“Eres muy cómodo. Siempre te gusta
que te vayan a ver. Porqué no por una vez en tu vida sales de esa pocilga a la
que llamas casa y vienes tú a verme a ver a mí”. Esa fue la principal razón y
no otra, la que me llevó a tomar mi maleta y salir de este pequeño manicomio
para cruzar la frontera, verla y darle una buena dosis de amor subdesarrollado.
Había olvidado lo que era viajar
fuera, más aún con esta apariencia de pecado original que me cargo y con un
pasaporte que lo confirma. Los primeros trámites son normales. No hay mucho qué
hacer más que enseñar tus credenciales en una oficina donde a nadie le importa
lo que lleves metido en la mochila o en el culo. Ahí, ningún funcionario se
cree que va cambiar el mundo por detenerte. A pesar de reconocer esto me saltan
los nervios y evito hacer alguna estupidez. El resto del trayecto es dormir.
Siempre he odiado esas películas malas que ponen en los autobuses. No sé que es
peor, que las coloquen o que haya gente que disfrute verlas.
La segunda frontera es terrible.
Si vas con barba eres terrorista. Si vas rapado, eres un pandillero. Si vas con
el cabello como la alta alcurnia manda, eres un estafador, pues como es sabido esa
gente no viaja en autobús, viaja en avión, por eso en el aire no hay tantos
retenes. Así que igual no te salvas.
Fue llegando a la frontera y
una vos acartonada anunciaba que tendríamos que bajarnos con todas nuestras
cosas para ser registrados. Yo como he sido tratado como un delincuente casi
toda mi vida, no me sentí sorprendido, así que al estacionarse el autobús,
bajé, busqué mis cosas en el maletero y como el resto hice la fila para ser
sensualmente tocado por alguno de esos oficiales con cara de piedra.
“Tienen que pasar a aquella
habitación, ahí coloquen sus maletas en la mesa que está al centro y ubíquense
alrededor”. Hice todo tal como lo indicaban. La maleta al centro sobre la mesa
y me ubiqué como el resto alrededor. En eso entra un policía fortachón con
aspiraciones de superhéroe. Nos dice que entrará un perro entrenado para
descubrir drogas, así que ni que nos acercáramos. Luego entra otro oficial con
un perro en la mano, tan pequeño que causó la risa a más de alguno. Olfateó
todo. Me miró y recordé que habría sido buena idea lavar mis zapatos antes,
pobre del can, no debe ser un buen trabajo para el.
Una vez pasado el circo del
registro, el poli -el primero- saca una lista y anuncia, que mencionará unos
nombres y esos irán pasando a un cuartito al lado. Comienza, “Fulanodetal, ciudadano colombiano”. Un
tipo negro, calvo y enorme, levanta la mano, dice yo, y el oficial le señala
por donde debe entrar. Toma sus cosas e ingresa al cuartito que de afuera se
presentaba lúgubre. Luego el poli ve su lista y menciona mi nombre… ciudadano
salvadoreño. Yo, como quien se ha ganado la lotería, tomo mis cosas y entro
feliz de ser de los primeros en pasar, así al salir tendría tiempo de echar la
siesta –pensé-. En eso, escucho la voz a mis espaldas. “El resto puede subirse
al autobús”. Maldición, solo el colombiano y yo teníamos los méritos
suficientes para ingresar al cuarto de las torturas fronterizas. En unos
segundos solo imaginaba los dedos del poli fortachón introduciéndoseme para
buscar hasta en el último rincón cualquier residuo de drogas. Lo único que
podría encontrarme son cenizas de cigarrillo y un aire de metano. Me causaba
cierta gracia imaginar la cara de frustración del tipo.
Cuando entré, al colombiano le
habían sacado hasta el último trapo para revisarlo y haciéndole un montón de
preguntas trataban de intimidarlo. Luego me toca a mí, pensé. Pero no, cansados
de entretenerse con el otro, solo me dijeron que tomara mis cosas y que me
largara de ahí.
Subimos al autobús y lo que
seguía era una buena siesta hasta llegar a mi destino. De tanto pensar lo que
haríamos con ella al llegar me dieron ganas de ser un Elvis Crespo autobusero,
el tipo es mi referente. Hacerse la manopla en el baño de un avión. Tremendo.
Llegué. Me estaba esperando con
una cara de enfado. “Llegas tarde”. Siempre llego tarde a todo, es mi destino,
es la historia de mi vida; por ejemplo cuando quise ser del partido comunista
me dijeron que hacía seis años que ya no existía. Lloré la muerte de Kurt
Cobain cuatro años después, porque antes ni siquiera sabía de él. Tarde para
todo, por eso siempre voy con prisas. Pienso que siempre se me hace tarde.
¿Y qué haremos? ¿Qué tienes
pensado? “Nada”. Pero como, me haces venir y no has pensado en qué haremos. “Debes
dejar de ser tan cuadrado. Deja que las energías del cosmos fluyan, no trates
de controlar al universo sino que el te dicte tus acciones”. Cuando escuché
eso, sentí que el pajarito se me iba volando. Cómo pude venir hasta acá para
sujetarme al universo misterioso cuando en todo caso, lo que más quería era
penetrar el enigma que se esconde tras esa maraña de vello púbico.
Cuando
desperté aun iba en el autobús. Faltaban unas cuantas horas para llegar. La luz
que indica el estado del baño estaba en verde. Me levanté y me encerré ahí un
rato. Qué difícil es cuando todo se agita a tu alrededor.