidad; otras se mantuvieron a la
expectativa esperando que las cosas cambiaran por sí solas o a
través algún ente externo y ajeno a sus intereses. Aún con su
aparente pasividad, las personas han buscado la manera para atender
su situación. Para ello ha sido necesario identificar los recursos
endógenos y/o exógenos con los que se cuenta.
En
la Tabla 1 he querido mostrar de manera simplificada el nivel de
acceso a los recursos con los que cuenta la comunidad, en la parte
superior se ubica aquella menos accesible mientras que en la parte
inferior la más accesible. Hay que tomar en cuenta que con la
evolución y desarrollo de las nuevas tecnologías de información y
comunicación [NTICs] el uso de estas para el autodiagnóstico y la
autoterapia suele ser más frecuente.
Como
puede apreciarse, los recursos más accesibles corresponden a las
redes de apoyo más inmediatas, estas son familiares, amistades,
religiosos, de autoayuda u organizaciones sociocomunitarias de primer
nivel como podrían ser las asociaciones comunitarias o vecinales;
mientras que en
las
menos accesibles se identifican aquellas hacia las que la población
tiene que desplazarse o que eventualmente asumen roles de atención y
cuidad o que aparecen cada cierto tiempo cuando hace “trabajo de
campo”
como pueden ser personal de educación, de salud, organizaciones de
segundo nivel, organizaciones no gubernamentales e instituciones de
atención para la salud en
general y
para la salud mental en
particular.
Tabla
1: Recursos de la comunidad
ACCESIBILIDAD
|
RECURSOS
DE LA COMUNIDAD
|
Menos
o poco accesible
|
Centros
de atención (Unidades de Salud, Hospitales...)
|
Uso
de las Nuevas Tecnologías de
Información y Comunicación
(Redes Sociales)
|
Profesionales
Trabajadores de la Salud Mental
|
Organización
No Gubernamental
|
Promotores/as
de salud
|
Organización
sociocomunitaria de segundo nivel
|
Personal
educativo (cuando lo hay)
|
Más
o bastante accesible
|
Grupos
de autoayuda (p.ej.alcohólicos anónimos)
|
Liderazgo
comunitario/organización de primer nivel
|
Líderes
religiosos (pastor evangélico, celebrador de la palabra)
|
Amistades
|
Familiar
cercano
|
Elaboración
propia.
Ya
sea de mayor o de menor acceso, los recursos de la comunidad para la
atención a la salud mental, suelen estar centradas en la atención
individual asignando
toda responsabilidad al individuo -o al núcleo familiar inmediato en
todo caso- para afrontar y asimilarlos
a la norma o como se dice últimamente, para ser resiliente,
de tal forma que las personas se adapten a las condiciones y
situaciones adversas en un mundo que le ha sido irremediablemente
dado.
Esta
perspectiva promueve que la persona acepte las cosas tal como son de
forma fatalista en la que ella misma no tenga control o se sienta
impotente al sentir que las cosas no pueden ser cambiadas y así
también la comunidad se vuelve una comunidad pasiva.
Por
el contrario, hay comunidades cuya historia de persecución y
despojo, les ha impulsado a buscar formas colectivas para el
afrontamiento de los problemas; aleccionadoras
son las experiencias de organización y de protagonismo de las
comunidades como por ejemplo las de las personas asentadas en los
refugios de Mesa Grande en
Honduras durante
el conflicto armado salvadoreños y
de cuyas experiencias se resignificaron en los procesos de retorno y
repoblación a finales de los ochentas y principios de los noventas y
de la cual surgieron gremios comunitarios de ‘segundo nivel’ para
reforzar el tejido comunitario.
Experiencias que permitieron un nivel de organización y de
satisfacción de demandas que de no ser por la priorización a las
dimensiones materiales y al descuido del tejido social y subjetivo,
nos brindarían mayores posibilidades para adaptar estas experiencias
en otros espacios cuyas historias no permitieron abordar la
organización sociocomunitaria.
Fenómeno
que es necesario estudiar también como parte del trabajo desde la
psicología comunitaria.
El
trabajo comunitario y la salud mental. Una aproximación
Los
enfoques dominantes suelen entender el trabajo comunitario como aquel
que se realiza en un espacio geográfico específico, principalmente
en asentamientos rurales que vistos a partir de la estratificación
funcional, se asumen como aquellas comunidades pobres, de pobres, con
carencia de servicios básicos, con poco poder adquisitivo para
adquirir bienes y servicios, a quienes por su condición hay que
brindar servicios de atención para satisfacer necesidades inmediatas
desde una perspectiva desarrollista de crecimiento económico y
adaptación o incorporación a las relaciones de explotación y
dominación.
