PSICOLOGÍA COMUNITARIA Y PROCESO DE CONCIENTIZACIÓN1
Erick Tomasino2.
«No se puede ser un trabajador social, y ser como el educador que es un técnico fríamente neutral. Guardar silencio acerca de nuestras opciones, ocultarlas en la telaraña de la técnica o disfrazarlas pretendiendo neutralidad, no constituye una posición neutral; por el contrario ayuda a mantener el statu quo. Consecuentemente necesitamos clarificar nuestras opciones políticas a través de experiencias también políticas.» -Paulo Freire-.
Introducción
Como toda acción social, el trabajo del psicólogo comunitario opera desde enfoques y posturas políticas entendido esto como un posicionamiento teórico-práctico frente a la realidad. Algunas veces responden de forma asistencialista y paternalista en cuanto quien realiza el trabajo comunitario asiste, esto es “les lleva” la atención de salud mental a la comunicad con un enfoque meramente clínico; el trabajador de salud mental eventualmente se reúne con varias personas de la comunidad con quienes realiza dinámicas de grupo y en la que la gente ríe o llora según el caso con el fin de sentirse mejor o adaptarse a su situación.
No es de extrañar que para algunos la vida en la comunidad sea una especie de designio maligno en la que sus habitantes representan a los sectores menos favorecidos de la sociedad como producto de algún castigo divino «manifestación de su incapacidad, de su poca inteligencia y su apatía», pobres gentes indefensas a quienes hay que ayudar a adaptarse al mundo que les tocó vivir.
Por el contrario, existen individuos, grupos o instituciones cuyas perspectivas de trabajo comunitario son prácticas liberadoras, consistentes en la potencialización del papel transformador de la comunidad, acompañan a estas desarrollando procesos socioeducativos para que las personas se tornen conscientes de su realidad y de su capacidad para gestar cambios.
En este caso, las y los psicólogos comunitarios participan activamente en los asuntos de la comunidad en los espacios sociocomunitarios donde se discute sobre los problemas, se reflexiona sobre sus causas y se plantean alternativas de solución que superan lo individual, promueven la participación en y del grupo y abonan a la concienciación de estos para que asuman un rol protagónico en la búsqueda de soluciones inmediatas y estructurales a sus problemas y conflictos.
Lo que hace coincidir a ambas visiones -la asistencialista y la liberadora- es el trabajo comunitario o el trabajo en la comunidad para la atención de la salud mental. Con este texto me permito compartir algunas ideas sobre cuál sería el rol del trabajo de la salud comunitaria en los procesos concientización y de transformación social.
La comunidad de los despojados
Para los países capitalistas dependientes llamados indistintamente como de tercer mundo, subdesarrollados o en vías de desarrollo -como es el caso de El Salvador- la historia de los sectores populares o subalternos es una historia de despojo y explotación. Un país que inició su proceso de acumulación originaria de capital basado en la expropiación de los bienes de la naturaleza de los pueblos originarios y que posibilitó la concentración de la propiedad de la tierra en unas pocas familias, provocó el empobrecimiento de muchas comunidades rurales que tuvieron que trasladarse a lugares donde se profundizó la marginación y el empobrecimiento.
Paralelo a ese proceso cuya relación dialéctica ha sido la de acumulación y despojo, El Salvador ha sido gobernado de hecho y formalmente por grupos económicos de poder que necesitaron profundizar la expropiación, despojo y expoliación de grandes grupos para la concentración de riquezas a la vez que fue necesaria la coacción de las y los trabajadores a fuerza de regímenes autoritarios o por el convencimiento para aceptar su condición a base políticas de asistencia en los breves momentos de apertura democrática.
Este proceso de acumulación no sólo despojó de tierras a las comunidades campesinas e indígenas, sino del tejido social históricamente construido y generó además del desarraigo, nuevos conflictos para los que la población no estaba preparada. Más adelante y como si lo anterior no fuera suficiente, el periódo de industrialización de mediados del siglo veinte implicó una serie de desplazamientos de comunidades que, en nombre del desarrollo, tuvieron que abandonar sus lugares de origen, familias enteras que migrararon hacia las zonas industriales, creando así nuevas comunidades de obreros proletarizados o pauperizados.
