Erick Barrera Tomasino.
Llegó a la estación del bus dos horas antes, parecía que estaba tan ansioso que ni se percató de la hora en que estaba registrada la salida en su boleto. Eran las tres de la mañana de un día lleno de interrogantes. ¿Qué me espera? ¿Qué pasara cuando llegue? ¿Será que también me ama? Se cuestionaba.
Las horas fueron avanzando hasta que se sorprendió soñando en la carretera; un escalofrío recorría su espalda y su corazón trémulo advertía no poder controlar sus emociones. Venía de nuevo esa sensación de miedo. Un miedo inexplicable y quizá sin ninguna fundamento. La invitación parecía una invitación formal de la cual no habría que tener más expectativas que las convencionales conversaciones en estas reuniones de trabajo.
Su primera impresión al llegar, era la de haber estado ahí antes, es decir, de haber vivido ahí, o mejor dicho, sentir que era ese su lugar. Una brisa limpia y clara golpeó su rostro -es hora de una cerveza- se dijo, así podría ocultar un poco su timidez y conseguir ser mas simpático.
Llegó un poco retrasado. Y al bajar del auto que lo condujo hasta la casa, advirtió una silueta que se acercaba a pasos lentos. Una voz conocida pronunció su nombre. Su corazón empezó a correr como si quisiera abandonar su cuerpo. Era Ella quien había salido a recibirlo, llevaba una blusa escotada y una falda que dejaba al descubierto sus hermosas piernas, pero lo que llamó mas su atención fue la sonrisa de la chica y su mirada diáfana y penetrante. Se acercó a Ella y un olor inimaginable despertó un poco su pasión hasta entonces negada.
En ese momento quien sabe porqué se acordó de un poema de Benedetti, quizá porque pensaba que sería inteligente no decir algo que sobrara en la conversación esperada, así que santo remedio no hablo mucho o mejor dicho no dijo casi nada. Volvió a las preguntas ocasionales sobre la familia, el país, el trabajo. Ella guardaba un silencio aún más provocante. Se limitaba a responder con monosílabos o audazmente devolvía la pregunta. Esa noche cerró casi sin ninguna novedad.
Al otro día mientras el café invadía la mesa del comedor hablaron de lo bien que sería hacer algo juntos. El no tenía tan claro que podían hacer juntos o, si lo tenía claro, un rictus de vergüenza llenaba su rostro enjuto. Así que ella propuso: y que tal si en la noche vamos a por unas cervezas, hay un lugar muy lindo en el muelle del lago. Este bien –respondió él estúpidamente- como si de una orden se había tratado.
Aguardó todo el día hasta que la noche se llenó de estrellas. Había algo de luna esa noche y de nuevo la brisa refrescaba el ambiente. De nuevo se sintió no como un extraño, si no como alguien que ya antes ha recorrido esas calles. Quizá era Ella quien le hacía sentirse de maravilla en aquella tierra de lagos y revoluciones.
Llegaron al muelle, dieron algunas vueltas para reconocer el lugar y algunos flashes bajaban un poco la tensión del momento. Mientras evaluaban las fotografías sus mejillas se rozaron por error y un suspiro silencioso apareció antes de una leve risa nerviosa. Así para no cargar de prisas las horas, pidieron algo para beber. Realmente era un momento de inquietudes. La noche se fue derivando a un momento de confesiones. Y Él sintió como si ya había soñado todo aquello. Dentro de la atmósfera musical que parecía un soundtrack, un perro de nombre Benito ladraba como queriendo espantar los miedos.
En el espejo del lago se advertía un leve reflejo con sabor a futuro. Es así como lo había soñado. Las manos de ambos se entrelazaron como por inercia y otro breve suspiro anunciaba el porvenir. Ella buscaba sentir el natural dulce de unos labios y sin más protocolo se lo hizo saber. El respondió hábilmente en busca de los enigmáticos labios de la chica. No tan dulce, detuvo ella como para no apurar el reloj. Un haz de confusión invadió por un segundo la cabeza del chico. Entonces ¿cómo? espetó él, como queriendo tener mas claridad del momento. Así. Respondió ella ávidamente sellando con un beso que quedaría guardado en la memoria de aquel lago que sabe de buenas historias.
Luego Él tomó las manos de Ella con su piel que dejaba de estar tan fría a esa hora de la noche. Y en ese justo momento fue donde supo que no importara el lugar donde estuviese, Él era feliz en ese preciso y único momento.
Un cauce de esperanzas recorrió aquella hora mientras las hojas de los árboles testificaban un nuevo nacimiento. La brisa que reaparecía cual sello de lo eterno daba el toque sabido en esa coordenada que sonaba a memoria. Qué piensas que harás cuando vuelvas a tu país, lanzó Ella como queriendo espantar el silencio. Pienso -dijo Él- que mi país es donde estás tú.
QUE BARRRRBARO ERICK...!!!
ResponderEliminarESTE CUENTO ES FENOMENAL, POR UN MOMENTO ME TRANSPORTÉ A NICARAGUA..!!!
SALUDOS FRATERNOS...!!!