Con
base en un enfoque biomédico y estadístico, el trabajo comunitario
se enfocaría en la ejecución de acciones de asistencia y desde el
trabajo de la salud mental, la adaptación o readaptación de
individuos y/o grupos desadaptados, “locos”, “enfermitos” (u
otras clasificaciones peyorativas) ampliando la cobertura de
servicios públicos o privados que ejecutan acciones de asimilación
y de incorporación a relaciones de producción capitalistas de
explotación o expoliación como las famosas alternativas de
emprendedurismo y empleabilidad como las únicas y posibles.
Si
revisamos los antecedentes de la participación comunitaria en los
programas de salud mental en la comunidad, estos se remontan a los
años 50 del siglo pasado, contexto en el cual se pretendió la
participación de la comunidad en los programas de desarrollo, sobre
todo en aquellos países como El Salvador considerados como países
pobres y tercermundistas.
Fue sin embargo durante la conferencia de la Organización Mundial de
la Salud en Alma-Ata, Kazajistán
en 1978, cuando se legitimó oficialmente la participación
comunitaria no sólo como un derecho de la población a intervenir en
la prevención y atención de su salud, sino como un procedimiento
indispensable para que la salud se convierta en patrimonio social.
(Roux, 1992, p. 141).
La
participación comunitaria llegó a convertirse en un medio habitual
para expandir la cobertura de los servicios de salud a bajo costo y
resolver los problemas sanitarios más urgentes que presentaban las
poblaciones de menores ingresos. Pero, al mismo tiempo, se mantuvo
como un concepto impreciso sujeto a interpretaciones variadas, siendo
por ello no siempre operacionalizado de manera rigurosa. En efecto,
acciones de salud que suponían el concurso -así fuese coyuntural o
episódico- de personas de la comunidad, llegaron a ser catalogadas
como “participación comunitaria”. (Roux, Op.Cit., p. 142).
“En
lo que respecta al surgimiento de la participación -nos dice Testa-
hay dos maneras principales en que ello ocurre: como un proceso
surgido desde el conocimiento de las necesidades sufridas y sentidos
por la población, junto con el convencimiento que la acción grupal
puede superar los problemas que la acción individual no puede
resolver, o como una propuesta o proyecto organizativo de alguna
autoridad tendiente a resolver las necesidades señaladas. En el
primer caso, el proceso está ligado a toda la vivencia comunitaria y
basado en un requisito de intersubjetividad que es origen y resultado
de ese proceso: es una cuestión concreta. En el segundo, el proyecto
se encuentra fuera de contexto real, lo cual conduce inevitablemente
a su fracaso pues se trata de una simple abstracción” (Testa,
1985, p. 83).
A
pesar de las buenas intenciones que la conferencia de Alma-Ata de
tener salud para todos en el años 2000 -objetivo que evidentemente
no fue cumplido- la cobertura en salud y específicamente en salud
mental no fue ampliada, primero porque no hubo una verdadera política
pública que la impulsara y segundo porque a partir del año 1989 se
comenzaron a implementar las Políticas de Ajuste Estructural cuya
lógica fue la de reducir la participación del Estado y ampliar el
protagonismo del sector privado.
En
el caso que abordamos ahora, el trabajo comunitario y de atención en
salud fue asumido con mayor compromiso por Organizaciones No
Gubernamentales (ONGs) con una diversidad de enfoques en su mayoría
respondiendo más a las agendas de las agencias de cooperación
internacional cuyos abordajes eran estandarizados y no a las
necesidades de las comunidades cada una en sus particularidades. En
ese sentido el
ya citado Mario
Testa cuestionaba este elemento al decir que «No
es posible considerar la atención primaria de salud como un objeto
totalizante, con la misma validez en cualquier país y
circunstancia».
Por
otra parte, organizaciones como la Asociación de Capacitación en
Salud Mental (ACISAM), cuya experiencia de acompañamiento con
comunidades de personas retornadas entiende el trabajo de salud
mental como:
«Parte
de la dignificación de las personas, acompañándoles en el rescate
y desarrollo de sus recursos y capacidades para la construcción de
un mejor entorno y calidad de vida individual, social y ambiental. el
quehacer de un equipo de salud mental es promover las condiciones que
la misma gente necesita para dignificarse y fortalecerse como
personas para resolver tanto sus necesidades psicológicas como
materiales, haciendo patente el vínculo entre ambos»
(Molina, et. al., 2003, p. 512).
