martes, 31 de marzo de 2009

SOSPECHA EN EL BANCO


Una tarde me dispuse ir al banco para reafirmar mi condición de asalariado, hacer este trámite me permitiría sobrevivir nuevamente hasta la socazón del próximo fin de mes. Como tal el banco -que tiene un logo como si se estuviera riendo de uno- estaba abarrotado de personas que en una silenciosa fila, como si de una marcha al cementerio se trataba, daban pasos prolongados cada dos o tres minutos.
Estaba yo inmerso en mis pensamientos, como el de que con mi amada que nunca me espera podría reinventar nuevos sabores en la cocina, o nuevas formas de ponerle sazón al amor. Total. En culinaria abstracción me mantenía hasta que fui sorprendido por el inoportuno timbre de un teléfono celular. No me percataba de lo problemático que eso podría ser hasta que dos vigilantes, guardias privados que velan por la seguridad del banco, se acercaron a un hombre que vestía elegante traje para pedirle que apagara ese aparato pues no es permitido realizar llamadas dentro del local. Ahí pensé debe ser porque podría coordinar alguna acción para hacer un asalto. Pero más no me importó y seguí recreando mi imaginación con el rostro de mi amada que no sospecha de mis sentimientos hacia ella.
La fila avanzaba perezosamente y luego entró un hombre vestido de policía, “este trae un arma” me dije y me pareció de lo más raro que no lo registraran ni le decomisaran el artefacto. Ahí que asocié la llamada con el ingreso de este personaje y algo en mí me señaló que eso no estaba bien. Comencé a observar a mí alrededor y me percaté que mas adelante había una mujer muy sospechosa pues llevaba unas gafas oscuras y de la oreja derecha le colgaba una cosa que parecía de última tecnología. Las miradas se intercambiaban unas con otras con predisposición como si de señales malintencionadas se trataba y mi cuerpo experimentaba cierta ansiedad ante la posibilidad de un asalto en ese momento. “Y para donde corro o que hago si esto sucede”. “Tengo que salir pero necesito retirar el dinero ahora”. Otra mujer con un bolso enorme intentaba hacerle algo a su teléfono que sonaba mas continuamente que el paso de los clientes que ahí estábamos. Las miradas se confundían una a otra en el aire y me parecía ya demasiado.
De pronto el policía me veía avasallante y caí en la cuenta que yo mismo participaba de la acción hasta el punto de verme a mí mismo sospechoso. ¡Que mierda! Quizá me han confundido con uno de sus cómplices. Y el sudor se marcaba en mi rostro.
Vi fijamente y percibí que el del traje azul no llevaba un arma, solo un radio nada más. La señora del bolso insistía en su aparato hasta que consiguió hacerlo callar, la otra mujer que estaba mas adelante hacía un depósito con toda normalidad y al tipo del traje elegante no lo vi más. Yo terminé escribiendo un cuento sobre el acontecimiento. Y mi amada jamás supo de esto.

1 comentario: