Escrito por: Leonel Juracán
Llega un momento en que el espíritu prefiere lo que confirma su saber a lo que lo contradice,
en el que prefiere las respuestas a las preguntas. Entonces el espíritu conservativo domina,
y el crecimiento espiritual se detiene.
Gaston Bachelard
A principios del mes pasado me escribió un poeta salvadoreño con
quien comparto una amistad desde hace diez años, para que le ayudara a
organizar una lectura de poesía en Guatemala. Y es que por aquellos
años, a mediados de la década pasada, solíamos realizar lecturas de
poesía en espacios públicos con un grupo llamado Folio 114, con
el cual preparábamos un evento anual en el que intercambiábamos textos,
inquietudes e información con otros poetas del resto de Centroamérica.
Tuvo varios nombres: Cadejo, Barrilete, Industrial, Coartada.
La falta de dinero y las consecuentes necesidades individuales que
apremiaban a cada uno de los integrantes terminaron con aquélla
iniciativa. No obstante, hemos seguido en contacto y el interés por las
letras y la cultura ha permitido que la amistad prevalezca.
En esta ocasión, Noé deseaba saber si aún manteníamos la costumbre de
realizar “lecturas de poesía” y si podía buscar en Guatemala algún
sitio donde presentar un proyecto que junto a otros poetas salvadoreños
habían titulado “El Disparo”. Adjunto, enviaba algunos poemas de cada
uno de los participantes: Erick Tomasino, Luis Borja, Otto Flores, David
Duke, y los suyos.
No sé bien si decir que aquéllos poemas me acongojaron, sorpendieron o
enfurecieron. Creo que una mezcla de todo eso. Cada uno de los poetas,
con su estilo muy particular, hablaban de la dimensión humana que tiene
la violencia y el crimen que nos ha tocado vivir a todos los
centroamericanos desde hace ya más de veinte años en éste período que
algunos llaman “postguerra”. Los textos, que hablaban sin ambages ni
moralismo del secuestro, tortura, prostitución y asesinato, resultaban
tan conmovedores como escalofriantes.
Con mucha pena, tuve que contarle que la oficina que antes ocupábamos en el Centro Cultural Metropolitano ya no era más Folio 114.
Que aunque hoy existieran más “centros culturales” en Guatemala, veía
bastante difícil que alguno de ellos aceptara su propuesta sin quejas o
censuras, pero que igual, buscaría algunas alianzas para llevar a cabo
la lectura. Afortunadamente, Yvette Aldana, de Casa Cervantes y Alfonso
Porres, de Casa Roja, gustosamente nos cedieron un espacio y nos
programaron en su agenda. Como hace diez años, ellos vendrían costeando
sus propios gastos, tanto por el transporte como por el alojamiento. Así
pues, no quedaba más que anunciarlo en algunos medios de comunicación y
esperar los días anunciados.
Con gran preocupación pude darme cuenta que para la misma fecha que
ellos tenían programado su viaje, también se estaría realizando en
Quetzaltenango el Congreso de Literatura Centroamericana, y por lo
tanto, el público aficionado a las letras se vería mermado ¿Por qué,
entonces, no realizar el evento ahí? Pero también me surgió otra duda:
¿por qué no viajaban ellos junto a la comitiva salvadoreña?
Decidí entonces hacer un paréntesis en la agenda para resolver con
ellos la cuestión, ya fuera que encontraran milagrosamente un apartado
de sus fondos para trasladarse a la ciudad altense, o que por mi parte,
yo pudiera gestionar con los organizadores del congreso una
participación del grupo de poetas salvadoreños. Debo decir que el primer
día del evento, pude darme cuenta que la poesía que traían para
compartir era aún mejor que la muestra que Noé me enviara previamente;
además de la grata sorpresa de encontrarme con la actitud abierta y
relajada de los poetas David Duke, Luis Borja, Erick Tomasino y Otto
Flores, a quienes recién conocía.
Luego de las presentaciones, saludos, y correspondiente brindis,
empezaron las preguntas de rigor de ambas partes: ¿qué fue de los grupos
con los que antes organizábamos este tipo de eventos? ¿Por qué no
estábamos integrados al CILCA? ¿Cuál es el panorama actual de la
literatura en cada uno de nuestros países? Y como era de esperarse, las
respuestas eran prácticamente iguales: tanto en El Salvador como en
Guatemala, los grupos se habían dispersado al consumirse el presupuesto
inicial dado por agencias de cooperación para “la reconstrucción del
tejido social”, algunos habían optado por unirse a instituciones
gubernamentales y resignarse a las restricciones impuestas por la
“cultura oficial”. Otros, pertenecientes a un sector con mejor solvencia
económica pero menos conscientes de la vida cotidiana que enfrenta la
mayoría de la población, han formado grupos, editoriales y camarillas
que hoy en día compiten entre sí por ser la voz tonante en el variado
concierto de “voces de postguerra”. Mientras que un tercer grupo, de los
que nunca faltan, que no se alinean con ningún bando ni gobierno, se
ven obligados a publicar, gestionar y moverse por su propia cuenta.