Esta
perspectiva nos sugiere que el trabajo comunitario asume el rol de la
comunidad como una unidad colectiva y protagónica, es decir como un
sujeto social que reconoce que tiene posibilidades de satisfacer
necesidades inmediatas y que por lo tanto tiene además las
posibilidades de ampliar sus horizontes para la transformación
social desde una concepción distinta de la vida y del mundo. Es por
lo tanto una concepción dinámica y transformadora donde los
miembros de la comunidad participan de forma activa.
De
acuerdo a Roux: «la
participación social en salud (y en el trabajo comunitario)
consiste, fundamentalmente, en la intervención organizada de
instituciones púbicas y privadas y de grupos comunitarios en la toma
de decisiones relevantes para el desarrollo de la salud mental y de
la salud en general. Esta definición, aunque amplia, pone el acento
en una premisa central: participa realmente sólo quien tiene acceso
a las decisiones» por lo
tanto, para que haya una verdadera participación de la comunidad, es
necesario construir otro tipo de relaciones de poder que sean más
horizontales y con mayor conciencia de las condiciones actuales y las
posibilidades que se tienen para cambiarlas.
El
trabajo comunitario con participación de la comunidad parte de la
aceptación que los individuos al interior de su comunidad participan
en la solución de sus problemas, las redes sociales de apoyo a nivel
de ADESCOS, iglesias de todo tipo, otros tipos de colectivos y
organizaciones, desempeñan algún papel importante en la promoción,
atención de este trabajo. Pero entonces ¿qué diferencia el rol que
asume un predicador o celebrador de la palabra con el trabajador de
salud mental? ¿o de éste último con el caudillo de la comunidad
que suele “resolverle” los problemas a la “gente”?
Puesto
que al ser una acción social, también hay que observar que en
ocasiones en lugar de promover la acción la limitan. Algunos
factores que obstaculizan la participación comunitaria sintetizado
por la OPS (citadas por Roux, pp. 145-146) son:
1)
La limitación del acceso de la población a funciones de
determinación, planificación y coordinación de las actividades
locales.
2)
Es poco probable que aquellas instituciones de salud que ven a la
comunidad solamente como usuaria, colaboradora en acciones decididas
desde arriba, logren estimular una participación activa e
ininterrumpida.
3)
La falta de flexibilidad de las instituciones de salud para adaptarse
a condiciones económicas, culturales y sociales particulares, para
consultar el punto de vista de la comunidad y elaborar en las
comunidades programas específicos de salud, constituye un
impedimento para desencadenar procesos sostenidos de participación.
4)
La falta de conciencia del personal sobre la importancia de la
participación y su desconocimiento de metodologías para
incentivarlas, afectan seriamente la posibilidad de instrumentar
experiencias participativas.
5)
Actitudes del personal inhibitorias de la expresividad de la gente
(desconocer su derecho a preguntar, opinar y cuestionar), acompañadas
de trato irrespetuoso, crean rechazo debilitando el interés en
participar.
A
lo anterior agregaría la miopía de las y los trabajadores de salud
al responder solo a lo aparente, a las consecuencias, tratando las
emergencias sin profundizar en las causas; así como de mantener una
visión asistencialista y paternalista en la atención, asumiendo a
la comunidad como víctima y no como sujeto social con posibilidades
de transformación como depositaria de la asistencia y no
participante activa en la toma de decisiones. Frente a ello hay que
señalar algunas funciones del trabajo en y con la comunidad desde la
psicología comunitaria.
Funciones
del trabajo comunitario
La
psicóloga social venezolana Maritza Montero define a la Psicología
[Social] Comunitaria como «la
rama de la psicología cuyo objeto es el estudio de los factores
psicosociales que permiten desarrollar, fomentar y mantener el
control y poder que los individuos pueden ejercer sobre su ambiente
individual y social, para solucionar problemas que les aquejan y
lograr cambios en esos ambientes y en la estructura social»
(Montero 2004, p. 32).
Para
la psicología comunitaria, la destinataria de la “intervención”
es la comunidad, pero ¿qué es la comunidad? Generalmente se
identifica a la comunidad con la población que convive en un
determinado territorio geográfico; se habla de comunidad para
referirse sólo a la población como receptora y consumidora de
programas, proyectos, actividades o prestaciones revestidas en forma
de ayuda comunitaria, asistencia comunitaria u otras similares.