Más tarde, con el conflicto armado que abarcó las décadas del 70 y del 80 del siglo 20 hasta la firma de los Acuerdos de Paz en 1992, formas más agresivas de represión y desplazamiento sumaron a la ya precaria situación de la población históricamente marginada, contando además a los impactos propios de una guerra de tal magnitud en la salud mental. Siutación que se profundiza con la implementación de los Programas de Ajuste Estructural en los que las instituciones del Estado se debilitan y se desentienden de atender al pueblo.
El período de la guerra dejó, como lo expresa el psicólogo de origen argentino Marcelo Colussi «saldos tremendos, tanto en pérdidas humanas (muertos y discapacitados) como en daños materiales. Guerras que, en general, han sido muy poco trabajadas como factor que afecta la Salud Mental de las poblaciones en el mediano y largo plazo, por lo que sus efectos perduran aún, haciendo que en sus sociedades actuales se encuentren altas cuotas de violencia, expresadas de distintas maneras» (Colussi, 2014).
Ese lastre cargado por décadas, ha generado que individuos, miembros de una comunidad, intenten buscar respuestas a su situación.
Respuestas desde la comunidad
Paralelo a esa política de despojos, se sucedieron importantes luchas desde los sectores populares, la organización y la discusión por un nuevo horizonte político y los métodos de lucha necesarios para alcanzarlo desarrolló importantes avances en los intereses de clase, que si bien no consiguieron los objetivos propuestos, dejó importantes aprendizajes para la organización y la atención a las situaciones problemáticas.
Una parte de la población comprendió que con la organización comunitaria podían satisfacer algunas de sus necesidades materiales y espirituales y transformar su realidad; otras se mantuvieron a la expectativa esperando que las cosas cambiaran por sí solas o a través algún ente externo y ajeno a sus intereses. Aún con su aparente pasividad, las personas han buscado la manera para atender su situación. Para ello ha sido necesario identificar los recursos endógenos y/o exógenos con los que se cuenta.
En la Tabla 1 he querido mostrar de manera simplificada el nivel de acceso a los recursos con los que cuenta la comunidad, en la parte superior se ubica aquella menos accesible mientras que en la parte inferior la más accesible. Hay que tomar en cuenta que con la evolución y desarrollo de las nuevas tecnologías de información y comunicación [NTICs] el uso de estas para el autodiagnóstico y la autoterapia suele ser más frecuente.
Como puede apreciarse, los recursos más accesibles corresponden a las redes de apoyo más inmediatas, estas son familiares, amistades, religiosos, de autoayuda u organizaciones sociocomunitarias de primer nivel como podrían ser las asociaciones comunitarias o vecinales; mientras que en las menos accesibles se identifican aquellas hacia las que la población tiene que desplazarse o que eventualmente asumen roles de atención y cuidad o que aparecen cada cierto tiempo cuando hace “trabajo de campo3” como pueden ser personal de educación, de salud, organizaciones de segundo nivel, organizaciones no gubernamentales e instituciones de atención para la salud en general y para la salud mental en particular.
Tabla 1: Recursos de la comunidad
ACCESIBILIDAD |
RECURSOS DE LA COMUNIDAD |
|
Menos o poco accesible |
Centros de atención (Unidades de Salud, Hospitales...) |
Uso
de las Nuevas Tecnologías de |
Profesionales Trabajadores de la Salud Mental |
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Organización No Gubernamental |
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Promotores/as de salud |
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Organización sociocomunitaria de segundo nivel |
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Personal educativo (cuando lo hay) |
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Más o bastante accesible |
Grupos de autoayuda (p.ej.alcohólicos anónimos) |
|
Liderazgo comunitario/organización de primer nivel |
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Líderes religiosos (pastor evangélico, celebrador de la palabra) |
||
Amistades |
||
Familiar cercano |
Elaboración propia.
