Por: Ilaria Tosello
Luz y Sombra. Foto de Ilaria Tosello. |
Si Shakespeare fuera salvadoreño o
jalvadoreño, se llamaría Chespirito. Si en lugar de hasta 1616 viviera hasta
2016, contaría lo que la mara anda diciendo:
Julieta se enamoró de Romeo en la
escuela del cantón, a sus 14 años, el primer amor, el clandestino, el de las
estrellas cruzadas.
El estigma de Romeo fue venir de
una familia cuyo hermano mayor era pandillero. Demasiado cerca, demasiado
tentador el mundo del mayor para el pequeño… demasiado tentadora la
vulnerabilidad de Romeo para quienes querían vengarse contra el hermano mayor.
Romeo murió por una bala en el
camino entre la escuela y la casa, mochila en la espalda, en el celular el
último mensaje para su Julieta. La mara
anda diciendo que los otros dos jóvenes que venían con él se salvaron porque ya
habían tomado un su parcito y corrían como corren los bolos el viernes por la
tarde.
Julieta recibió la noticia de la
muerte de Romeo encerrada estoicamente en su silencio clandestino. No esperó ni
un día para ver si era una muerte falsa, como acostumbran otras en el país. El
sábado, mientras la mamá se acercaba al carro de la fruta y verdura para
comprar y las hermanas en Estados Unidos regresaban de trabajar, Julieta mandó
el último mensaje a su mejor amiga: “la vida sin él no tiene sentido”...y buscó
la solución que su hermano mayor le había enseñado cuando ella era más niña de
lo actual: una pastilla rosadita, la del sobrecito con la imagen de un ratón.
A pesar de las suplicas e intentos
de la familia y del doctor que acudieron tras verla fría y pálida, Julieta
siempre se mantuvo firme en su decisión.
En 5 horas no quiso salvarse.
Chespirito contaría que, como sus
antecesores, Julieta y Romeo tampoco
pudieron salvarse y que esta Verona
jalvadoreña aún espera la reconciliación de sus familias.
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