Montero
(Op.
Cit.,
p. 96) define a la comunidad como:
«Un
grupo social dinámico, histórico y culturalmente constituido y
desarrollado, preexistente a la presencia de los investigadores o de
los interventores sociales, que comparte intereses, objetivos,
necesidades y problemas, en un espacio y un tiempo determinados y que
genera colectivamente una identidad, así como formas organizativas,
desarrollando y empleando recursos para lograr sus fines».
Desde
nuestro punto de vista, la comunidad se refiere a espacios
relacionales cuya identificación entre sus miembros conlleven a la
organización y al fortalecimiento del tejido asociativo por lo que
el trabajo comunitario se orienta hacia el cambio social
entretejiendo los ámbitos individual, colectivo, socio-organizativo
e institucional en el que la participación y el diálogo como método
son ejes centrales para la concientización de las personas como
objetivo superior.
Con
base a lo anterior, las funciones principales de quienes realizan el
trabajo de salud mental con la comunidad son:
a)
animar:
En el sentido de anima
(dar vida), pero también de animus
(poner en relación); el psicólogo
comunitario también es
animador en el sentido que realiza
acciones de activación de los
grupos
para
la reflexión
y acción, es decir de la promoción de la (auto)organización y del
convite a las personas para que participen de forma activa en
la organización sociocomunitaria y se identifiquen con
ella.
b)
relacionar:
Poner en contacto a diferentes personas dentro de la comunidad, pero
también entre
comunidades (organizaciones)
o
entre la comunidad y otras organizaciones; así
como también identificar
otros recursos favorables y acercarlos a la comunidad (ONGs,
instituciones públicas).
c)
educar:
en el sentido que aporta recursos de forma intencionada para la
comprensión de los fenómenos económicos, sociales y culturales,
estructurales y coyunturales, que intervienen en su situación,
siendo este un trabajo que genera y fortalece la conciencia de la
persona y de los grupos. Es por esto
último
que entiendo
que el
trabajo de salud mental en la comunidad es especialmente
un
acto para
la
concientización.
El
trabajo comunitario como acto para la concientización
El
educador popular Paulo
Freire (1990) define la conciencia como «la
capacidad que tiene el ser humano para reconocer y transformar su
propia situación, definir el compromiso que tiene con el mundo, la
sociedad y la posibilidad de convertirse en protagonista de su vida
cotidiana: personal, familiar y comunitaria»;
y por
concientización
se refiere al «proceso
mediante el cual las personas como sujetos de conocimiento, alcanzan
una conciencia creciente tanto de la realidad sociocultural que da
forma a sus vidas, como de su capacidad para transformar dicha
realidad».
(Freire, 1990, pp.
90-100).
Este
autor identifica tres modos de conciencia: la conciencia
intransitiva, la transitiva ingenua y la transitiva crítica.
En
la conciencia intransitiva, la persona se limita a explicar los
hechos de forma superficial a partir de su propia experiencia,
identificando las causas de las situaciones problemáticas a algo
que existe dentro de sí o a un ente externo, atribuyendo los
problemas a la propia incapacidad o a la voluntad de un poder
superior. Es común entonces que la persona o guarde silencio frente
a los problemas o busque en la religión el consuelo para aceptar su
condición. Aquí es donde el cura, el pastor o
el chamán, juegan el rol del
trabajador de salud mental como
sanadores del espíritu.
En
la conciencia ingenua transitiva, la persona ya percibe las
contradicciones en la sociedad, reconoce la causa de los problemas,
pero aún manifiesta actitudes de apatía
y conformismo
aceptando su condición, no actúa hacia el cambio de ella y más
aún, transfiere esa responsabilidad a otros -o cuando se compromete-
sus acciones se quedan en la superficie. En estos casos se busca la
respuesta o solución a los problemas en
cualquier figura que represente autoridad sea este el caudillo del
pueblo, una persona funcionaria, el candidato de turno que promete
mejorar las cosas, el trabajador que yendo al campo hace cosas que
ayudan y más recientemente en influencers
o generadores de contenido con poca o nula formación.
En
la conciencia transitiva crítica, la persona ya logra comprender las
raíces estructurales de la opresión; más aún, la persona consigue
argumentar de forma autónoma, relacionando las causas de la
situación y se compromete a cambiarlas no solo para sí misma sino
para la comunidad como conjunto. Reconoce sus debilidades pero
también sus potencialidades. Aquí es donde las personas que
realizan acciones socioeducativas desde enfoques liberadores pueden
aportar junto con la organización sociocomunitaria.