Ya sea de mayor o de menor acceso, los recursos de la comunidad para la atención a la salud mental, suelen estar centradas en la atención individual asignando toda responsabilidad al individuo -o al núcleo familiar inmediato en todo caso- para afrontar y asimilarlos a la norma o como se dice últimamente, para ser resiliente, de tal forma que las personas se adapten a las condiciones y situaciones adversas en un mundo que le ha sido irremediablemente dado.
Esta perspectiva promueve que la persona acepte las cosas tal como son de forma fatalista en la que ella misma no tenga control o se sienta impotente al sentir que las cosas no pueden ser cambiadas y así también la comunidad se vuelve una comunidad pasiva.
Por el contrario, hay comunidades cuya historia de persecución y despojo, les ha impulsado a buscar formas colectivas para el afrontamiento de los problemas; aleccionadoras son las experiencias de organización y de protagonismo de las comunidades como por ejemplo las de las personas asentadas en los refugios de Mesa Grande en Honduras durante el conflicto armado salvadoreños y de cuyas experiencias se resignificaron en los procesos de retorno y repoblación a finales de los ochentas y principios de los noventas y de la cual surgieron gremios comunitarios de ‘segundo nivel’ para reforzar el tejido comunitario.4 Experiencias que permitieron un nivel de organización y de satisfacción de demandas que de no ser por la priorización a las dimensiones materiales y al descuido del tejido social y subjetivo, nos brindarían mayores posibilidades para adaptar estas experiencias en otros espacios cuyas historias no permitieron abordar la organización sociocomunitaria. Fenómeno que es necesario estudiar también como parte del trabajo desde la psicología comunitaria.
El trabajo comunitario y la salud mental. Una aproximación
Los enfoques dominantes suelen entender el trabajo comunitario como aquel que se realiza en un espacio geográfico específico, principalmente en asentamientos rurales que vistos a partir de la estratificación funcional, se asumen como aquellas comunidades pobres, de pobres, con carencia de servicios básicos, con poco poder adquisitivo para adquirir bienes y servicios, a quienes por su condición hay que brindar servicios de atención para satisfacer necesidades inmediatas desde una perspectiva desarrollista de crecimiento económico y adaptación o incorporación a las relaciones de explotación y dominación.
Con base en un enfoque biomédico y estadístico, el trabajo comunitario se enfocaría en la ejecución de acciones de asistencia y desde el trabajo de la salud mental, la adaptación o readaptación de individuos y/o grupos desadaptados, “locos”, “enfermitos” (u otras clasificaciones peyorativas) ampliando la cobertura de servicios públicos o privados que ejecutan acciones de asimilación y de incorporación a relaciones de producción capitalistas de explotación o expoliación como las famosas alternativas de emprendedurismo y empleabilidad como las únicas y posibles.
Si revisamos los antecedentes de la participación comunitaria en los programas de salud mental en la comunidad, estos se remontan a los años 50 del siglo pasado, contexto en el cual se pretendió la participación de la comunidad en los programas de desarrollo, sobre todo en aquellos países como El Salvador considerados como países pobres y tercermundistas. Fue sin embargo durante la conferencia de la Organización Mundial de la Salud en Alma-Ata, Kazajistán en 1978, cuando se legitimó oficialmente la participación comunitaria no sólo como un derecho de la población a intervenir en la prevención y atención de su salud, sino como un procedimiento indispensable para que la salud se convierta en patrimonio social. (Roux, 1992, p. 141).
La participación comunitaria llegó a convertirse en un medio habitual para expandir la cobertura de los servicios de salud a bajo costo y resolver los problemas sanitarios más urgentes que presentaban las poblaciones de menores ingresos. Pero, al mismo tiempo, se mantuvo como un concepto impreciso sujeto a interpretaciones variadas, siendo por ello no siempre operacionalizado de manera rigurosa. En efecto, acciones de salud que suponían el concurso -así fuese coyuntural o episódico- de personas de la comunidad, llegaron a ser catalogadas como “participación comunitaria”. (Roux, Op.Cit., p. 142).
