A 25 años de la firma de los Acuerdos de Paz en El Salvador
Mucho falta por hacer
El 16 de enero se cumplen 25 años de la firma de los Acuerdos de Paz (AdP) suscritos por el Gobierno de El Salvador de aquel entonces y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y que pusieron fin a doce años de conflicto armado abierto. Momento que se aprovecha para hacer balances desde múltiples aristas de lo logrado, lo retrocedido, lo que se hizo o se dejó de hacer con la sabiduría de quien mira para atrás.Es evidente que la firma de los Acuerdos de Paz significó un cambio en las relaciones sociales, no obstante no tuvieran un impacto uniforme en la población salvadoreña, puesto que durante la guerra hubo varios actores (organizados) y sectores o grupos (no organizados) involucrados directa o indirectamente con intereses diversos, algunos más o menos claros, con mayor o menor nivel de conciencia; de ahí que lo alcanzado en aquellos acuerdos tuviese también implicaciones variadas, de acuerdo a lo que Martín-Baró -refiriéndose a los impactos de la guerra en la salud mental- llamó “coordenadas”; es decir efectos de acuerdo a la clase social, el involucramiento de los grupos y personas y la temporalidad (efectos de mediano y largo plazo) [i]. A partir de las cuales se pueda analizar las reacciones de estos en la etapa abierta por aquel acontecimiento.
Si bien existe amplia coincidencia de que lo que se logró con los Acuerdos fue el fin del conflicto bélico (el enfrentamiento armado se lee en los documentos) entre dos partes directamente involucradas y que no significó de ninguna manera el logro de la paz ni cambios en las estructuras que originaron el conflicto, aquellos dieron la pauta hacia una apertura democrática que cambió la dinámica en las relaciones de los diferentes grupos y sectores generando una situación de optimismo y esperanza, natural e ilusoria, frente al nuevo momento y que a la distancia se puede interpretar también a partir de los individuos que vivieron y/o viven las secuelas de la guerra.
Por el lado de los grupos dominantes y de la “derecha” política e ideológica, pese a que en un inicio los sectores más conservadores rechazaron cualquier negociación con las fuerzas guerrilleras alegando que “negociación es traición”, permearon los discursos de “borrón y cuenta nueva” fieles al discurso del “fin de la historia” y erigiendo a Cristiani como el “Presidente de la Paz” y que dio pauta para garantizar el avance del modelo económico que incorporara a los grupos de poder al concierto económico mundial obviando toda causa que originara la guerra.
Mientras que, para el FMLN, los Acuerdos fueron el producto de un largo proceso de diálogo y negociación, vista como una alternativa para el fin del enfrentamiento armado, empujada por la necesidad de adaptación a una coyuntura internacional que se vislumbraba como desfavorable si no se concretaba en aquel momento y que diera paso de ser fuerza militar beligerante a fuerza política en el marco de la democracia representativa.
Por otro lado, para los sectores de la población que no tuvieron participación abierta en el conflicto bélico, aunque sí como protagonista y en algunos casos con posiciones conscientemente claras, los Acuerdos fueron un momento para repensarse en el nuevo escenario a la expectativa de lo que se podría alcanzar sin saber exactamente qué.
Señalado lo anterior, el paso del cumplimiento de los Acuerdos quedó a la deriva. No es de menospreciar que una nueva etapa generó nuevas relaciones y de ahí a nuevas subjetividades, algo que se ha dado en llamar el período de “institucionalización generalizada”. El proceso posterior al fin del enfrentamiento armado por parte de las fuerzas en contienda abrió nuevos derroteros para la izquierda y las clases subalternas: de la vía armada se pasó a la vía electoral y de la movilización popular organizada a la lucha [participación] ciudadana por la subsistencia. En términos generales se cambió la lucha por un proyecto de sociedad con justicia y equidad, a la adaptación individual en una sociedad excluyente. En términos generales, porque también hubo quienes se han mantenido fieles a sus principios de la construcción de una sociedad nueva.
Paralelo a ello, la interpretación de lo sucedido quedó en las apreciaciones de quienes la escribieron y no necesariamente de quienes la protagonizaron, mucho menos de quienes sufrieron las consecuencias de la guerra. De ahí que la narrativa de la guerra se instale a partir de las voces que han tenido el privilegio de ser escuchadas, algunas como visiones institucionalizadas y otras como verdades impuestas, quedando marginadas las voces que en apariencia no tuvieron participación directa en aquel momento pero que actuaron desde las trincheras del desconsuelo y que claman por contar su versión sobre el asunto.
Existe la ineludible tarea de cruzar las distintas intersubjetividades a razón de la verdad histórica de los hechos con base a las necesidades grupales y sectoriales, principalmente desde la subalternidad (en sentido gramsciano). Pese a lo que se pueda señalar, el comprender este proceso es en sí una tentativa para buscar caminos que confluyan en la búsqueda de la paz con justicia. Esto como parte de un proceso del cual -el actual momento- es producto de sus múltiples continuidades y no de supuestas rupturas en este largo y sinuoso camino que es la historia.
Si bien todo balance puede ser aleccionador así como un aspecto de interpelación a la sociedad, siempre y cuando supere la [auto]flagelación, lo que puede aportar en tal sentido es la construcción colectiva que ubique los desafíos en esta nueva etapa desde los aprendizajes del pasado, principalmente para quienes tenemos la tarea de estudiar aquel momento, interpretarlo y asumir la responsabilidad de cara al futuro.
