Cuando Carol apareció por fin
en el bar, teníamos un poco de miedo que el pasado nos delatara; digamos que en
aquella época, ella y yo no habíamos formalizado nuestra relación. Nos tratábamos
a la distancia e intentamos -no con mucha fortuna de mi parte- actuar como si
de dos desconocidos se tratara.
Manteníamos contacto por
correo. Eventualmente contábamos algo de nuestra vida, pero sin brindar muchos
detalles, era más bien una forma de mantener la comunicación. Eso era así,
hasta que un día, le propuse que viniera a visitarme. Eso nos llevó a pensar qué
podríamos hacer cuando nos viéramos. De ahí que la expectativa me llevó a
confesarle que lo que más me apetecía era tener sexo con ella. Lo dije como si
fuese mi último deseo. Y ella, sin mucho problema aceptó e inmediatamente
planificó su llegada.
Por fin se llegó el día de su
venida. Quedamos de vernos una tarde en un sitio a orillas del lago. Cuando se
apareció la vi más hermosa de cómo la recordaba. Venía con su cabello suelto,
como siempre suele utilizarlo y sonrió al verme. Por fin, después de tantos
correos ya era tiempo de que nos encontráramos. Ha pasado mucho tiempo. Sin
embargo, las palabras no me fluían como cuando le escribía. Eres más callado de
lo que recordaba. Por eso escribo, para compensar mi poco don de conversación. Pues
es una lástima, porque escribes bastante mal y si ni siquiera eres capaz de
hablar, no será tan fácil que te lleve a la cama. Quedé callado y mi mirada se
congeló en la carta. Había empezado con un punto sensible.
Como no reaccionaba de mi
abstracción, Carol ordenó ron y algo para picar. Bebimos y aun no encontraba la
manera de llegar al tema principal, es decir, proponerle que nos fuéramos de
una buena vez a su hotel y materializar nuestras fantasías expresadas
virtualmente.
¿Yo te gusto? –preguntó Carol
sin rodeos- Mucho. Me lo imaginaba. Yo no quería conversar; pensaba que
cualquier cosa que yo dijese, ella tendría una respuesta nada favorable para mi
ego. Has estado solo últimamente, me refiero si has estado con chicas. Es un
poco raro, pero mi cama, cuando ve que me acerco con mis propias soledades,
como que se arruga, como haciendo muecas de desagrado. Como que ya no le basta
solo dormir. Por eso le sugiero una acompañante para actuar como un sueño que
se cumple con la piel. Ella sonrió, sin decir nada y dio un buen trago. Me sentí
muy inteligente en ese momento. Por fin le dije algo para impresionarla.
El bar se iba llenando poco a
poco, con lo que a mí me desagradan los lugares con mucha gente, le propuse si
nos íbamos a otro sitio. Estoy bien aquí, además parece que habrá música en
vivo y tengo curiosidad de escuchar al grupo. Con lo que a mí me desagradan los
músicos que se quedan con todas las chicas, le insistí si nos íbamos de una
buena vez. Puedes irte si quieres, pero si deseas estar en mi cama esta noche,
tienes que esforzarte un poco más. Cuando me dijo eso, sentí como si me había
puesto una cadena para atarme a la silla.
El grupo inició con su
presentación. Fatal. Eran tan malos que nadie les prestaba atención, a excepción
de mí, irónicamente. Vaya, tú querías irte y parece que eres el único que está
disfrutando la música. Es que también soy músico, le recordé. Entonces ve
pensando en una canción, así me la dedicas. Comencé a temblar de los nervios.
Es que no he practicado desde hace mucho. Es una lástima, porque si te subes a
cantarme una canción, haré todo lo que me pidas esta noche. Al oír eso, me puse
a practicar mentalmente, pero no lograba recordar ni una tan sola canción. No
es justo le dije. No se trata de justicia, sino de ganas, dijo. Seguía golpeándome.
Y por más que me esforcé no me ocurrió nada. Le di un buen trago al ron. Y ella
sonrió victoriosa.
Dejamos de hablar por un buen
rato. El grupo invitó a uno de los chicos que estaba entre el público a que
cantara algunas canciones y él, bastante animado, subió al escenario. Comenzó
con su repertorio. Fatal. Ves como este si se animó, y mira su novia está
feliz. Bueno, yo también estaría feliz teniendo a este chico a varios metros de
distancia –balbuceé-, supongo que ella lo está por eso. No seas tonto. Esa debe
ser su manera para expresarle a la chica su amor, si yo fuera, haríamos el amor
cadenciosamente al son que me tocara.
Como se acabó la música y estábamos
sintiéndonos ebrios, Carol por fin dijo que nos fuéramos a su hotel. Mi sonrisa
sugirió lo entusiasmado que me ponía. Pero no te hagas muchas ilusiones, que a
lo mejor será solo para dormir. Lo veremos ya estando ahí. Fuimos hasta el
hotel y yo trataba de ir calentando la situación, pero ella estaba convencida
que no habría nada esa noche, rechazaba mis intentos por besarla y yo me iba
sintiendo frustrado. Llegamos y fuimos directo a su habitación. Para mi
sorpresa, fue cerrando la puerta y ella se me abalanzó, quitándonos desesperadamente
la ropa. Mi deseo fue aumentando y los nervios, de nuevo, querían jugarme una
mala pasada. ¿Qué te pasa? ¿No que me deseabas tanto? Claro, pero verte así me
pone idiota. Es que nunca cambias, ahora me tienes cerca de ti y te comportas
como un adolescente virgen.
Dejé que ella tomara la iniciativa.
Por fin ya estábamos desnudos sobre la cama. Carol gritaba no producto del
placer que me imaginaba brindarle, sino gritos de reclamos, como que no lo
estaba disfrutando y eso generaba en mí, además de desconcentración, que mi
deseo se fuera disminuyendo, tanto que terminé más pronto que de costumbre, pues
me sentía desbaratado por no serle complaciente. Luego que me corrí y que no
lograra excitarme de nuevo, Carol se arrojó a la cama y se cubrió con las sábanas.
Tanta mierda para esto –dijo- mejor durmámonos. Estaba tan molesta que no quiso
escuchar excusas y ni siquiera dejó que le abrazara.
La noche se desvaneció lentamente
y como solo quería que todo pasara, me dormí tratando de no recordar lo sucedido.
Por la mañana, con mucho dolor en mi ego, traté de reivindicarme. No hagas
nada, que no estoy con ánimo de hacerlo con vos. Mejor levantémonos, te invito
a desayunar y luego te vas. No fue buena idea venir a verte, no sé en qué
estaba pensando cuando accedí. Diciendo eso, nos vestimos y salimos. Me sentía incapaz
de hacer algo que relajara el ambiente.
Sentados
a la mesa, como si de dos desconocidos se tratara, desayunamos y Carol se
despidió, le ofrecí que yo pagaría la cuenta. El silencio me otorgaba la oportunidad
de no demostrar mi estupidez y vi como ella se iba alejando cual combatiente
que ha destrozado a su enemigo. En ese instante, la falta de baño me produjo
escozor en los testículos, disimuladamente me rasqué tratando de asegurarme que
aun estaba completo. El placer que me daba me recordó una canción. Busqué dinero
para cancelar. Había traído las llaves del cuarto conmigo. Di un buen trago a
mi café y salí.
(De: La Caverna y Su Sombra)