Comentarios aparte, sobre el penoso caso de los artistas hondureños,
cuya división fue más dolorosa y tajante tras el golpe de estado. Donde
al no haber diferencias ostensibles entre el grupo “pro-oligarquía” y
estatal, muchos que decidieron mantenerse “independientes” quedaron en
la calle.
Días antes, me habían dicho ya los organizadores del congreso en
Quetzaltenango que gustosamente ellos programaban “El disparo” para el
penúltimo día, ofreciéndonos un alojamiento, pero que no podían costear
el transporte por falta de presupuesto. Así que el día de paréntesis,
que yo había programado, lo dedicamos a visitar algunas galerías de la
ciudad, el Paseo de la Sexta y algunos bares bohemios con aires de
Centros culturales. Así, mientras caminábamos por el Centro
continuábamos conversando sobre los detalles de la situación que
atravesábamos como centroamericanos, y fueron apareciendo algunas de las
siguientes reflexiones:
El problema del financiamiento: lo que aquí ocurre
es que algo semejante a lo que mencionaba Luis Camnitzer en un artículo
reciente respecto a las artes visuales, pero que también se aplica a la
poesía: se espera que su ejercicio genere a su vez a los productores y
los consumidores.Cuando este ciclo no se cumple, se echa mano de los
reducidos presupuestos estatales asignado por el estado a la cultura, o
bien, quien quiera convertirse en “promotor de las letras” debe fundar
una ONG desde donde debe imprimir libros con miras a ser distribuidos
entre lectores de Estados Unidos y Europa, y algunos países
latinoamericanos con un mercado más sólido de lectores.
No es que a nivel regional no existan lectores, es solo que no
debiéramos hablar aquí de “lectores” sino de “consumidores”, pues lo que
se busca es hacer del libro una especie de fetiche para que alguien
con capacidad adquisitiva se atreva a comprarlo. De ahí que hoy en día
muchas de las editoriales hayan optado por un tipo de literatura más
“cosmopolita”. Tampoco es cierto que la cultura no sea rentable: según
estadísticas, en el año 2005 el sector cultural había generado 11,115
millones de quetzales como valor agregado, con un crecimiento anual del
7,26 % anual.
Si la percepción general que se tiene del país depende en gran medida
de la cultura que genera, es de entenderse la prioridad que la
Municipalidad de Antigua Guatemala otorga a las celebraciones de Semana
Santa, por citar un ejemplo.
La importancia de los eventos: a nivel de quienes no
estamos ligados a ninguna entidad estatal o agencia de cooperación, ni
tenemos contrato con editoriales multinacionales, lo hacemos por
necesidad de reunirnos con otros autores. La existencia de todos esos
grupos dispersos hace que haya desconocimiento entre vecinos. Debemos
aceptar que también la poesía, al menos como es entendida en nuestra
región, es algo así como el ballet clásico, cuya ejecución bien requiere
un arduo ejercicio, pero finalmente, es apreciado como un evento de
salón. Ahora bien, para quienes son parte de alguna empresa editorial
multinacional, obviamente se hace para promocionar a sus autores,
generar un “público sensibilizado” a determinada forma estética y
aumentar las ventas.
Lamentablemente, a nivel de instituciones, es difícil hacer una
distinción clara entre los intereses “privados” y “estatales”. Hoy en
día, la llamada “Cultura oficial” ya no puede ser entendida como
“Cultura nacional”, sino que sencillamente es la que se impone por
intereses mercantilistas, en los cuales, por supuesto, están inmiscuidos
los gobiernos regionales. No es de extrañarse que en el Festival
Centroamericano de Poesía en Nicaragua el año pasado estuviera
inmiscuido el Ministerio de Energía y Minas, o que en Guatemala, la
feria del Libro estuviera parcialmente financiada por las empresas
mineras. Es la forma en que las empresas que están en conflicto con las
poblaciones se libran de pagar impuestos y mejoran su imagen social.
En estas condiciones es difícil que la poesía pueda considerarse una
“expresión del sentir popular” o que constituya un sincero reflejo de la
realidad. La expresión “arte vendido” es ya anacrónica para lo que está
ocurriendo. El Banco de Integración Centroamericana puede manipular con
dinero lo que cada uno de nuestros países muestra como “cultura”. No es
bueno, por ejemplo, hablar de las maras, ni de la resistencia de los
pueblos indígenas, ni de la corrupción en altas esferas. Solo han dejado
dos caminos: el regionalismo folklórico o la indiferencia cosmopolita.
Hay autores que tratan de jugarle la vuelta a este sistema de valores
impuesto, pero son más los que terminan siendo absorbidos.
Sin embargo, no todo está perdido: siempre habrán autores que
comprometidos consigo mismos y con la búsqueda de una propuesta estética
propia antes que con algún género de sesgo político, renueven nuestra
manera de imaginar el mundo; que es el primer paso para intentar
cambiarlo.
Tomado de: http://casiliteral.com/2014/04/14/la-cultura-oficial/