martes, 29 de marzo de 2016

La Montañona y la historia desprotegida

La Montañona y la historia desprotegida

Erick Tomasino.

La semana estaba apta para darse un viaje hacia la montaña. Los miles de “veraneantes” que aprovechan la época de vacaciones suelen buscar refugio en las playas, lagos y ríos. Por ello optar a la inversa siempre suele dar sus satisfacciones.
Es así que luego de un refrescante baño en el rio Sumpul decidimos explorar las alturas que nos sugería La Montañona en el departamento de Chalatenango, sitio histórico y de bello paisaje que nos dejó emocionados.
Yo había ido hacía unos siete años y me prometí volver, en aquel momento lo hice por cuestiones de trabajo y conocí poco todo lo que ese territorio ofrece; esta vez tuve la oportunidad de conocerlo más a profundidad y sobre todo con la buena guía de Don César quien, además de mostrarnos las veredas y caminos nos hizo todo un recorrido anecdótico de aquel territorio testigo mudo de la historia de este país.

Lo primero que lo atrae a uno es la campana ubicada a las afueras de la escuela, una bomba de 500 libras que por azares del destino no explotó y que ahora adorna la parte céntrica de la comunidad, elemento que nos recuerda lo cruento que fueron los ataques del ejército contra la población.
Luego de subir hacia donde se encontraba uno de los campamentos más importantes de la guerrilla y percibir la creatividad de un pueblo que en circunstancias tan difíciles logró sobrevivir y sostener esa posición durante todo el conflicto es para sentirse –como diría Don César- “orgulloso”. Entrar en los “tatús” donde se ubicaba una sala de emergencias (“el hospitalito”) así como el que mantenía en operaciones la Radio Farabundo Martí (Para leer la historia de la Radio Farabundo Martí hacer clic aqui ), la cocina, “la planta” y otras. Caminar por el campamento e imaginarse aquellos días y aquellas personas que dieron su vida por un ideal es un proceso de aprendizaje “en el campo”.



Sin embargo, aquel territorio que se mantuvo intocable por mucho tiempo, es ahora una montaña casi en el olvido, porque si bien es cierto aún se respiran los aires de aquel período, es también evidente el abandono y descuido en el que se encuentra. Los habitantes de la comunidad apenas pueden recibir a sus visitantes, muchos de los cuales llegan dejar sus huellas de la ciudad: basuras por montones arrojadas por el suelo, tala indiscriminada de bellos árboles de pino, marcas de sus nombres en los tatús que defendieron tantas vidas. Y más aún: la compra de parcelas por inversionistas que quieren aprovechar el paisaje natural para construir instalaciones que nada tienen que ver con la heroica historia de La Montañona.

Es por ello que aquel paisaje tan hermoso y aleccionador, también deja un sabor agrio al pensar que toda aquella historia puede ser –como el bosque- deforestada y desprotegida. Me imagino que sería interesante y necesario, hacer un proceso de recuperación de La Montañona no sólo como un bosque alejado, sino como un proceso de recuperación de la historia del país. Quizá algún día se haga. Quizá.




viernes, 11 de marzo de 2016

Discúlpeme la bulla

Discúlpeme la bulla

Erick Tomasino.

Discúlpeme la bulla, se sube alguien al autobús y canta inoportuno la canción de moda mientras promete no meternos la daga si le damos alguna ayudadita.

Repiten en las calles que la culpa de todo es de los políticos, refiriéndose por políticos a la gente de saco y corbata que desfila por las instituciones del Estado.
Algunos de estos políticos se defienden y dicen que la culpa es de los periodistas, refiriéndose a aquellos que trabajan para los grandes medios de comunicación que repiten las mentiras que sus dueños les ordenan.
Algunos de ellos se defienden y dicen que no todos son iguales, lo que pasa es que unos siguen órdenes y lo hacen por hambre, mientras por las calles pasa un joven -mochila al hombro- ofreciendo café instantáneo.
Los empresarios se quejan vociferando que el principal problema es la delincuencia, refiriéndose por delincuencia a los pobres, mientras huyen sigilosos a contar dinero mal habido.
Un hombre empobrecido dice que el problema son los otros pobres que son güevones que no quieren trabajar, mientras cuenta las monedas para fotocopiar por enésima vez su hoja de vida.
Discúlpeme la bulla.
Lo que pasa es que aquí hace falta educación, le responde alguien vestido con el uniforme de la escuela militar.
O será la falta de cultura, le reclama una muchacha que en su regazo lleva un libro de cómo vestirse mejor para quedar bien con su marido.
Unos poetas dicen –con su aura incólume- que el problema es que los artistas no se unen, argumentando que la unidad va desde el vocero de la cámara de comercio hasta la que vende quesadillas en una esquina del centro de la capital (que también es poeta pero nadie la ha tomado en serio) y se van a su encierro para sacarle la fresa a las musas tropicales.
Discúlpeme la bulla, la interrupción, continúa el chico cantando mientras ya nadie le escucha. Unámonos todos en oración –solicita- asumiendo que todos pertenecemos a su misma secta.
Y tras aquello todos cerramos los ojos cada quien confiado que su razón es la única verdadera, esperando que el chico se baje para volver a sacar el teléfono inteligente.


