Foto: Mariana Toscana |
Es una mañana de mucha humedad, la leve llovizna de la noche anterior más los primeros rayos del sol que caen sobre la tierra apenas mojada comienzan a elevar la temperatura en este pequeño caserío de vocación agrícola. Josué y Nahúm preparan sus herramientas de labranza. Machete y azadón. Alguna botella con agua para apaciguar el asfixiante calor de estos días no está de más en el pequeño matate. Apenas una taza de café representa el “primer desayuno”. Las tortillas que prepara Teresa -la compañera de Josué- serán para más tarde cuando toque comer “de verdad”. Ambos toman sus cosas y se dirigen a la parcela que han arrendado para trabajar este año en lo que siempre han hecho: labrar la tierra para cultivar sus alimentos.
Aún es pronto para pensar en el invierno, “pero hay que tener todo preparado” reflexionan los hermanos; además ha sido una de las condiciones del dueño del terreno. Estos hermanos como muchos otros campesinos en el país no son propietarios de la tierra y cada año tienen que negociar el arrendamiento con quien sí la tiene. “Este año hemos tenido suerte, logramos conseguir un terreno de media manzana algo cerca de la casa, así no vamos a caminar mucho”.
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