“En lo que respecta al surgimiento de la participación -nos dice Testa- hay dos maneras principales en que ello ocurre: como un proceso surgido desde el conocimiento de las necesidades sufridas y sentidos por la población, junto con el convencimiento que la acción grupal puede superar los problemas que la acción individual no puede resolver, o como una propuesta o proyecto organizativo de alguna autoridad tendiente a resolver las necesidades señaladas. En el primer caso, el proceso está ligado a toda la vivencia comunitaria y basado en un requisito de intersubjetividad que es origen y resultado de ese proceso: es una cuestión concreta. En el segundo, el proyecto se encuentra fuera de contexto real, lo cual conduce inevitablemente a su fracaso pues se trata de una simple abstracción” (Testa, 1985, p. 83).
A pesar de las buenas intenciones que la conferencia de Alma-Ata de tener salud para todos en el años 2000 -objetivo que evidentemente no fue cumplido- la cobertura en salud y específicamente en salud mental no fue ampliada, primero porque no hubo una verdadera política pública que la impulsara y segundo porque a partir del año 1989 se comenzaron a implementar las Políticas de Ajuste Estructural cuya lógica fue la de reducir la participación del Estado y ampliar el protagonismo del sector privado.
En el caso que abordamos ahora, el trabajo comunitario y de atención en salud fue asumido con mayor compromiso por Organizaciones No Gubernamentales (ONGs) con una diversidad de enfoques en su mayoría respondiendo más a las agendas de las agencias de cooperación internacional cuyos abordajes eran estandarizados y no a las necesidades de las comunidades cada una en sus particularidades. En ese sentido el ya citado Mario Testa cuestionaba este elemento al decir que «No es posible considerar la atención primaria de salud como un objeto totalizante, con la misma validez en cualquier país y circunstancia».
Por otra parte, organizaciones como la Asociación de Capacitación en Salud Mental (ACISAM), cuya experiencia de acompañamiento con comunidades de personas retornadas entiende el trabajo de salud mental como:
«Parte de la dignificación de las personas, acompañándoles en el rescate y desarrollo de sus recursos y capacidades para la construcción de un mejor entorno y calidad de vida individual, social y ambiental. el quehacer de un equipo de salud mental es promover las condiciones que la misma gente necesita para dignificarse y fortalecerse como personas para resolver tanto sus necesidades psicológicas como materiales, haciendo patente el vínculo entre ambos» (Molina, et. al., 2003, p. 512).
Esta perspectiva nos sugiere que el trabajo comunitario asume el rol de la comunidad como una unidad colectiva y protagónica, es decir como un sujeto social que reconoce que tiene posibilidades de satisfacer necesidades inmediatas y que por lo tanto tiene además las posibilidades de ampliar sus horizontes para la transformación social desde una concepción distinta de la vida y del mundo. Es por lo tanto una concepción dinámica y transformadora donde los miembros de la comunidad participan de forma activa.
De acuerdo a Roux: «la participación social en salud (y en el trabajo comunitario) consiste, fundamentalmente, en la intervención organizada de instituciones púbicas y privadas y de grupos comunitarios en la toma de decisiones relevantes para el desarrollo de la salud mental y de la salud en general. Esta definición, aunque amplia, pone el acento en una premisa central: participa realmente sólo quien tiene acceso a las decisiones» por lo tanto, para que haya una verdadera participación de la comunidad, es necesario construir otro tipo de relaciones de poder que sean más horizontales y con mayor conciencia de las condiciones actuales y las posibilidades que se tienen para cambiarlas.
El trabajo comunitario con participación de la comunidad parte de la aceptación que los individuos al interior de su comunidad participan en la solución de sus problemas, las redes sociales de apoyo a nivel de ADESCOS, iglesias de todo tipo, otros tipos de colectivos y organizaciones, desempeñan algún papel importante en la promoción, atención de este trabajo. Pero entonces ¿qué diferencia el rol que asume un predicador o celebrador de la palabra con el trabajador de salud mental? ¿o de éste último con el caudillo de la comunidad que suele “resolverle” los problemas a la “gente”?
Puesto que al ser una acción social, también hay que observar que en ocasiones en lugar de promover la acción la limitan. Algunos factores que obstaculizan la participación comunitaria sintetizado por la OPS (citadas por Roux, pp. 145-146) son:
1) La limitación del acceso de la población a funciones de determinación, planificación y coordinación de las actividades locales.
