BAILABA
COMO DAVID LEE ROTH
Erick
Tomasino
Me consideraban la reina de
todas las fiestas a las que asistía. Quizá por mi cabello rubio espejismo o mis
ojos de somnoliento deseo. Total era la más deseada. Siempre cobraba por
adelantado porque ya tenía experiencia con tipos malapaga. Usted sabe, hay que
ser precavida en todo hasta para abrir las patas. Una no se mete con cualquier
fulano solo por así nomás. Hay que procurarse sus estímulos. Una verga
suculenta o un buen fajo de billetes. Yo prefiero lo segundo a lo primero
porque el dinero contante y sonante es real. Lo otro puede ser una ilusión que
desilusione. Y de eso yo se bastante.
La verdad es que a los tipos
les gustaba cómo me les encaramaba. Como con el neón de mis sonrisas les
reptaba salada sobre sus carnes. Y la inocente gesticulación que les actuaba
cuando les hacía creer que me complacían al mismo tiempo que les susurraba que
puta miamor qué rico. Así les limitaba al tiempo. Yo sabía simularles fantasías
a los ingenuos.
Para algunos yo era un
artefacto intervenido por el maltrato, el delito perentorio de sentirse deseada
y ajena, de cualquiera menos de una. Pero aun así me amaban o eso decían. Yo
igual no les creía. Una aprende a discriminar los discursos y pensar en el
marido que ya no volverá y en los hijos que a saber qué diablos andarán
haciendo. Porque a una la pueden acusar de cualquier cosa menos de dejar a los
hijos valiendo verga, por algo se mete una en este negocio.
Porque esta cosita rica
tiene su historia y sus tristezas, no crea que todo es gozo, también a una se
le escurren los sentimientos por los ojos. A veces me embriagaba y le contaba
las puntitas a las estrellas, con los ojos así como de gata taciturna. Por la
mañana amanecía de culumbrón tratando de recordar las ovaciones pero sólo me
venían los golpeteos de mis nalgas que sonaban como aplausos en los muslos
peludos de algún cliente grasoso y jadeante. Aprendí a contar las embestidas
para romper mis propios records.
A pesar del sufrimiento me
ponía linda y me daba mis gustitos. Me vestía como la actriz que triunfa en la
alfombra roja. A los tipos les encantaba verme así, porque para mujeres sufridas
les bastaba la de la casa. A mí no me miraban así aunque lo fuera, pero eso no
les importaba. A mí tampoco me importaba. Yo sabía que con menearles el
chunchucuyo así... les bastaba y para mi sacarles el billete era suficiente.
Decían que era la reina
porque les gustaba mi cadenciosa forma de explotarles los fantasmas a la
rutina. Pero sobre todo lo que más les gustaba era que cuando sonaba mi canción
predilecta, lo mandaba todo a la mierda y estirando las piernas en un salto así
como este… con movimientos de una diva de Tropicana, sensual y ajena, bailaba
como un David Lee Roth en versión de putero de mala muerte y ya con eso me
daban mi propina o me invitaban a un wiski con promesas de sacarme de este
chiquero… o por lo menos escribir una historia que hablara sobre mí.
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