A la niña de los ojos tristes
Sos un portal, nena
¿Por qué te cerrás al mundo
como si fuera suficiente existir?
Esos muros de cristal
si no se rompen solo te dejan ver
pero no sentís, no olés, no disfrutás.
La vida es tenebrosa, ¿te cuento un secreto?
Todos mueren.
¿Y qué?
¿Está la flor triste porque sabe que se va a marchitar?
¿Vive triste la mariposa al saber que fue gusano?
no.
No te reprimás, muñeca
ni que te depriman tus doctrinas
a veces las aves cantan felices
para ocultar su melancolía.
Cantá, preciosa
que tu cuerpo se entregue
al vaivén del amor.
***
Y
ahí estaba, escondida entre las páginas de la lógica, esa simple sílaba
subrayada que descargaba contra sí todo el valor de la potestad
adquirida por ser ella.
Se burlaba de las otras que se prestaban a quererla, a odiarla, a menospreciarla, a poco a poco y bajo la sombra del olvido, a desecharla.
Ahí donde el raciocinio celebra su fiesta con elegante indiferencia, se cernía y apoderaba de los cultos al dolor. A esos, los infieles al bienestar, los colocaba servilmente en la puerta de atrás como dándoles permiso obligado a salir, sin dejar llagas.
Se acerca de tanto en tanto, distante, y el pecho de a poco aprieta, ya se libera autónomo, equidistante al ímpetu de decirla y romperse la garganta de repetirla. Ha logrado aún que las lágrimas cesen y broten solo cuando el viento sopla fuerte, como aquellos octubres que quedaron atrás.
El cristal tinturado de anocheceres ya su gracia vacía, encuentra placentero que la claridad aviva, cual llama que alimentó de hojas secas algún día.
Era muy común que las granadas de pesar rompieran las compuertas hacia ella, mas no mata el dolor, se fue el miedo.
Se burlaba de las otras que se prestaban a quererla, a odiarla, a menospreciarla, a poco a poco y bajo la sombra del olvido, a desecharla.
Ahí donde el raciocinio celebra su fiesta con elegante indiferencia, se cernía y apoderaba de los cultos al dolor. A esos, los infieles al bienestar, los colocaba servilmente en la puerta de atrás como dándoles permiso obligado a salir, sin dejar llagas.
Se acerca de tanto en tanto, distante, y el pecho de a poco aprieta, ya se libera autónomo, equidistante al ímpetu de decirla y romperse la garganta de repetirla. Ha logrado aún que las lágrimas cesen y broten solo cuando el viento sopla fuerte, como aquellos octubres que quedaron atrás.
El cristal tinturado de anocheceres ya su gracia vacía, encuentra placentero que la claridad aviva, cual llama que alimentó de hojas secas algún día.
Era muy común que las granadas de pesar rompieran las compuertas hacia ella, mas no mata el dolor, se fue el miedo.
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