2) Es poco probable que aquellas instituciones de salud que ven a la comunidad solamente como usuaria, colaboradora en acciones decididas desde arriba, logren estimular una participación activa e ininterrumpida.
3) La falta de flexibilidad de las instituciones de salud para adaptarse a condiciones económicas, culturales y sociales particulares, para consultar el punto de vista de la comunidad y elaborar en las comunidades programas específicos de salud, constituye un impedimento para desencadenar procesos sostenidos de participación.
4) La falta de conciencia del personal sobre la importancia de la participación y su desconocimiento de metodologías para incentivarlas, afectan seriamente la posibilidad de instrumentar experiencias participativas.
5) Actitudes del personal inhibitorias de la expresividad de la gente (desconocer su derecho a preguntar, opinar y cuestionar), acompañadas de trato irrespetuoso, crean rechazo debilitando el interés en participar.
A lo anterior agregaría la miopía de las y los trabajadores de salud al responder solo a lo aparente, a las consecuencias, tratando las emergencias sin profundizar en las causas; así como de mantener una visión asistencialista y paternalista en la atención, asumiendo a la comunidad como víctima y no como sujeto social con posibilidades de transformación como depositaria de la asistencia y no participante activa en la toma de decisiones. Frente a ello hay que señalar algunas funciones del trabajo en y con la comunidad desde la psicología comunitaria.
Funciones del trabajo comunitario
La psicóloga social venezolana Maritza Montero define a la Psicología [Social] Comunitaria como «la rama de la psicología cuyo objeto es el estudio de los factores psicosociales que permiten desarrollar, fomentar y mantener el control y poder que los individuos pueden ejercer sobre su ambiente individual y social, para solucionar problemas que les aquejan y lograr cambios en esos ambientes y en la estructura social» (Montero 2004, p. 32).
Para la psicología comunitaria, la destinataria de la “intervención” es la comunidad, pero ¿qué es la comunidad? Generalmente se identifica a la comunidad con la población que convive en un determinado territorio geográfico; se habla de comunidad para referirse sólo a la población como receptora y consumidora de programas, proyectos, actividades o prestaciones revestidas en forma de ayuda comunitaria, asistencia comunitaria u otras similares.
Montero (Op. Cit., p. 96) define a la comunidad como: «Un grupo social dinámico, histórico y culturalmente constituido y desarrollado, preexistente a la presencia de los investigadores o de los interventores sociales, que comparte intereses, objetivos, necesidades y problemas, en un espacio y un tiempo determinados y que genera colectivamente una identidad, así como formas organizativas, desarrollando y empleando recursos para lograr sus fines».
Desde nuestro punto de vista, la comunidad se refiere a espacios relacionales cuya identificación entre sus miembros conlleven a la organización y al fortalecimiento del tejido asociativo por lo que el trabajo comunitario se orienta hacia el cambio social entretejiendo los ámbitos individual, colectivo, socio-organizativo e institucional en el que la participación y el diálogo como método son ejes centrales para la concientización de las personas como objetivo superior.
Con base a lo anterior, las funciones principales de quienes realizan el trabajo de salud mental con la comunidad son:
a) animar: En el sentido de anima (dar vida), pero también de animus (poner en relación); el psicólogo comunitario también es animador en el sentido que realiza acciones de activación de los grupos para la reflexión y acción, es decir de la promoción de la (auto)organización y del convite a las personas para que participen de forma activa en la organización sociocomunitaria y se identifiquen con ella.
b) relacionar: Poner en contacto a diferentes personas dentro de la comunidad, pero también entre comunidades (organizaciones) o entre la comunidad y otras organizaciones; así como también identificar otros recursos favorables y acercarlos a la comunidad (ONGs, instituciones públicas).
c) educar: en el sentido que aporta recursos de forma intencionada para la comprensión de los fenómenos económicos, sociales y culturales, estructurales y coyunturales, que intervienen en su situación, siendo este un trabajo que genera y fortalece la conciencia de la persona y de los grupos. Es por esto último que entiendo que el trabajo de salud mental en la comunidad es especialmente un acto para la concientización.