Y para alcanzar este cometido, es necesario tejer una nueva amalgama de interrelaciones con sentido prospectivo, asumiendo que para ello no partimos de cero. Es así que parafraseando a Simón Bolívar, quien escribiera “Mucho hemos hecho, pero más nos queda por hacer” para el tema abordado se podría decir que: Algo ya se ha hecho, pero mucho falta por hacer.
Nota
[i] Cfr. MARTÍN-BARÓ, Ignacio, (1990). El impacto psicosocial de la guerra. En Psicología social de la guerra: Trauma y Terapia. UCA Editores. San Salvador.
Si bien existe amplia coincidencia de que lo que se logró con los Acuerdos fue el fin del conflicto bélico (el enfrentamiento armado se lee en los documentos) entre dos partes directamente involucradas y que no significó de ninguna manera el logro de la paz ni cambios en las estructuras que originaron el conflicto, aquellos dieron la pauta hacia una apertura democrática que cambió la dinámica en las relaciones de los diferentes grupos y sectores generando una situación de optimismo y esperanza, natural e ilusoria, frente al nuevo momento y que a la distancia se puede interpretar también a partir de los individuos que vivieron y/o viven las secuelas de la guerra.
Por el lado de los grupos dominantes y de la “derecha” política e ideológica, pese a que en un inicio los sectores más conservadores rechazaron cualquier negociación con las fuerzas guerrilleras alegando que “negociación es traición”, permearon los discursos de “borrón y cuenta nueva” fieles al discurso del “fin de la historia” y erigiendo a Cristiani como el “Presidente de la Paz” y que dio pauta para garantizar el avance del modelo económico que incorporara a los grupos de poder al concierto económico mundial obviando toda causa que originara la guerra.
Mientras que, para el FMLN, los Acuerdos fueron el producto de un largo proceso de diálogo y negociación, vista como una alternativa para el fin del enfrentamiento armado, empujada por la necesidad de adaptación a una coyuntura internacional que se vislumbraba como desfavorable si no se concretaba en aquel momento y que diera paso de ser fuerza militar beligerante a fuerza política en el marco de la democracia representativa.
Por otro lado, para los sectores de la población que no tuvieron participación abierta en el conflicto bélico, aunque sí como protagonista y en algunos casos con posiciones conscientemente claras, los Acuerdos fueron un momento para repensarse en el nuevo escenario a la expectativa de lo que se podría alcanzar sin saber exactamente qué.
Señalado lo anterior, el paso del cumplimiento de los Acuerdos quedó a la deriva. No es de menospreciar que una nueva etapa generó nuevas relaciones y de ahí a nuevas subjetividades, algo que se ha dado en llamar el período de “institucionalización generalizada”. El proceso posterior al fin del enfrentamiento armado por parte de las fuerzas en contienda abrió nuevos derroteros para la izquierda y las clases subalternas: de la vía armada se pasó a la vía electoral y de la movilización popular organizada a la lucha [participación] ciudadana por la subsistencia. En términos generales se cambió la lucha por un proyecto de sociedad con justicia y equidad, a la adaptación individual en una sociedad excluyente. En términos generales, porque también hubo quienes se han mantenido fieles a sus principios de la construcción de una sociedad nueva.
Paralelo a ello, la interpretación de lo sucedido quedó en las apreciaciones de quienes la escribieron y no necesariamente de quienes la protagonizaron, mucho menos de quienes sufrieron las consecuencias de la guerra. De ahí que la narrativa de la guerra se instale a partir de las voces que han tenido el privilegio de ser escuchadas, algunas como visiones institucionalizadas y otras como verdades impuestas, quedando marginadas las voces que en apariencia no tuvieron participación directa en aquel momento pero que actuaron desde las trincheras del desconsuelo y que claman por contar su versión sobre el asunto.
Existe la ineludible tarea de cruzar las distintas intersubjetividades a razón de la verdad histórica de los hechos con base a las necesidades grupales y sectoriales, principalmente desde la subalternidad (en sentido gramsciano). Pese a lo que se pueda señalar, el comprender este proceso es en sí una tentativa para buscar caminos que confluyan en la búsqueda de la paz con justicia. Esto como parte de un proceso del cual -el actual momento- es producto de sus múltiples continuidades y no de supuestas rupturas en este largo y sinuoso camino que es la historia.
Si bien todo balance puede ser aleccionador así como un aspecto de interpelación a la sociedad, siempre y cuando supere la [auto]flagelación, lo que puede aportar en tal sentido es la construcción colectiva que ubique los desafíos en esta nueva etapa desde los aprendizajes del pasado, principalmente para quienes tenemos la tarea de estudiar aquel momento, interpretarlo y asumir la responsabilidad de cara al futuro.
Y para alcanzar este cometido, es necesario tejer una nueva amalgama de interrelaciones con sentido prospectivo, asumiendo que para ello no partimos de cero. Es así que parafraseando a Simón Bolívar, quien escribiera “Mucho hemos hecho, pero más nos queda por hacer” para el tema abordado se podría decir que: Algo ya se ha hecho, pero mucho falta por hacer.
Nota
[i] Cfr. MARTÍN-BARÓ, Ignacio, (1990). El impacto psicosocial de la guerra. En Psicología social de la guerra: Trauma y Terapia. UCA Editores. San Salvador.
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