Eran apenas las 8:00 de la mañana cuando mi teléfono sonó. Era una voz que me parecía familiar diciéndome: Sabes qué maldito, ahora soy feliz. A lo que yo conteste: si, hola, que bien, me alegro, ¿puedo seguir durmiendo?
Sabes qué infeliz, -continuó- mientras vos estabas jugando al rudo destrozándote la cara, me fui a la playa sola, entendiste. SO-LA. Quería repensar las cosas y llegué a la costa, maldita sea y lo primero que hice fue buscar una habitación y felizmente todo estaba lleno ¿sabes porque? Porque un chico salió y me dijo que podía quedarme en su habitación. Le tomó cinco minutos para seducirme y ya para eso estaba enamorada de él…
Y sabes qué –prosiguió- Ni siquiera salimos a la playa, nos la pasamos todo el fin de semana, entendiste, TO-DO el fin de semana encerrados en la habitación, es un animal. Su cuerpo atlético lleno de tatuajes; y sabes qué es lo mejor, que es vocalista de una banda y creo que el si será alguien. No como vos maldito perdedor que sos un fracasado, mira no tenes una carrera terminada, no tenes empleo y ahora tampoco tenes novia. MAL-DI-TO FRA-CA-SA-DO.
Además e un chico atento. Se levantaba para llevarme algo de comer a la cama. Podía cargar con mis cosas. Me daba masajes y hacíamos el amor cada vez que yo se lo pedía. Oye guapa –le dije- y yo que pensaba que el colonialismo había terminado. No sabia que lo que quería eras un esclavo o un sirviente.
Ya ves. Eso es lo que me molesta de vos –gritó- nunca le das importancia a lo que me pasa. Parece que todo te vale verga. Ni siquiera vas a decir que te duele que yo esté ahora con otro. Su voz seguía con una letanía muy bien conocida, entonces reflexione que no tenía porque seguirla escuchando. Arrojé el teléfono al cesto de la basura.
Había una persona menos de quien estar preocupado.