A
partir de lo anterior, advertimos que el paso de un modo de
conciencia a otro no se producen de forma mecánica, ni tampoco las
fronteras entre cada una son evidentes. Estas se van manifestando de
acuerdo al propio proceso y contexto individual y grupal, pero sí es
necesario reafirmar que el trabajo de salud mental desde este enfoque
comprende llevar a cabo acciones para el desarrollo de una conciencia
crítica. Sobre esto Martín-Baró (1998, pp. 169-170) afirma que el
proceso de concientización comprende tres aspectos:
1.
El ser humano se transforma al ir cambiando su realidad que no puede
darse mediante la imposición sino a través del diálogo.
2.
Mediante la codificación de su
mundo, la persona capta los mecanismos que le oprimen y lo
deshumanizan, superando la noción mágica de conciencia, asumiendo
un nuevo horizonte de acción, acción que a la vez posibilita nuevas
formas de conciencia.
3.
Este nuevo saber sobre su realidad le lleva a un nuevo saber sobre
sí misma y sobre su identidad social, se descubre a si misma en su
acción transformadora; descubre las raíces de lo que es y el
horizonte de lo que quiere llegar a ser.
En
ese orden de ideas, se puede decir que la conciencia social y
política es tener una actitud cuestionadora y atenta a todo lo que
se nos presenta como verdad en la vida. Es tener una postura
inquieta, de investigación y transformación de las supuestas
verdades que aprendemos sobre la sociedad, sobre la historia y sobre
nosotros mismos. La conciencia se construye en la acción
transformadora de la realidad, en este caso de la realidad de
injusticia social. No es sólo saber que existe esta injusticia sino
comprometerse individual y grupalmente con su transformación en
función de los intereses de la clase a la cual se pertenece.
Y
ese es compromiso también de las personas trabajadoras de la salud
mental en los procesos de transformación social que, al mismo tiempo
que promueve y acompaña procesos socioeducativos para la
concientización de los grupos comunitarios, también va modificando
su propia conciencia sobre la realidad y sobre su papel para
transformarla.
En
síntesis
El
trabajo de salud mental en la comunidad responde y acompaña los
procesos de toma de conciencia de los miembros de la comunidad en
todas sus dimensiones y se orienta hacia la promoción de prácticas
transformadoras individuales y grupales identificando las raíces de
los problemas, sus causas estructurales y estrategias para
afrontarlos/superarlos.
Este
trabajo no se limita en “llevar el consultorio a la comunidad”,
sino que está en la promoción de la participación activa y
consciente de las personas y del propio trabajador comunitario,
relacionando las raíces de la opresión y de la explotación con la
situación de las personas y develando un nuevo horizonte de
transformación individual, grupal y de sociedad.
Una
de las tareas del trabajo comunitario es la de aportar al
fortalecimiento de la organización sociocomunitaria reconociendo los
recursos, capacidades y habilidades en cada miembro de la comunidad y
activando la búsqueda de recursos fuera de ella con base a las
propias necesidades e intereses.
Finalmente,
hay que aclarar que esta tarea no es única responsabilidad ni tel
trabajador de salud mental, ni sólo de la comunidad sino que debe
ser asumida y acuerpada por las instituciones públicas a partir de
políticas con el cuidado de que esto no se limite a ampliar los
niveles de cobertura para la atención en salud mental, sin apostar a
los enfoques que aporten a un proyecto de transformación social.
Todo
lo anterior implica al mismo psicólogo comunitario para asumir una
postura política en favor de la transformación de las estructuras
socioeconómicas, esto es realizar el trabajo de salud mental desde
una verdadera “psicología de la liberación”.
Texto
original escrito en San Salvador. Octubre de 2017.
Revisado
en Santander, Cantabria. Mayo de 2024.
Referencias:
Colussi,
Marcelo. (2014). Salud
Mental entre mitos y prejuicios.
Ponencia presentada en el Congreso de Estudios Mesoamericanos, 8 de
mayo de 2014, Guatemala.
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Madrid: Paidós.
Martín-Baró,
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Ejercicio de poder socio-relacional y fortalecimiento subjetivo. San
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Cuadernos Médico-Sociales, N° 34. Rosario: Centro de Estudios
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Roux,
Gustavo I. de. (1992). La
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En Levav, Itzhak (Ed.), I. Temas de salud mental en la comunidad.
Washington D.C. OPS.
Notas
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