El trabajo comunitario como acto para la concientización
El educador popular Paulo Freire (1990) define la conciencia como «la capacidad que tiene el ser humano para reconocer y transformar su propia situación, definir el compromiso que tiene con el mundo, la sociedad y la posibilidad de convertirse en protagonista de su vida cotidiana: personal, familiar y comunitaria»; y por concientización se refiere al «proceso mediante el cual las personas como sujetos de conocimiento, alcanzan una conciencia creciente tanto de la realidad sociocultural que da forma a sus vidas, como de su capacidad para transformar dicha realidad». (Freire, 1990, pp. 90-100).
Este autor identifica tres modos de conciencia: la conciencia intransitiva, la transitiva ingenua y la transitiva crítica.
En la conciencia intransitiva, la persona se limita a explicar los hechos de forma superficial a partir de su propia experiencia, identificando las causas de las situaciones problemáticas a algo que existe dentro de sí o a un ente externo, atribuyendo los problemas a la propia incapacidad o a la voluntad de un poder superior. Es común entonces que la persona o guarde silencio frente a los problemas o busque en la religión el consuelo para aceptar su condición. Aquí es donde el cura, el pastor o el chamán, juegan el rol del trabajador de salud mental como sanadores del espíritu5.
En la conciencia ingenua transitiva, la persona ya percibe las contradicciones en la sociedad, reconoce la causa de los problemas, pero aún manifiesta actitudes de apatía y conformismo aceptando su condición, no actúa hacia el cambio de ella y más aún, transfiere esa responsabilidad a otros -o cuando se compromete- sus acciones se quedan en la superficie. En estos casos se busca la respuesta o solución a los problemas en cualquier figura que represente autoridad sea este el caudillo del pueblo, una persona funcionaria, el candidato de turno que promete mejorar las cosas, el trabajador que yendo al campo hace cosas que ayudan y más recientemente en influencers o generadores de contenido con poca o nula formación.
En la conciencia transitiva crítica, la persona ya logra comprender las raíces estructurales de la opresión; más aún, la persona consigue argumentar de forma autónoma, relacionando las causas de la situación y se compromete a cambiarlas no solo para sí misma sino para la comunidad como conjunto. Reconoce sus debilidades pero también sus potencialidades. Aquí es donde las personas que realizan acciones socioeducativas desde enfoques liberadores pueden aportar junto con la organización sociocomunitaria.
A partir de lo anterior, advertimos que el paso de un modo de conciencia a otro no se producen de forma mecánica, ni tampoco las fronteras entre cada una son evidentes. Estas se van manifestando de acuerdo al propio proceso y contexto individual y grupal, pero sí es necesario reafirmar que el trabajo de salud mental desde este enfoque comprende llevar a cabo acciones para el desarrollo de una conciencia crítica. Sobre esto Martín-Baró (1998, pp. 169-170) afirma que el proceso de concientización comprende tres aspectos:
1. El ser humano se transforma al ir cambiando su realidad que no puede darse mediante la imposición sino a través del diálogo.
2. Mediante la codificación de su mundo, la persona capta los mecanismos que le oprimen y lo deshumanizan, superando la noción mágica de conciencia, asumiendo un nuevo horizonte de acción, acción que a la vez posibilita nuevas formas de conciencia.
3. Este nuevo saber sobre su realidad le lleva a un nuevo saber sobre sí misma y sobre su identidad social, se descubre a si misma en su acción transformadora; descubre las raíces de lo que es y el horizonte de lo que quiere llegar a ser.
En ese orden de ideas, se puede decir que la conciencia social y política es tener una actitud cuestionadora y atenta a todo lo que se nos presenta como verdad en la vida. Es tener una postura inquieta, de investigación y transformación de las supuestas verdades que aprendemos sobre la sociedad, sobre la historia y sobre nosotros mismos. La conciencia se construye en la acción transformadora de la realidad, en este caso de la realidad de injusticia social. No es sólo saber que existe esta injusticia sino comprometerse individual y grupalmente con su transformación en función de los intereses de la clase a la cual se pertenece.