viernes, 4 de marzo de 2016

Otra historia de taxis

Otra historia de taxis

Erick Tomasino.


Yo, como todo el mundo, tengo una opinión sobre todo. Como todo el mundo excepto algunos que, disfrazados de analistas políticos, repiten de forma mecánica slogans en los programas televisivos de debate. Pero esta vez no voy a emitir una opinión sobre todo lo que está pasando en la actualidad, sino que les voy a contar una historia.

Cierto día tenía que llegar con apuros a una reunión en otro sector de la ciudad de San Salvador, pasé varios minutos esperando el autobús que me acercaría, pero este decidió que se atrasaría. Ante la premura por llegar a tiempo decidí tomar un taxi.
Caminé algunas cuadras y llegué a un punto donde había uno, me acerqué intentando identificar al conductor. Un tipo de aspecto “sospechoso” me abordó preguntando si necesitaba los servicios del taxi. Le dije que sí. Me dijo que el manejaba aquel carro amarillo. Luego me preguntó hacia donde me dirigía. Le di más o menos la dirección y se inventó el precio de lo que costaría la vuelta. Me subí.
En el camino el tipo de unos cuarenta años quiso hacer conversación, yo no le ponía atención y simulaba que lo escuchaba. Nunca me ha gustado conversar con los taxistas, menos si son desconocidos.
Así iba hasta que me volvió a preguntar la dirección. Se la repetí. Se quedó en silencio unos segundos, luego me confesó que no sabía dónde quedaba ese sitio. Intenté ubicarlo. Me dijo que lo fuera dirigiendo.
Yo me molesté y le increpé que cómo podía haberme dicho que me llevaba y me había dado una tarifa si no tenía ni puta idea de hacia dónde íbamos. Él con una risa nerviosa dijo:

-Es que no soy de la capital, acabo de llegar hace unos días. Acabo de salir de la cárcel.

Ante ello, mi atención se despertó y -debo de confesarlo- el miedo también. Muchas ideas pasaron por mi mente y la probabilidad de un secuestro o de un asalto rondaba a mil por hora.
Él siguió:

-Estuve ocho años preso, uno comete errores en la vida y hay que pagarlos. Cuando salí no sabía qué hacer, uno anda cargando con el estigma de haber estado encerrado. Pero graciasadios (sic.) mi cuñado me dijo que podía trabajar para él. Es taxista y tenía este carro. Lo puso a disposición para que yo me rehabilitara y pudiera recuperar mi vida, pero como ve, apenas conozco la ciudad, ni siquiera sé cuánto cobrar por cada vuelta. Graciasadios (ibídem.) me he encontrado con personas como usted que me entienden y a pesar de todo confían en mí. En que puedo salir adelante.

Después de ello intenté hacer un discurso pero no encontré las palabras adecuadas, así que me limité a decirle en qué calles podía ir para llegar más pronto. Cuando llegamos le extendí un billete para pagarle lo que me había dicho. Él lo tomó y me dijo que esperara que me daría el cambio. Sacó unas monedas, me las dio y me deseó suerte. Yo también a él. Bajé del taxi. Él se marchó. Cuando conté las monedas, me había cobrado un dólar menos. No supe si era por error o por que le caí bien.
Luego me quedé pensando ¿cuántas de estas personas, luego de haber estado en prisión, buscan readaptarse a una sociedad que no está preparada para ello? ¿A quién, al escuchar su confesión se le habría ocurrido pegarle un tiro porque se sentía insegura? ¿Se sentirá seguro de andar en las calles?


Con esas dudas me quedé, pero había llegado a tiempo y con un dólar más. A esas horas aún no había llegado nadie más a la reunión.