LAS
ARMAS DE DIEGO
Erick
Tomasino
Diego era un niño próximo
a entrar a la adolescencia. Siempre se le creyó alguien problemático, un
pequeño a quien no le interesaba el estudio ni las normas ni la disciplina
escolar, más pendenciero que curioso era el prototipo de niño malo. A su corta
edad le tenían tanto miedo hasta el punto que no sólo se le consideraba
responsable de tener amedrentado a sus compañeros de clase, sino que además era
el quebrar de cabeza del cuerpo de profesores de la escuela.
Cierto día, un compañero
de grado lo acusó con la maestra de llevar una pistola dentro de su mochila. Su
profesora lo invitó a pasar al frente de la clase. Para sorpresa de todo el
grupo de niños y niñas, la Profe, en lugar de reprenderlo y acusarlo con las
autoridades le pidió a Diego que le mostrara el arma. Él, igual de sorprendido
por no recibir el castigo que en una situación así podría esperarse, sacó
aquella pistola de su mochila y se la mostró a la Profe.
Bueno -dijo ella- yo no
sé mucho de estas cosas, pero vamos a aprovechar esta situación para indagar un
poco sobre armas y qué relación tienen con nuestra realidad. Así que le pidió a
Diego que a partir de ese día, se sentara en la primera fila de la clase pues
sería el asesor de la Profe en un proyecto de investigación. Eso significaba,
que desde esa fecha, las y los estudiantes se pondrían manos a la obra para
descubrir de dónde venía aquel artefacto y quienes se beneficiaban con la
producción de las armas de fuego.
Al principio, las
respuestas venían de la suposición de que aquello procedía del hermano mayor de
Diego, otro se atrevió a decir que era de su padre y que ya la había usado en
más de alguna ocasión o que simplemente Diego la había recibido como parte de
su entrenamiento para ser miembro de una banda criminal. El chico se sentía
acusado y no decía nada, aquellos comentarios le hacían sentirse con rabia, más
pequeño y con menos fortuna que los demás.
La Profe insistió que
aquello no era una tarea sencilla. Habría que investigar de forma más sistemática
de dónde venía esa arma. Insistió que sobre todo habría que descubrir a quien o
quienes beneficiaba la propagación de ese tipo de cosas no sólo en la
comunidad, sino ampliar la mirada a lo que sucedía en otros lados del mundo.
Todo el grupo se puso a
investigar sobre el origen de la pistola. Primero preguntaron a otros maestros
y maestras si lo sabían, la mayoría dijo desconocer de ello, así que sugirieron
preguntar a algunos amigos del vecindario de los cuales se sospechaba podrían
brindarles más información, otros bajaron fotos de internet de armas similares
y con ello preguntaron a otras personas de la comunidad, a algunos padres, vecinos,
a tal punto que mucha gente se sintió curiosa de aquella singular tarea que la
Profe les había puesto.
Por fin encontraron a
alguien que sabía qué tipo de pistola era aquella, les dijo el nombre de la
empresa fabricante y el país de donde las importaban. En un principio las
chicas y los chicos se sintieron satisfechos, pero la Profe les insistía que
había que averiguar más, quiénes eran aquellas empresas que preferían fabricar
armamento y no otras cosas, como dulces o guitarras.
Buscaron toda aquella
información en internet, en algunos libros. Los chicos más grandes de los
cursos inmediatamente superiores apoyaron en buscar información, hasta
entrevistaron a una persona que en algún momento había realizado un estudio
similar y eso les llevó a buscar nuevas fuentes.
Así, descubrieron que
aquella arma era apenas una minúscula –aunque letal– parte de toda una
industria que año con año ganaba millones de dólares por la fabricación y venta
de armas; supieron además que para ello necesitaban un mercado donde
comercializar toda aquella producción, por lo que las guerras y la delincuencia
no eran situaciones aisladas, sino que también eran producto de aquella
diabólica industria que vivía de la muerte.
Encontraron que sólo las
principales cinco empresas de defensa en el mundo obtuvieron ganancias por 151
millones de dólares en 2016. Mucho de esas inmensas fortunas las lograron siendo
las principales contratistas del departamento de defensa de Estados Unidos. Por
lo que aquel gobierno siempre tenía la enfermiza tendencia de inventarse
enemigos y guerras hasta en los pasajes empobrecidos como en los que la escuela
del vecindario se ubicaba. Si alguna vez fueron comunistas o indígenas que lo
aparentaban, ahora eran terroristas prefabricados, traficantes de drogas, dealers de países centrales, pero
también jóvenes de tez morena y empobrecidos igualitos a los jóvenes de su
comunidad. Las víctimas –daba lo mismo– no se diferenciaban siempre y cuando
sus muertes acumularan las ganancias de los dueños de la guerra.
Pero las empresas de esa perversa
industria no sólo estaban instaladas en Estados Unidos, sino también en Gran Bretaña,
Israel, Francia, entre otros países a los que no les bastaban las muertes del
sur sino que también los provocaban dentro de sus propias fronteras, aunque
curiosa y decididamente las víctimas siempre eran pobres y diferentes a los
dueños de la industria de la guerra. Eso, entre otras cosas, fue uno de los
puntos de llegada de aquellos chicos y chicas que antes sólo veían en los
noticiarios lo datos muertos de los muertos sin alma.
Y así Diego y el resto
del grupo se dieron cuenta que detrás de aquella arma que una vez estuvo en sus
manos, había toda una industria armamentista que beneficiaba a importantes
grupos de poder a nivel mundial. Que la situación de violencia que se vivía era
producto del perverso negocio de la muerte y que jóvenes como ellos sufrían las
consecuencias.
Todo eso aprendieron con
aquella tarea que les permitió ver más allá de lo inmediato. Que les ayudó a
ampliar la mirada revelando las causas y lo que significaba para ellos, sus
familias, su comunidad y sus semejantes. Mientras en el vecindario de Diego, algunos
muchachos –todavía desconociendo aquella complejidad– seguían pensando en
matarse unos a otros.
Nota:
Este cuento está basado en una anécdota que se la escuché a Frei Betto y me
pareció importante escribirla, reescribirla y compartirla.