Y ese es compromiso también de las personas trabajadoras de la salud mental en los procesos de transformación social que, al mismo tiempo que promueve y acompaña procesos socioeducativos para la concientización de los grupos comunitarios, también va modificando su propia conciencia sobre la realidad y sobre su papel para transformarla.
En síntesis
El trabajo de salud mental en la comunidad responde y acompaña los procesos de toma de conciencia de los miembros de la comunidad en todas sus dimensiones y se orienta hacia la promoción de prácticas transformadoras individuales y grupales identificando las raíces de los problemas, sus causas estructurales y estrategias para afrontarlos/superarlos.
Este trabajo no se limita en “llevar el consultorio a la comunidad”, sino que está en la promoción de la participación activa y consciente de las personas y del propio trabajador comunitario, relacionando las raíces de la opresión y de la explotación con la situación de las personas y develando un nuevo horizonte de transformación individual, grupal y de sociedad.
Una de las tareas del trabajo comunitario es la de aportar al fortalecimiento de la organización sociocomunitaria reconociendo los recursos, capacidades y habilidades en cada miembro de la comunidad y activando la búsqueda de recursos fuera de ella con base a las propias necesidades e intereses.
Finalmente, hay que aclarar que esta tarea no es única responsabilidad ni tel trabajador de salud mental, ni sólo de la comunidad sino que debe ser asumida y acuerpada por las instituciones públicas a partir de políticas con el cuidado de que esto no se limite a ampliar los niveles de cobertura para la atención en salud mental, sin apostar a los enfoques que aporten a un proyecto de transformación social.
Todo lo anterior implica al mismo psicólogo comunitario para asumir una postura política en favor de la transformación de las estructuras socioeconómicas, esto es realizar el trabajo de salud mental desde una verdadera “psicología de la liberación”.
Texto original escrito en San Salvador. Octubre de 2017.
Revisado en Santander, Cantabria. Mayo de 2024.
Referencias:
Colussi, Marcelo. (2014). Salud Mental entre mitos y prejuicios. Ponencia presentada en el Congreso de Estudios Mesoamericanos, 8 de mayo de 2014, Guatemala.
Freire, Paulo. (1990). La naturaleza política de la educación. Cultura, poder y liberación. Madrid: Paidós.
Martín-Baró, Ignacio. (1998). Psicología de la liberación. Madrid: Editorial Trotta.
Molina, Isabel, Meoni, Jorge y Freedman, Elena. (2003). La experiencia de atención psicosocial en el sector San Cristóbal-San Patricio de San Salvador. Ejercicio de poder socio-relacional y fortalecimiento subjetivo. San Salvador: Revista Realidad. Nº 94. UCA.
Montero, Maritza. (2004). Introducción a la psicología comunitaria. Desarrollo, conceptos y procesos. Buenos Aires: Editorial Paidós.
Testa, Mario. (1985). Atención ¿primaria o primitiva? de salud. Cuadernos Médico-Sociales, N° 34. Rosario: Centro de Estudios Sanitarios y Sociales.
Roux, Gustavo I. de. (1992). La participación social en los programas de salud mental en la comunidad. En Levav, Itzhak (Ed.), I. Temas de salud mental en la comunidad. Washington D.C. OPS.
Notas
1Este texto fue preparado originalmente para un conversatorio con estudiantes de psicología de la Facultad Multidisciplinaria de Occidente de la Universidad de El Salvador (FMOcc-UES).
2 Erick Tomasino. Educador popular. Licenciado en psicología por la Universidad de El Salvador con estudios de economía política en la UFRJ y de pedagogía crítica con el CELAPEC.
3Es muy común escuchar de personas que laboran en instituciones u organizaciones con sedes centralizadas hablar de hacer trabajo de campo o ir al campo cuando tienen que realizar su trabajo fuera de los muros de sus oficinas.
4 El Salvador es rico en experiencias de organización socio-comunitaria, algunas que podemos mencionar son por ejemplo, las aglutinadas en CRIPDES (CCR, PROGRESO, UCRES) ACUDESBAL, ADES, ARDM, CORCULL, CRC...
5Utilizo sólo figuras masculinas pues este tipo de conciencia también es por lo general patriarcal en donde el hombre masculino es la representación del poder.